Los secretos, uno de los asuntos más importantes para nosotros como sujetos… y esa misma cosa de la que apenas podemos hablar. Los investigadores de la Escuela de Negocios de Columbia se quejaban de esa falta de información sobre uno de los temas socialmente más revelantes de nuestras vidas, aunque comprendían la naturaleza de esa ausencia de trabajos previos: un secreto deja de serlo si se lo cuentas a un puñado de científicos.
Un affaire, una traición de confianza y el odio al jefe: los secretos que todos llevamos dentro
En uno de los trabajos más significativos sobre el secreto de la historia, estos estudiosos han examinado hasta 13.000 secretos, combinando todos los que han aparecido en diez estudios previos distintos realizados a miles de participantes. Lo primero que aprendieron es que, de media, cada uno de nosotros carga con unos 13 misterios que no queremos revelarle a nadie, y de esos hasta cinco de ellos nos los llevaremos a la tumba antes de contárselos a otro.
De las 38 categorías de secretos que manejaba el equipo norteamericano vieron que los que aparecían más frecuentemente eran, por orden, el haber contado una mentira, haber herido a alguien, el uso de drogas, el robo, una traición de la confianza de alguien, la infidelidad sexual, un hobby inconfesable y el encubrimiento de la orientación sexual.
Como recogen en The New Yorker, los psicólogos manifestaban que hay un 47% de posibilidades de que uno de tus secretos sea una traición de la confianza de alguien, y que hay un 60% de probabilidad de que ésta traición implique haber mentido o haber cometido una infracción económica. Bajando de nivel, también hay un 33% de probabilidades de que hayas guardado un secreto de algo que se incluya en alguna de estas categorías: cometer un delito, ocultar una relación sentimental o estar descontento con tu trabajo.
El secreto actúa como las señales de límite de velocidad de tu cerebro
Pero la principal aportación de este artículo no ha sido la de cuantificar la aparición del fenómeno en nuestras vidas, sino que ha analizado el efecto de los secretos en nosotros mismos… cuestionando la forma en la que creemos que estos nos afectan.
Tradicionalmente un secreto se definía como algo parecido a “la inhibición u ocultación de información”. Es decir, estás con tus amigos, te preguntan que con quién estuviste anoche e intentas salir del entuerto al no querer que se enteren de la verdad.
Los de la Escuela de Negocios de Columbia creen que esto no explica bien la implicación del fenómeno. Ellos no se han centrado “en la ocultación en sí misma, sino en la intención de ocultarle algo a uno o más individuos. Proponemos que es la intención de ocultar y no la ocultación misma el aspecto central del secreto”. Es decir, que inmediatamente después de haber tenido esa cita que quieres ocultar ya estás elaborando una serie de posibles respuestas escurridizas o atajos para evitar que los demás desvelen tu secreto.
Precisamente por eso este grupo de investigadores que han acompañado a Michael Slepian ven esta actividad como mucho más farragosa que como se analizaba en estudios anteriores. En el fondo, “ocultar información” es lo que hacemos cuando discutimos de temas espinosos y sabemos que hemos de tener cuidado sobre cómo nos expresamos hacia ciertos temas, como ocurre cuando hablamos de política por ejemplo.
Sin embargo, convivir con un secreto (pongamos, por ejemplo, tener un trastorno alimenticio, un amante, una atípica orientación sexual o un fetiche sexual inconfesable) conlleva una constante monitorización previa de lo que van a ser nuestras conversaciones con los demás. Los investigadores indicaron, por cierto, que el grado de importancia de un secreto depende enteramente de la visión subjetiva del participante: hay para quien puede ser un mundo haber mentido a alguien y para quien no es tan importante haber sido infiel.
El principal descubrimiento de este cruce de estudios y análisis es que la gente piensa mucho más en sus secretos cuando está sólo (como trabajo de preparación) que cuando está en grupo, donde puede que el tema a ocultar termine por no abordarse.
Nuestros secretos moldean nuestra forma de relacionarnos con el mundo, son una serie de obstáculos que tendremos que vigilar mentalmente para evitar que sean descubiertos.
¿Y cómo se dieron cuenta de todo esto? Porque descubrieron que la gente, cuando hablaba de sus secretos, se comportaba como si fueran una carga. Literalmente. El mismo Michael Slepian en una estudio anterior, de 2012, encuestó a las personas según el grado de importancia de sus secretos y cómo de fácilmente podrían revelárselos a sus conocidos.
Después se les pidió a todos que definieran la lejanía de unas llanuras, la dificultad que intuían que causaría subirlas y otras cuestiones parecidas. Los que tenían secretos de poca importancia estimaron de forma mucho más amable las dificultades. Los que ocultaban cuestiones de mucho mayor peso tendían a describir un panorama mucho más hostil, montañas más altas y distancias irrealizables.
"Descubrimos que cuando la gente estaba pensando en sus secretos actuaban como si en realidad estuvieran abrumados por un peso físico", declaró Slepian a The Atlantic.