Shin Tae-yong, seleccionador de Corea del Sur, se desmarcó ayer con unas declaraciones francamente llamativas: sus jugadores se habían intercambiado los dorsales en los partidos de preparación y en los entrenamientos con el suspicaz objetivo de distraer a los rivales. "Lo hemos hecho para intentar confundir", explicó, "pueden conocer a algunos de nuestros jugadores, pero es muy difícil que los occidentales distingan a los asiáticos y por eso lo hemos hecho".
¿Absurda estrategia? No tan rápido.
El mito. Tae-yong se valía de un viejo mito entre los occidentales: todos los asiáticos son iguales. La idea tiene un gran arraigo popular y se asienta sobre viejos estereotipos xenófobos de muy largo recorrido. Ante la imposibilidad de diferenciar entre sus jugadores, argumentaba el seleccionador, los espías y ojeadores de Suecia, Alemania o México, sus rivales en la fase de grupos, tendrían más complicado entrever cuál es el juego de Corea del Sur. Lo cual le otorgaría una ventaja competitiva.
La ciencia. Pese a que la idea de Tae-yong fue recibida con gran algarabía cómica (referencias a los Simpson incluidas), llevaba razón. Y la ciencia le respalda. El fenómeno es bien conocido entre los investigadores: los seres humanos somos bastante malos reconociendo a distintas personas pertenecientes a otras razas. Como algún que otro capítulo de The Good Wife ilustra, un testigo blanco ante un abanico de cinco negros tiene muy difícil reconocer al supuesto agresor.
Y viceversa. El fenómeno es bidireccional: un asiático o un aborigen australiano tendrán más sencillo identificar los rasgos distintivos de una persona si pertenece a su misma raza que a la caucásica. Hay diversos estudio relacionados: uno de los más conocidos ilustró que cuando tenemos que identificar a una persona de entre otras pertenecientes a nuestra etnia, acertamos en el 60% de las ocasiones; si repetimos la tarea pero con personas de otra raza, sólo lo hacemos un 45%.
¿Por qué? De forma curiosa, el efecto no está tan relacionado con la raza (un constructo social, recordemos) como con los espacios de socialización en los que hayamos sido educados. Es decir, un niño vietnamita adoptado por una pareja de españoles tendrá más fácil entrever las diferencias de rasgos de cinco españoles que las de cinco vietnamitas. Es el entorno social en el que ha vivido durante toda su vida, adaptando su ojo a las circunstancias de la raza con la que convive.
¿Le funciona? O sea, que Tae-yong llevaba razón cuando presumía de su hábil táctica de confusión. Lo que no significa que haya sido particularmente efectiva: Corea del Sur ha perdido el primer partido de su Mundial dando una imagen pobre. Probablemente, los jugadores suecos no reconocían a sus rivales coreanos. Pero el motivo quizá no beba tanto del efecto cruzado entre razas como del escaso nivel competitivo y el relativo anonimato de la mayoría de los futbolistas coreanos.
Quizá otro día, Shin.
Imagen | Lee Jin-man/AP