El continuo desarrollo humano es una pésima noticia para la mayor parte de especies animales. Sabemos que desde el surgimiento de la civilización hemos extinguido al 83% de los mamíferos, al 50% de las plantas y al 15% de los peces. También que el impacto creciente de nuestras actividades económicas está provocando una aniquilación sin precedentes tanto en los océanos como entre los insectos. Allá donde miremos, los animales están en peligro.
¿Queda algún sitio donde puedan encontrar respiro? Es la pregunta que se realizaron varios investigadores de la Universidad de Queensland. Para averiguarlo decidieron desarrollar un estudio global sobre las amenazas (humanas) que afrontan más de 5.000 especies de vertebrados a lo largo y ancho de la Tierra. El resultado es un mapa que ilustra en qué rincones del planeta estamos poniendo en peligro a más animales, y en cuáles aún pueden hallar refugio.
Como casi siempre, las respuestas son pesimistas. Casi un 25% de todas las especies analizadas (2.060 anfibios, 2.120 aves y 1.277 mamíferos) se encuentran en peligro en el 90% de su distribución geográfica. Un total de 395 ni siquiera tienen tanta suerte: están amenazadas en la totalidad de su hábitat. Son los mamíferos los que se suelen llevar la peor parte: nuestro impacto sobre ellos se extiende al 84% de la Tierra.
¿Pero qué amenazas, exactamente? Los riesgos que afrontan los animales del planeta son muy diversos, dado que la naturaleza de nuestras actividades también lo es. El estudio pondera varios elementos muy familiares: la caza masiva, la actividad industrial, la actividad agrícola, la contaminación, la expansión de los centros urbanos y la creación de infraestructuras son los principales vectores hacia la extinción. Todos ellos son nuestra responsabilidad.
A partir de ahí, el trabajo desarrolla diversos mapas. El más reseñable es este.
Su lectura es sencilla. En azul podemos observar los "puntos fríos" de actividad humana, o lo que es lo mismo, los refugios y santuarios donde hay menos especies animales afectadas por los seres humanos. Son espacios intuitivos: el norte de Canadá y Rusia, casi la totalidad de Australia, el altiplano tibetano, el desierto saudí, el Sáhara y (cada vez menos) puntos interiores de la densidad amazónica.
Lo que el mapa trasluce son en realidad zonas donde la presencia humana es o bien menor, o bien no lo suficientemente desarrollada como para representar una amenaza a gran escala (el interior africano), o bien donde no hay tantos animales. También sirve para las regiones donde hay más especies afectadas: Indonesia, Malasia, la costa Brasileña, el norte de la India o el altiplano de Colombia y Ecuador.
Para entender mejor la complejidad del fenómeno es necesario echar un vistazo a otro mapa.
Hace referencia al número de especies no amenazadas. Es decir, al número de ellas que aún no se han visto impactadas a gran escala por las actividades humanas. Tiene algo de contraintuitivo: es en Indonesia, Malasia, la costa brasileña, el altiplano andino o Sierra Leona, entre otros. ¿Qué significa esto? Que en esas regiones hay muchas especies. Un porcentaje de ellas (alto) afronta amenazas humanas; otro, sí.
¿Cómo puede ser posible que en Indonesia, donde hay un mayor número de animales afectados, también haya una alta densidad de santuarios y rincones donde la actividad humana tiene un impacto marginal? Porque las condiciones de supervivencia de unas especies y otras varían. Sus necesidades no siempre son las mismas, y el desarrollo humano y sus diversas acciones no tienen un impacto homogéneo.
Para resolverlo, veamos el último mapa.
Es decir, el porcentaje de especies sobre el total afectadas en cada región del mundo. El mapa es singularmente diferente y revelador. Por ejemplo, Europa y América del Norte representan una gran amenaza para un amplio volumen de especies. ¿Por qué? Son regiones muy urbanizadas y desarrolladas, con una gran actividad económica incompatible en gran medida con la supervivencia de muchas especies.
Lo mismo vale para China, la India, gran parte de la Sudamérica urbanizada y muy especialmente Malasia, Indonesia y el sudeste asiático, donde hay un mayor porcentaje de especies autóctonas afectadas por la actividad humana. La lectura positiva de estas últimas regiones: también hay muchas especies ajenas al proceso, en rincones protegidos virtualmente, lo que ofrece altas oportunidades para políticas conservacionistas.
Si hay algo evidente es que hay cierta correlación entre la progresiva presencia y desarrollo humano y el peligro que afrontan las especies.