Durante décadas, los agricultores se han enfrentado a un juego de suma cero: o bien utilizaban pesticidas para proteger a sus cosechas o bien producían vegetales y productos más naturales exponiéndose a plagas que pudieran arruinar su negocio. Hasta hace poco, la prioridad era clara: pesticidas (pese a sus muchas externalidades negativas). Pero de forma paralela, los consumidores se han vuelto más exigentes.
La consecuencia es un mercado de productos libres de pesticidas que, en paralelo al apogeo del vegetarianismo y el veganismo, ha creado grupos de consumidores muy preocupados por el origen y el modelo de producción de su comida. ¿De qué modo pueden los agricultores cuadrar el círculo, combatir las plagas al tiempo que colocando en el mercado verduras y cereales libres de pesticidas? Hasta ahora, se han experimentado diversas respuestas. La última es simple: plantar flores.
Así lo corrobora, al menos, un proyecto llevado a cabo en Reino Unido. Durante cinco años, un grupo de investigadores monitorizó varias cosechas en las que plantaron diversas hileras de flores autóctonas. Las flores se plantaban en el interior del campo, una imagen inusual, y la idea de fondo era sencilla: permitir que insectos locales y predadores pudieran acceder con facilidad a otros insectos que pudieran echar al traste la cosecha (y con ella, la economía del agricultor).
El resultado ha sido positivo. Según se explica en el estudio, las hileras de flores interiores (colocadas estratégicamente a cien metros las unas de las otras) fomentó la llegada de predadores naturales como especies de abejas autóctonas, avispas y escarabajos de diversa condición. Al ubicarse en el centro del campo, el radio de acción de los bichos era lo suficientemente amplio como para atacar y devorar a cualquier insecto-peste que encontraran en su camino. Una solución armónica.
El trabajo se realizó a lo largo de un lustro en quince campos separados y repartidos a lo largo del centro y el este de Inglaterra. El éxito del proyecto preliminar ha alentado uno nuevo que se extenderá durante los próximos años. En él, las hileras de flores contarán con alrededor de seis metros de longitud y no acapararán más del 2% de la superficie cultivable. Su utilidad resiste al paso de las estaciones, y permanecen pese al sistema de rotación de cultivos (desde el trigo hasta la cebada).
Tradicionalmente, los campos de flores quedaban lejos o alrededor de los campos trabajados por los agricultores. Desde un punto de vista de la movilidad invertebrada, era una mala idea: pese a que la fauna predadora local podía acabar con pestes cercanas en el extrarradio del cultivo, lo tenía complejo para alcanzar el corazón del mismo (pensemos en un humilde escarabajo y su pequeño radio de acción). Tan revolucionaria (y simple) propuesta como mover los ecosistemas florales al centro parece haber dado sus frutos.
Suiza lleva años aplicando similares soluciones (siempre de forma experimental) en un puñado de cosechas. Allí, los investigadores han utilizado un rango de entre trece y dieciséis especies de flores (como el aciano, el culantro europeo o la amapola) para crear espacios donde los predadores naturales puedan actuar. Los resultados también han sido positivos y, al parecer, han tenido un efecto beneficioso no sólo en la reducción de las cosechas, sino en los ecosistemas locales y en la productividad.
Muchos granjeros y agricultores suizos se pueden acoger a un sistema de ayudas para compensar ecológicamente los cultivos. Ninguno de los proyectos puede, por el momento, eliminar al completo los pesticidas, y en el caso británico uno de los principales retos es acercar a las flores/predadores naturales al centro de las cosechas sin que se vean afectados por los pesticidas. Pero sí han logrado reducir significativamente su uso y avanzan un futuro, quizá, sin tantos componentes químicos.
Larga vida a las abejas, una vez más.
Imagen: Matthias Tschumi/Agroscope