Cuando a finales de diciembre un oftalmólogo de Wuhan, Li Wenliang, advirtió a las autoridades sobre un cuadro vírico inquietante, similar en síntomas y desarrollo al registrado durante la epidemia del SARS, China se cruzó de brazos. Detuvo al especialista. Le interrogó. Le obligó a retractarse de sus observaciones. Y siguió sin tomar medidas drásticas, silenciando parcialmente el brote de un nuevo coronavirus.
Un mes más tarde, Wuhan se había convertido en el epicentro de una pandemia que obligó a paralizar la ciudad, de once millones de habitantes, y a clausurar su provincia, Hubei, de sesenta millones de habitantes. La tétrica escalada de muertos (por encima de los 3.000 a día de hoy) y la dificultad para contener el virus, extremadamente contagioso, obligaron a medidas drásticas. China inició así la mayor cuarentena de la historia.
Desde entonces la vida diaria de sus ciudadanos ha cambiado de forma dramática. El gobierno impuso restricciones al movimiento de sus ciudadanos en la mayor parte de las regiones, cerró la mayor parte de los transportes masivos, suspendió las celebraciones del Año Nuevo, bajó la persiana de miles de empresas y millones de negocios, y obligó a un confinamiento masivo en el interior de los hogares.
Ahora, la rápida transmisión del virus y lo inminente de sus amenazas, fundamentalmente el colapso de los sistemas hospitalarios, ha obligado a medidas similares en toda Europa. Las calles se han vaciado. Las empresas han cerrado. Los ciudadanos se han aislado. Los países han decretado medidas excepcionales e históricas, Estados de Alarma y de Emergencia que entregan poderes extraordinarios a los gobiernos.
Tal y como sucedió en China, a la que un día observábamos desde la barrera.
Por eso, tras una semana de confinamiento en España, es útil acudir a las experiencias de quienes vivieron en primera persona las restricciones impuestas por el gobierno chino durante el pico de la crisis. Hemos hablado con dos españoles en China para que nos cuenten cómo vivieron y cómo siguen viviendo la disrupción causada por COVID-19.
"Las ciudades son ciudades fantasma"
"El impacto más directo ha sido en la rutina diaria de ir al trabajo en autobús, volver a casa, ir al gimnasio, quedar con amigos para cenar", explica Javier Ferrández, residente en Hangzhou desde hace tres años y autor de El Gato Chino, un canal de YouTube dedicado a narrar sus vivencias en China y cuya audiencia se ha multiplicado durante las últimas semanas a causa del coronavirus.
"De golpe tuve que pasar a trabajar desde casa, por lo que he estado bastante aislado de cualquier vida social. Ahora que la situación ha mejorado, esta semana ya trabajo en la oficina y la cosa va a mejor", narra. China ha levantado algunas restricciones impuestas en la mayoría de grandes ciudades del país (Hangzhou tiene diez millones de habitantes). Pero con enormes reservas y precauciones.
"En cuanto aumentó el número de contagios en China y la epidemia comenzó a extenderse fuera del epicentro de la enfermedad, las ciudades pasaron a ser ciudades fantasma", explica Inés Fandos, profesora de inglés y español en Tianjin, la cuarta ciudad más grande del país. "Aquí está todo cerrado. Restaurantes, centros comerciales, comercios. Sólo hay abiertos algunos supermercados, y los pocos restaurantes en funcionamiento lo hacen a puerta cerrada y a domicilio", añade.
El relato de ambos es similar: la actividad de puertas hacia a fuera se ha reducido drásticamente, en un proceso experimentado ahora por las urbes italianas, españolas o francesas. "Cada vez es más difícil salir de casa, a pesar de que el virus está remitiendo rápidamente", relata Fandos. "Hasta hace dos semanas lo único abierto eran servicios básicos", puntualiza Ferrández, "yo ya estoy notando más movimiento en las calles".
En Hangzhou han reabierto algunos restaurantes y establecimientos, aunque la mayoría de los residentes sigue haciendo gran parte de su vida en casa. Fruto de la costumbre adquirida, pero también de las restricciones de movimiento aún aplicadas por las autoridades.
"No podemos movernos libremente por ningún sitio", cuenta Fandos. "En todos los lugares públicos abiertos, como transporte o supermercados, tenemos que pasar distintos tipos de controles para acceder". Algunos miden la temperatura corporal (la fiebre es uno de los síntomas más nítidos del coronavirus), mientras que otros chequean el estatus de una app que acompaña a millones de chinos desde el inicio de la epidemia.
La aplicación en cuestión fue introducida por el gobierno para controlar los movimientos de sus ciudadanos. En ella se vuelcan los datos personales y se registran los desplazamientos, de tal modo que las autoridades sabe en todo momento en qué ciudades o regiones has estado. En función de tu nivel de riesgo, la aplicación muestra tres colores: verde, todo en orden; amarillo, cuarentena de dos semanas; y diarojo, alta probabilidad de contagio.
En el momento del reportaje, Fandos se encuentra en cuarentena forzosa, limitada a su comunidad de vecinos. "Hace menos de catorce días salí de mi distrito para ir a Pekín", narra, "por lo que se me ha generado un código amarillo en la aplicación". La capital es zona de riesgo, lo que implica una elevada exposición al coronavirus (pensemos en Lombardía o en Madrid). Si has estado allí, por precaución, quedas confinado en tu casa.
"El código de colores empezó en mi ciudad", desarrolla Ferrández, "y se ha extendido a muchas más provincias. Tienes que enseñarlo en cualquier transporte, y en algunos locales pueden pedírtelo, como en los bloques de viviendas". No es su caso. Sus movimientos no están restringidos. "Yo puedo entrar y salir de mi edificio en cualquier momento, coger el transporte público y moverme entre regiones, excepto Hubei".
La severidad de los controles varía en función de la región. En Tianjin, por ejemplo, Fandos tiene que enviar un informe a las autoridades de su temperatura corporal e informar de sus movimientos: "Si hemos ido al supermercado, si hemos cogido el metro, lo que sea. Hay que informar". Allí a la entrada del metro hay incluso "controles de mascarillas", donde un operario les hace una foto previo paso por los tornos.
La idea de controles tan exhaustivos e invasivos para con la privacidad personal, sugiere Ferrández, es sencilla: "En el caso de que te infectes, pueden trazar tus movimientos y encontrar a la gente que estaba en el mismo lugar a la misma hora". No es una trivialidad. Una de las claves que permitieron a Corea del Sur batallar con tanto éxito la epidemia fue la búsqueda exhaustiva de infectados, de los lugares que habían frecuentados y de los contactos sociales que hubieran mantenido.
Medidas sanitarias e impacto personal
El coronavirus no sólo ha impuesto medidas coercitivas, sino que también ha transformado los hábitos diarios de millones de ciudadanos chinos. "Si no llevas mascarilla no te van a dejar entrar en ningún lugar", apunta Ferrández. "Aquí los complejos de viviendas están gestionados por empresas y tienen a muchos trabajadores en plantilla, entre ellos gente de seguridad que ahora se ocupan de la toma de temperatura y de asegurarse de que estás registrado como residente".
Nadie puede entrar desde el exterior. Ni familiares ni repartidores. Nadie.
Hace algunos días, Ferrández publicó un hilo viral desde la cuenta de El Gato Chino donde explicaba algunas de las pequeñas rutinas que ha adoptado desde el inicio de la epidemia. "Presto mucha atención a la higiene de manos (lavado y desinfección) y a veces llevo guantes desechables cuando cojo una bicicleta compartida por la calle o cuando hago la compra en el supermercado".
Precauciones que se extienden al interior del hogar. Desde una limpieza frecuente de la casa, "con lejía", hasta un lavado "diario" de la ropa con la que ha salido a la calle. "Los zapatos siempre se dejan a la entrada de casa, es una costumbre que ya había asimilado y que en este caso también ayuda", añade. Precisamente durante los últimos días se ha viralizado en España dejar los zapatos en la puerta, medida que el gobierno ha desestimado.
Pero ante todo, las restricciones, el confinamiento y el estado de alarma generalizado en todo el país están pasando una factura psicológica a sus habitantes. "Llevo mes y medio en estas condiciones y nadie sabe cuánto va a durar", confiesa Fandos. "Los colegios van a ser las últimas instalaciones que vuelvan a abrir y yo trabajo en uno. Hace un mes que doy las clases online, y el Ministerio de Educación no ha dado ninguna noticia de reapertura en los centros, por el momento".
Una situación difícil, lejos de casa, en un ambiente social enrarecido. Fandos lleva cuatro meses viviendo en China, donde se mudó tras obtener el Máster de Profesora de Español para Extranjeros. "Se está haciendo imposible de soportar. Estoy acostumbrada a estar lejos de España, de hecho lo que quiero es trabajar en el extranjero, pero esto no es vida". Ahora afronta un dilema: regresar o quedarse y mantener su trabajo, pese a todo.
Circunstancia compartida por miles de españoles y residentes extranjeros en China, acrecendata por otro riesgo. Si se marchan no podrán volver. China está cerrando sus fronteras, tal y como han comenzado a hacer las naciones europeas o americanas, lo que complica la posibilidad de salir cuando se tiene en mente regresar en un futuro cercano. Un cierre que podría prolongarse durante meses.
No es el caso de Ferrández, cuya estancia en China se prolonga durante más de un lustro: "Al principio me aislé demasiado, y a los diez días empecé a sentirme un poco más bajo de tono de lo normal. Pero decidí empezar a salir a diario, a darme una pequeña vuelta aunque fuese, y la cosa mejoró. Lo de la vida social lo llevo bien. No soy una persona que requiera contacto con otros de forma continua y con mis amigos hablo por Internet".
Con todo, empatiza con casos como el de Fandos, confinada a su edificio. "Yo por suerte no tuve cuarentena, pero es un poco estresante. Entiendo que mucha gente lo esté llevando mal". Casos que en China se han convertido en la norma y que ahora han llegado a España, donde diversas iniciativas ya apuntan a los severos efectos psicológicos y emocionales que un confinamiento de dos semanas puede tener en los habitantes.
Si de algo sirven sus experiencias, en todo caso, es de advertencia y de lección: China sólo ha logrado frenar la curva y contener la epidemia tomando medidas extremadamente lesivas para los movimientos, las libertades y las rutinas diarias de sus ciudadanos. España afronta ahora una situación similar. Conviene ser consciente de los sacrificios.
Imagen: El Gato Chino