Llevamos muchos hablando sobre el cambio climático y su impacto económico inmediato en nosotros, los humanos. El ejemplo más reciente lo ofrecen las inundaciones alemanas, pero hay muchos otros: desde temporales de nieve y frío de una intensidad cada vez mayor hasta olas de calor que tienen pocos referentes en la historia reciente. Todos ellos tienen un coste social, y por tanto financiero.
Pero si bien el cambio climático nos está costando dinero, la humanidad afronta una paradoja: revertirlo o mitigarlo al máximo probablemente genere una crisis económica de proporciones bíblicas. Durante los últimos años han proliferado los informes de reguladores, expertos y analistas donde se plantea una disyuntiva inquietante: ¿podemos evitar el colapso financiero si nos ponemos en serio a frenar el calentamiento global o frenar el calentamiento global equivale inevitablemente a una recesión?
Hace algunos años el Banco de Inglaterra emitía un informe que operaba como advertencia. Nos estamos acercando, según su análisis, a un escenario similar al de la crisis de 2007/2008, cuyo trauma no hace falta recordar. El sistema financiero está muy expuesto a los riesgos climáticos, pero un "ajuste rápido" del sistema también supone una amenaza a su estabilidad. Amenaza similar a la de 2007. Pero aún peor.
Hay una forma sencilla de entender el problema. El sistema financiero tiene cientos de miles de millones de dólares invertidos en industrias "negras" que difícilmente van a ser capaces de recuperar el dinero. Ni los préstamos a las petroleras para buscar nuevos yacimientos, ni la financiación de fábricas de coches con motor a combustión, ni las promociones inmobiliarias amenazadas por el crecimiento del nivel del mar. Ninguna de estas inversiones, tan centrales a la economía global, son sensatas. No tienen sentido a corto o medio plazo. Y sin embargo, se mueven.
En ellas se deposita una vasta cantidad de dinero proveniente de bancos, aseguradoras, fondos de pensiones y otros actores financieros del sistema. Lo cual es un problema.
Es ya habitual que los analistas recomienden dejar de invertir en regiones especialmente amenazadas por el aumento del nivel del mar, como Florida, ante el riesgo severo de inundaciones. Lo hemos visto en alguna ocasión: el precio de las propiedades inmobiliarias en el sur de la península se está hundiendo porque el mar cada vez gana más terreno. A medio plazo sucederá en otros puntos hoy aún ajenos al problema, pero no por mucho tiempo (he aquí un mapa para calcular cuándo le toca a tu pueblo).
Tal y como explicaba la agencia de calificación de crédito S&P, "el aumento de la gravedad y la frecuencia de las pérdidas sufridas debido a fenómenos climáticos como inundaciones, olas de calor y otras cosas de este estilo, por no hablar de los daños causados por la subida del nivel del mar, está causando miles de millones de pérdidas a la economía ahora mismo". No es Greenpeace quien emite este mensaje.
Se trata de una cuestión importante. Si se confirma la tendencia, se presagia una bajada bastante importante de los precios inmobiliarios de toda las zonas de costa y una caída en picado de la inversión. Aquellas regiones o países (ejem) que dependan extraordinariamente del negocio inmobiliario en puntos turísticos costeros (ejem, ejem) sufrirán especialmente. En el siglo XVI eran los piratas bereberes los que empujaban a la gente al interior, ahora los empuja el cambio climático.
Caminos hacia la nada
Algo similar sucede en la industria del automóvil. Su transición hacia la producción de vehículos eléctricos ha sido extraordinariamente lenta. Hoy, cuando la mayor parte de países están impulsando políticas urbanísticas renovables y sostenibles, los EV son aún demasiado costosos de producir y por tanto demasiado caros para popularizarse. Y en el camino, un problema: Europa es rehén de una industria que genera miles y miles de puestos de trabajo y a la que regala dinero invariablemente ante la trágica perspectiva de su ocaso.
¿Todos esos miles de millones destinados a subvencionar la compra de coches o a salvar a plantas estratégicas? Tienen una única finalidad: salvarnos de la crisis que implicaría apostarlo todo por una política coherente y sostenida por el medio ambiente.
Entre tanto, es la industria petrolera el paradigma de esta dinámica. Lleva años tratando de convencernos que aquí no pasa nada. Y están convencidos de que sus resultados a ¡50 años! vista, un periodo de tiempo para el que la mayoría de expertos dan por amortizadas las consecuencias más lesivas del cambio climático, serán parecidos a los de los últimos 50 años.
Desde 2010, tres de las cinco mayores empresas del carbón han quebrado en Estados Unidos. Y si la combinación de gas y de renovables sigue como hasta ahora, las petroleras van a ir por el mismo camino. Sencillamente porque las nuevas tecnologías las van a sacar del mercado a patadas (y alguna pista tenemos ya). No obstante, las petroleras se encuentran en una carrera hacia adelante sin demasiado sentido. Siguen atrayendo a bancos y fondos de inversión, con una inversión lindante en los $100.000 millones en combustibles fósiles "extremos".
Y no es una previsión absurda: solo en 2015, Shell perdió casi $10.000 millones en proyectos de este tipo que no llegaron a ningún lado. Es decir, hay miles de millones de dólares que desaparecerán de un día para el otro en los próximos años.
El problema es que, como decía el Banco de Inglaterra, mientras siguen creciendo este tipo de inversiones, la estabilidad del sistema financiero está cada vez más comprometida. Y las presiones de las "industrias negras" para no avanzar en la transición energética es cada vez más fuerte: "Se juegan su futuro", explica Anthony Hobley de la Carbon Tracker Initiative.
Nos encontramos ante la definición exacta de una pescadilla que se muerde la cola. Porque el tiempo que se concede para que las restricciones ambientales no afecten a la economía actual, es un tiempo que podíamos estar dedicando a una transición suave y delicada. Pan para hoy y crisis para mañana. Porque como señaló la European Systemic Risk Board el año pasado que: "el escenario más adverso para el sistema financiero europeo es el de un ajuste tardío" porque conlleva un "aterrizaje duro".
Y no está el mundo para aterrizajes más duros de lo normal.