Desde que iniciara su domesticación hace 14.000 años, la humanidad ha desarrollado una relación especial con sus mascotas. Son múltiples los estudios que acreditan el profundo vínculo emocional entre un dueño y su perro, y cómo su muerte puede ocasionar tanto dolor como la de un familiar cercano. Los animales domésticos tienen un rol central en nuestra vida, en nuestros anhelos y desvelos, aunque cada persona lo viva con desigual intensidad.
En el lado entusiasta del espectro podemos incluir, sin duda, a Japón, nación tan obsesionada por algunos animales, como los gatos, que los ha elevado a estatus legales sin comparación en el resto del mundo. Sólo allí es posible encontrar a un felino dirigiendo una estación de tren durante décadas, cafeterías para gatos, o trenes que ladran para ahuyentar a la fauna cercana y evitar su muerte por atropello.
Dos detalles que se suman a otros muchos. El último es quizá el más inquietante de cuantos hemos cubierto en esta publicación. Se trata de Shindo Rinka, una pequeña empresa nipona dedicada a la producción y distribución de máscaras-réplica de mascotas. Los dueños acuden a sus oficinas con su animal, toman sus medidas y a los pocos días disfrutan de una máscara gigante imitando sus facciones.
El resultado oscila entre lo cómico y lo perverso, como se puede ver aquí.
¿Por qué? La pregunta, dado que hablamos de Japón, debería formularse en negativo: ¿y por qué no? Lo cierto es que el trabajo de Shindo Rinka y del estudio de diseño 91 es bastante impresionante. Las máscaras destacan por su relativo realismo, a mitad de camino entre el pavor que produce la réplica gigante de la cabeza de un gato y la macabra fascinación de un hombre en edad adulta ataviado de semejante guisa.
Las máscaras están elaboradas a mano. Sumado al grado de detalle y a las enormes dimensiones, su precio es bastante alto: por encima de los $2.700 (unos 2.400€) más los gastos de envío (que no serán pequeños). Cabe preguntarse qué clase de público objetivo puede tener un proyecto así, pero también cabe rastrear en las profundidades de Internet para descubrir relaciones dueño-mascota rayanas en lo obsesivo.
No es la primera vez ni será la última en la que Japón regala al mundo objetos sólo concebibles desde su excepcional peculiaridad. Hace algunos años hablamos de otra empresa dedicada a la producción de muebles a escala felina. Camas, mesas y televisores destinados a crear pequeños espacios de relajación y confort para mascotas, producidos en talleres artesanales y siguiendo las líneas estéticas clásicas del diseño japonés.
En aquel caso las circunstancias eran distintas. El proyecto aspiraba a revitalizar la región de Fukuoka, tradicionalmente dedicada a la producción de muebles y sumida en una perenne crisis económica, la misma que ha mantenido a Japón en un estancamiento perpetuo desde mediados de los noventa (y en la que operan otros factores, como el declive demográfico y la extraordinaria deuda privada).
Sí, da miedo.
El futuro, suponemos.
También para perros.
Extravagancia o genialidad, lo cierto es que es probable que el futuro nos depare más proyectos así. Los humanos, al menos en Occidente, se están volviendo más y más dependientes de sus mascotas. Las nuevas generaciones están dejando de tener hijos para tener perros o gatos, y sus números no dejan de crecer. En ciudades estadounidenses como San Francisco o Seattle ya hay más animales de compañía que niños; en España hay unos 6.000.000 de perros por 6.900.000 menores de 15 años.
Una tendencia nítida que no ha encontrado barreras en la crisis económica. Pese al elevado mantenimiento de las mascotas, en torno al 9% de un sueldo mensual medio-bajo, optamos por vivir junto a ellas. Y quien aglutina fortunas gigantescas las lega de forma cada vez más frecuente a sus animales. Es la nuestra la historia de un mundo rematadamente obsesionado por sus mejores amigos felinos. Máscaras mediante.
