Lejos de las costas pacíficas y del gigantesco colchón subtropical donde reside la mayor parte de su población, China es un país muy diverso. El hecho debe resultar a duras penas sorprendentes: la vasta extensión del territorio chino provoca que en su interior residan minorías étnicas y religiosas de todo tipo. También musulmanas, y en gran medida. En concreto, en la lejana y remota provincia de Xinjiang, residencia de los uigures.
La región, que cuenta con carácter autónomo y que es de las más amplias del estado chino, es un foco de permanente dolor de cabeza para las autoridades chinas: azuzados por un sentimiento independentista, la inestabilidad y la violencia en la provincia ha sido la norma. Y como quiera que la mayoría de los uigures son musulmanes, el gobierno chino lleva optando durante años por una represión de carácter religioso.
¿El último ejemplo de ello? Prohibidos los nombres exageradamente musulmanes en la región. Nombres como "Quram" o "Saddam" no podrán figurar en los registros oficiales.
El movimiento del gobierno chino es el más reciente de una larga lista de restricciones a la libertad religiosa en la provincia de Xinjiang. Nominalmente, China no tiene religión oficial, siguiendo la tradición de los estados comunistas del globo terráqueo, pero el partido ha aprendido a tolerar en mayor o menor grado las prácticas religiosas. Así, hay grandes asociaciones budistas, taoístas, tradicionales chinas o musulmanes que tienen amparo oficial si practiquen su fe dentro de lo "normal".
No así los uigures, suníes túrquicos que viven allí donde los desiertos de la China interior van a toparse con el gran Turquestán. La constitución china admite la libertad de culto, pero el gobierno se reserva el derecho a determinar qué cultos son aceptables y cuáles deben ser reprimidos a diferentes niveles. La normativa permite a las autoridades comunistas cierto grado de tolerancia religioso siempre que se halle dentro de sus interesados márgenes.
Para los uigures eso ha resultado ser un problema.
La provincia, tan lejana, ha estado en permanente disputa a lo largo de su historia, porque representa un nexo natural entre la China pacífica y las estepas lejanas del Turquistán, conexión directa a su vez con la Rusia Europea. Tras la Segunda Guerra Mundial, la URSS favoreció el levantamiento de la minoría uigur contra el gobierno del Kuomintang. Aquel breve estado del Turquestán del Este fue reincorporado por el ya gobierno comunista durante la guerra civil posterior.
De los nombres a las barbas demasiado largas
Desde entonces, los movimientos políticos túrquicos e islamistas, personificados hoy en el Partido Islamista del Turquestán, de orientación radical y yihadista, han reivindicado la independencia de Xijiang, la cual considera en permanente ocupación por las autoridades chinas. Estas, a su vez, se han valido de los diversos atentados y ataques contra autoridades y población civil por parte de los grupos separatistas para recrudecer su represión.
Y en esa forma de represión, además de torturas, desapariciones y un veto total a tales expresiones políticas en el interior de China, se han incluido elementos religiosos de todo tipo. China se vale de la fundación religiosa y radical del movimiento independentista para atacar en las costumbres sociales de los uguires, de tal forma que den su espalda al separatismo al ver en peligro sus costumbres, tradiciones y hábitos por su culpa.
El último caso, ya hemos visto, es el de los bautizos: un amplio listado de nombres relacionados con el Islam, como Islam, Quran, Mecca, Jihad, Imam, Saddam, Hajj o Medina, que, de aplicarse a un recién nacido, le privarán de existencia administrativa. Dicho de otro modo, el o la pequeña no podrán acceder al sistema educativo o a beneficios sociales tan elementales tales como la sanidad, por lo que se verán penalizados por el resto de sus vidas. El listado completo aún no se ha hecho público, pero ya ha sido denunciado por HRW.
Con anterioridad, las autoridades comunistas habían publicado una ley por la cual ni las mujeres con hijab o cualquier otra clase de velo ni los nombres con barbas anormalmente largas tendrían asegurado el acceso a aeropuertos o estaciones de trenes. La normativa, en la mejor tradición de la burocracia comunista, invitaba a los funcionarios y a cualquier vecino de pro a denunciar tales hábitos de vestimenta a las autoridades.
Lo sorprendente es que China cuenta con brazos proto-gubernamentales que sí recoge y acoge a todos los musulmanes del orbe chino. La Asociación Islámica de China, fundada a mediados del siglo XX, cuenta con la sanción de las autoridades comunistas y, en teoría, sirve de representación para todos los musulmanes de país, al igual que otras homólogas destinadas al budismo o al taoísmo. La diferencia estriba, claro, en que sus posturas religiosas o políticas en ningún momento ponen el estatus quo del gobierno en peligro.
Y de este modo, China libra una soterrada y silenciosa guerra contra el Islam en un lejana provincia túrquica. Una forma de reprimir un movimiento separatista que, paso a paso, está acotando las libertades de la minoría uiguir.