En menos de un mes Oriente Medio ha pasado de su habitual equilibrio dentro del caos a un inquietante punto de ebullición. Primero llegó la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, que agudizó las tensiones entre Irán y Arabia Saudí, las dos grandes potencias de golfo pérsico; más tarde, el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén y la jornada más sangrienta en Gaza desde 2014; y finalmente, el broche de oro colocado por Israel y Turquía.
¿Qué ha pasado? Tras los enfrentamientos en Gaza, que dejaron medio centenar de muertos, Turquía se plantó. El país, gobernado con mano de hierro por Erdoğan, sancionó la represión israelí y expulsó tanto al embajador como al cónsul del país judío de Ankara. Lo hizo de malas maneras, escenificando un humillante registro en el control del aeropuerto. Israel, en respuesta, decidió reprender públicamente a un alto diplomático turco en Jerusalén.
Voces tensas. La situación, de por sí tensa, se ha agudizado gracias a la proverbial boca de piñón tanto de Netanyahu como de Erdoğan. El primero ha negado toda legitimidad crítica a Turquía recordando su "genocidio" contra los kurdos y contra los armenios, señalando al pueblo túrquico como un invasor ilegal del Imperio Bizantino (true story) proveniente de lo más remoto de la estepa. El segundo ha definido a Israel como un "estado terrorista" por su carácter represivo y violento.
¿De dónde viene? Es lógico preguntárselo: a priori, Israel y Turquía no son dos enemigos naturales. No lo fueron durante décadas, de hecho. Ambos disfrutaron de una excelente relación amistosa hasta la elección de Erdoğan en 2003 y su posterior giro hacia el islamismo. En 2009 Erdoğan, en respuesta a las acciones de Israel contra Hamas, negó que esta última organización fuera "terrorista", y la describió como un mero bastión político palestino contra la opresión israelí.
La disputa tomó un giro dramático cuando una flotilla humanitaria fue atacada por Israel cuando intentaba entregar ayuda humanitaria a Gaza. Murieron diez turcos, lo que provocó la airada indignación de Erdoğan y el fin de los lazos diplomáticos entre ambos países.
¿Qué les empuja? Durante los últimos años ambos países habían acercado posturas. En 2016 recuperaron sus respectivas embajadas tras seis años de sequía. Los recientes acontecimientos en Gaza nos han devuelto al punto de partida. Erdoğan tiene interés en posicionar a Turquía como una potencia islámica dentro de Oriente Medio, y ha apoyado tácita o directamente a numerosos movimientos islamistas en Egipto, Siria o Palestina. Para Israel, obvio, representa un problema.
En el caso de Hamas, Jerusalén lleva años acusando a Ankara de financiar y proteger a individuos o agrupaciones que Israel considera terroristas. Turquía, por su parte, es muy vocal en su apoyo político a la causa palestina. El enfrentamiento coloca en una posición incómoda a Estados Unidos.
El problema. La escalada entre ambos países llega en un punto delicado para Israel. A sus problemas en Gaza debe sumar su creciente intervención en Siria, en los Altos del Golán, donde mantiene una abierta disputa con Irán. Es una guerra soterrada que podría recrudecer aún más la situación en Siria, y de paso en todo Oriente Medio. A todo esto, Israel debe sumar la siempre inquietante presencia de Hezbollah en Líbano, que podría arrastrarle a otro conflicto.
Todo ello pese a que, en Siria, Erdoğan y Netanyahu combaten por la misma causa. En fin, otra gigantesca cerilla ardiendo a una hoguera que acumula más cera de la que arde.