Desde que accediera al cargo, Donald J. Trump ha contado a Israel como uno de sus socios más sólidos en la esfera internacional. El presidente saliente de Estados Unidos se lo ha agradecido de diversas formas, pero una reviste especial importancia: su campaña por el reconocimiento de Israel entre los estados árabes. Durante los últimos meses hasta tres han "normalizado" relaciones (Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Sudán), siempre tras la mediación de Estados Unidos.
Hoy Trump ha anunciado al cuarto: Marruecos.
Intercambio. Lo ha hecho de una forma muy particular. La monarquía magrebí reconocerá oficialmente a Israel... A cambio de que Estados Unidos acepte las reclamaciones de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. En sus palabras: "He firmado una proclamación reconociendo la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. La propuesta de autonomía de Marruecos, seria y creíble, es la única base para una resolución justa y duradera y para la paz y la prosperidad".
Tú a Rabat, yo a Jerusalén.
¿Por qué? Sabemos desde febrero que un "intercambio" de reconocimientos entre Israel, Estados Unidos y Marruecos ha sido una posibilidad, por lo menos, desde 2018. Rabat y Jerusalén siempre han mantenido canales de comunicación informales. Durante los últimos años, el ascenso de Trump a la Casa Blanca y su especial receptividad a los intereses de Israel, traslado de la embajada incluido, ha permitido a Netanyahu avanzar la "normalización" de las relaciones entre Israel y algunos países árabes.
Contexto. Es un proceso lento, donde el rol de Estados Unidos ha sido crucial. Su objetivo a medio plazo es dotar de validez legal e internacional a la "partición" palestina planteada por Washington en enero, muy ventajosa para Jerusalén. Para ello necesita diluir la hostilidad de los países árabes. Otro ejemplo de este proceso: la posible reunión entre Netanyahu y Mohammed bin Salman, filtrada por Israel y negada por los sauditas. Es un paso quizá en falso, pero uno significativo (hasta este año, sólo Egipto y Jordania habían normalizado relaciones).
El rol del Sáhara. En este vodevil, el Sáhara Occidental ha funcionado como peón. Estados Unidos deseaba asegurar el reconocimiento de Israel por parte de una de las potencias más notables del Magreb, Marruecos. Para lograrlo necesitaba conceder algo. Ese algo ha sido el Sáhara Occidental, territorio que Rabat controla parcialmente desde principios de los noventa y cuya soberanía reivindica desde 1975. Ni Estados Unidos ni Israel tienen mayores intereses allí. Era una transacción barata.
El problema. Excepto para el Sáhara Occidental, claro. La declaración de Trump es controvertida por un motivo: va en contra de lo estipulado por Naciones Unidas. En 1975, el Tribunal Internacional de Justicia dictaminó que Marruecos no tenía derechos sobre el territorio. Se trataba de una colonia, como explica aquí El Orden Mundial, por lo que disponía de derecho a autodeterminarse en un referéndum. Marruecos no cuenta con base legal para anexionarse el Sáhara Occidental.
Entra España. El anuncio de Estados Unidos afecta directamente a España. La historia es larga. En 1885, la Conferencia de Berlín, la reunión que repartió el mapa africano entre las potencias europeas, le entrega el control del Sáhara Occidental. Su colonización se demora hasta mediados de los cincuenta, cuando la dictadura franquista se interesa por las minas de fósforo en el interior del país. En 1961 la incorpora como provincia. Dos años después, pese a ello, la ONU ordena su descolonización.
España posterga el mandato hasta mediados de los setenta, cuando la dictadura agoniza. Es ahí donde Marruecos entrevé una oportunidad. La soberanía del territorio recaía sobre España, metrópoli. En 1975, sin embargo, Marruecos presiona a una España abocada a la transición y moviliza a más de 300.000 civiles sobre la frontera. La dictadura cede el Sáhara en Madrid, seis días antes de la muerte de Franco. La ONU declara nulo el acuerdo, que se impone sobre el terreno.
Guerra y paz. Aquella "Marcha Verde" provocó la huida precipitada de España y el inicio de un largo conflicto armado entre el Frente Polisario, partidario de la independencia saharaui, y el estado marroquí. La guerra se prolonga hasta 1991, cuando ambas partes firman un alto el fuego. Para entonces Marruecos se ha adueñado de toda la costa, ha relegado al Frente Polisario al interior y ha construido una frontera fortificada de más de 2.500 kilómetros de longitud. Sin derecho nominal a ello.
Aquel año Naciones Unidas establece Minurso, una misión especial para asegurar el referéndum de autodeterminación del Sáhara Occidental. La guerra termina. Pero nada cambia. El voto se posterga indefinidamente durante tres décadas ante la oposición de Marruecos, sus trabas para crear un censo y su ocupación militar del territorio. A día de hoy sigue siendo la principal reivindicación del Frente Polisario.
Llega 2020. Treinta años de status quo después, Marruecos ha afianzado su posición. El Sáhara Occidental ha quedado relegado a un segundo plano que no interesa a ningún actor, en especial por el alineamiento de Rabat con Estados Unidos tras el 11-S. Ahora dos hechos paralelos han precipitado los acontecimientos: por un lado, el bloqueo de una carretera al sur del territorio, en la frontera con Mauritania, empleada por Rabat para mover mercancías; por otro, el reconocimiento de Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental.
El Frente Polisario ha roto el alto al fuego. El conflicto ha regresado. Es probable que Marruecos aproveche el impás para afianzar sus posesiones, pavimentar la conexión fronteriza y reafirmarse.
Cómo afecta a España. De dos maneras. El primer plano es el legal: sigue siendo la potencia administradora del Sáhara Occidental y debe velar por su descolonización, fracasada. El segundo es el práctico: la reanudación de la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos ha coincidido con un repunte de llegadas de migrantes desde la costa marroquí a las Islas Canarias. Marruecos, como es habitual, está utilizando la inmigración como palanca negociadora con España.
Hay un último aspecto. Las ambiciones de Marruecos no terminan en el Sáhara Occidental, cuya ocupación es contraria al derecho internacional y no reviste legitimidad histórica. Se extienden a Ceuta y Melilla, cuya marroquidad reivindica desde su independencia, y cuya "devolución" llegó a solicitar formalmente en 1994. Es decir, su triunfo en el Sáhara Occidental representa una derrota para los intereses españoles.
Imagen: Adria Salido/GTRES