En algún momento de 2021, justo cuando la Corte Suprema de Estados Unidos estaba debatiendo sobre uno de los temas más decisivos de la Norteamérica de los últimos 50 años, el juez Alito escribió "es hora de hacer caso a la Constitución y devolver el tema del aborto a los representantes electos del pueblo".
Y varios estados republicanos y no republicanos (Kansas, Michigan, Vermont o Wisconsin) se pusieron manos a la obra. Solo hay un pequeño problema: la gente está votando y, para estupor de los movimientos provida, lo está haciendo a favor del aborto.
Con Ohio hemos topado. El último en sumarse a la fiesta es Ohio. Tradicionalmente, este estado del Medio Oeste ha sido un swing state. Es decir, un estado cuyas mayorías eran pequeñas, un "estado en disputa". Y, de hecho, el ganador de las elecciones allí solía ser el ganador de las elecciones a nivel nacional, pero en los últimos años se ha ido moviendo a la derecha. Como referencia, en las últimas presidenciales Trump ganó 53 a 45.
En este sentido, no puede decirse que sea un lugar donde la legislación sea laxa. Como recordaba Roger Senserich, "el año pasado, aprobaron una ley que prohibía el aborto más allá de las seis semanas de embarazo, con la salud de la madre como única excepción posible (es decir, prohibiendo incluso en casos de violación o incesto)".
Los demócratas han intentado bloquearla por todas las vías posibles, pero (pese a haber una mayoría favorable al aborto) los números no les dan para conseguir tumbar la ley. La legislatura estatal es abrumadoramente republicana: 64 republicanos frente a 35 demócratas en el congreso estatal y 25 frente a 8 en el senado). Así que, decidieron llevarlo a las urnas.
El referéndum. Aprovechando una normativa bastante favorable a las iniciativas populares, más de 700.000 personas apoyaron una iniciativa para celebrar un referéndum en noviembre con la idea de cambiar la constitución del estado e incluir una amplia protección al aborto en ella (limitando la capacidad del legislativo para hacer leyes que limiten ese derecho).
Ohio no es el primer estado que vota esto. Ya se han celebrado en seis estados (Kansas, California, Kentucky, Michigan, Montana y Vermont) y en todos, indistintamente de lo republicanos que sean, han ganado los partidarios del aborto. Por ello (y por las encuestas), los republicanos de Ohio se temen lo peor.
Así que, ni cortos ni perezosos, decidieron adelantarse y convocar otra consulta para subir el umbral de los referéndums constitucionales. Bajo el pretexto de impedir que los grupos de interés se aprovechen del sistema de enmiendas, los republicanos querían que ese umbral subiera del 50% del voto al 60%. Se acaba de votar y no, no ha colado: para el referéndum de noviembre seguirá haciendo falta la mitad de los votos y la cosa empieza a pintar mal para los grupos provida.
El guion, de hecho, no es nuevo. Maniobras similares se intentaron en Michigan y Kentucky; con el mismo resultado. Como digo, incluso en estados donde Trump ganó por distancias de 14 puntos, el nuevo equilibrio político que creó Dobbs v. Jackson ha cambiado las cosas.
Esta misma semana, el Wall Street Journal decía que "Ohio otro aviso sobre la política del Partido Republicano sobre el aborto" y no es una novedad. La demoscopia lleva años mostrando que, pese a la feroz (y muy efectiva) oposición de los movimientos provida, el aborto goza de un amplio apoyo social en el país.
Pero, claro, desde hace 50 años, este tema ha sido central en la política del país: no algo que se pueda dejar de lado fácilmente, aunque no interese a nivel electoral. Y eso es un enorme problema para el Partido Republicano.
El tubo y la pasta de dientes. Y no solo para el Partido Republicano, porque bajo la apariencia de ser un debate nítidamente americano se esconde un tema que afecta a todos los políticos, activistas e intelectuales conservadores del planeta: cómo meter la parta de dientes en el tubo una vez que la hemos sacado.
O, dicho de otra forma, cómo revertir cambios una vez que se han normalizado en la esfera pública y legal, una vez que la sociedad ha visto que las consecuencias no son tan perniciosas como pensábamos, una vez que hemos comprobado que no es "un experimento" sino una consecuencia más o menos directa del sistema socioeconómico actual.
Es decir... ¿Hay marcha atrás? El año pasado, Murat Çokgezen, un economista de la Universidad de Marmara, realizó una investigación para evaluar el impacto que la política de islamización de dos décadas llevada a cabo por el Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdoğan había tenido en las actitudes de los turcos hacia los valores, las prácticas religiosas y el clero.
El estudio examinó los cambios en la importancia de la religión, la frecuencia de ir a las mezquitas o la confianza en el clero entre 2002 y 2018. Las conclusiones son un jarro de agua fría: menos personas creen en Dios, menos personas asisten a las mezquitas y la confianza en el clero se había desplomado.
"Los esfuerzos activos y costosos del gobierno para promover la religiosidad no parecen tener mucho efecto", explicaba Murat Somer, profesor de ciencias políticas y relaciones internacionales en la Universidad Koç de Estambul. Y no solo en Turquía. Desde los años 60 y 70, el mundo ha cambiado radicalmente y, pese a los esfuerzos por contener esos cambios, ningún modelo ha resultado demasiado efectivo para hacerlo.
La búsqueda no ha acabado, claro. Es cierto que los grupos conservadores y reaccionarios han gozado de un revival importante (además de los proyectos neocatólico de Polonia o iliberal en Hungría, en Italia están iniciándose políticas contra el 'status quo' que garantizaba los derechos de la comunidad LGTB). Y eso solo quiere decir una cosa: que la búsqueda conservadora sigue en marcha.
El problema es que, aunque la historia no está escrita, el hecho de que la mayor victoria conservadora de los últimos años (Dobbs v. Jackson) se ha dado de bruces con una sociedad poco dispuesta a aprovecharla no es buena noticia.
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