El derretimiento de los polos es una de las grandes historias de nuestro tiempo. El progresivo aumento de las temperaturas durante las últimas tres décadas ha provocado que los casquetes polares, antaño sólidos e inalterables, comiencen a evaporarse. ¿Cómo afecta el proceso al conjunto de la humanidad? La respuesta es bien conocida: el nivel de las aguas oceánicas crecerá, transformando de forma dramática el mapamundi que nos ha acompañado desde los orígenes de la cartografía.
Vastas extensiones de terreno llano y a baja altitud se verán inundados, transformando para siempre nuestra forma de vida. La rapidez del proceso es cuestión de debate. Tanto la Antártida como el Océano Ártico acumulan gigantescas reservas de hielo, en apariencia indestructibles. Sólo en el continente helado residen las cuatro quintas partes del agua dulce global, repartidas a lo largo de su superficie con una profundidad media de casi dos kilómetros.
Quiere decir esto que si quisieras cavar un pozo en medio de la Antártida podrías pasar más de cuatro kilómetros excavando y no hallar fondo. ¿Cómo de probable es que vivamos lo suficiente como para ver tantísimo hielo evaporado? Poco. La cuestión es si las generaciones que nos sucederán se asomarán a una fracción del fenómeno, y cómo les afectará en su día a día.
En cualquier caso, hay una pregunta que suele pasar desapercibida cuando hablamos del derretimiento de los polos: ¿qué quedará allí donde antes sólo había agua helada? Nuestra imagen mental de la Antártida y de Groenlandia está definida en gran medida por el hielo. Su forma, su idiosincrasia e incluso su color. Cuando pensamos en lá Antártida imaginamos una gran isla: al fin y al cabo, lo es a nivel práctico.
Qué hay debajo de Groenlandia
A nivel teórico es otra historia. Si el hielo almacenado en los casquetes polares se fundiera sin remedio, el mapa que surgiría tanto del gigantesco continente antártico como de las tierras más allá del Círculo Polar Ártico variaría de forma sustancial. Y allá donde antes imaginábamos porciones de tierra continuas, sólidas, aparecería agua.
Pensemos en Groenlandia, por ejemplo. Bajo su gruesa capa de hielo, de hasta tres kilómetros de espesor, hay tierra firme. Pero a muy baja altitud. Se calcula que gran parte de su corazón continental quedaría por debajo del actual nivel del mar (o en el mejor de los casos, igualado). Despojada del hielo y reimaginada en un mapa físico, un gigantesco lago aparecía en su corazón continental. Dentro cartografía:
Dos cosas llaman la atención: tanto la sustancial reducción de sus contornos, inundados tras el consecuente crecimiento de los océanos, como la aparición de un gigantesco lago en su interior continental. La mayor parte de mapas sobre el futuro distópico de Groenlandia lo representan, pero en realidad se limitan a colorear de forma simplista la altura topográfica de la isla.
¿Qué quiere decir esto? Que el interior de Groenlandia está a igual altura, o más bajo, que el agua que le rodea. Lo que no significa que en caso de deshielo las tierras bajas terminen inundadas por el océano. Hay multitud de ejemplos a lo largo de la Tierra que ilustran la existencia seca (muy seca) de puntos a bajísima altura, en relación negativa al mar.
Estas reproducciones del GEUS, el servicio geológico de Groenlandia y Dinamarca, acotan mejor el futuro. La isla probablemente regeneraría su sistema de cuencas hidrográficas primitivo (el mismo que floreció hace más de dos millones de años, cuando los polos terrestres aún no se habían helado), y las tierras bajas servirían de llanuras aluviales, puntos de paso para los ríos hacia sus desembocaduras.
Es decir, tendríamos una isla. La más grande del mundo. Una relativamente llana en su parte septentrional, casi siempre bordeada de sistemas montañosos, y con una gran cordillera en su costa oriental.
Qué hay debajo de la Antártida
La Antártida es otra historia. Su escala es continental, por lo que bajo su grueso manto helado encontramos la suerte de accidentes orográficos comunes a todos los continentes: grandes cordilleras, extensas cuencas hidrográficas, llanuras interminables y hasta lagos (en ocasiones a sorprendentemente elevadas temperaturas).
Se sabe, por ejemplo, que uno de los seis lagos más grandes del planeta, el Vostok, descansa sobre el manto terrestre de la Antártida, miles de metros por debajo del hielo que la cubre. Las investigaciones más precisas cifran en torno a los 400 el número de lagos descubiertos en las profundidades heladas del continente, pero podría haber más.
También hay montañas: el pico más alto del continente es el Kirkpatrick, a más de 4.000 metros de altura y libre de hielo permanente durante todo el año. No siempre es así. La Antártida está repleta de "nunataks", picos aislados que resaltan sobre el infinito manto de hielo blanco: las cordilleras que lo sustentan suelen quedar por debajo del casquete polar. Se les conoce como las "montañas fantasma".
La grandiosa profundidad del hielo antártico ha provocado que, hasta hace pocos años, supiéramos poco sobre su forma continental real. A finales de 2017 la British Antarctic Survey publicó la que, hasta la fecha, es la descripción topográfica y cartográfica más exacta de la Antártida: Bedmap2. Un mapa alucinante que se puede explorar aquí.
¿Qué nos cuenta? Que gran parte de su superficie, como la de Groenlandia, convive por debajo o a la misma altura que el nivel del mar. Si quisiéramos tomar como referencia un mapa meramente descriptivo (qué territorio quedaría por debajo de los océanos y cuál no), el resultado sería algo parecido a esto: un mar de erráticas islas.
Al igual que en Groenlandia, la historia de la Antártida post-deshielo sería más compleja. Contabilizando el crecimiento del nivel oceánico y compensando a nivel topográfico, el resultado sería muy similar a la hipotética forma que el continente tenía hace alrdedor de 35 millones de años, cuando la tempratura terrestre era demasiado elevada como para sostener las placas de hielo continentales.
Os presentamos ¿al futuro?
Pese a lo estimativo de las investigaciones, la cartografía nos permite acceder a una imagen más o menos exacta de la Antártida resultante tras el deshielo. Lo primero que llamaría la atención respecto al mapa actual sería el empequeñecimiento de las tierras occidentales: gran parte de ellas quedarían cubiertas de agua, esparciendo un sinfín de islas.
Es lógico, dado que la Antártida occidental depende en gran medida de gigantescas plataformas de hielo. La península antártica, uno de los elementos visuales más llamativos de nuestra imagen mental de la Antártida, quedaría definitivamente desgajada del resto del continente, mientras que el agua penetraría en grandes fiordos al sur y al este.
A grandes rasgos, la Antártida representaría un singular reverso a Groenlandia: las tierras altas y las grandes cordilleras quedarían encajadas en el centro del continente, más interior, mientras que las tierras más llanas y expuestas a las aguas oceánicas se esparcirían, sobre todo, por el sur. Un lienzo en cualquier caso inédito, dado que cobraría una vitalidad cromática (verde, marrón, amarillo) hasta ahora inimaginable.
Todo ello, claro, descontando el radical cambio geográfico que el derretimiento de los polos causaría en el resto del planeta. Un escenario poco alentador.