Ayer Facua advertía de que "el medicamento para niños Dalsy omite en su prospecto algunos efectos secundarios". Pese a que ellos mismos reconocían que no se trataba de un problema sanitario serio, todos los medios nos hicimos eco de que uno de los medicamentos infantiles más usados tenía efectos secundarios que no aparecían en el prospecto.
La pregunta no se hizo esperar, ¿Cómo puede afectar esta polémica al uso del popular medicamento? ¿Cómo va a impactar en las consultas de pediatría? ¿Puede este problema tener un impacto negativo en la salud de los niños? Es pronto para saberlo, pero en los últimos años hemos visto otros casos en los que el principal problema sanitario ha sido la cobertura mediática.
Colesterol, efectos secundarios y Reino Unido: el caso de las estatinas
Hace un par de años hubo un importante debate sobre las estatinas, un fármaco contra el colesterol. En octubre de 2013, la British Medical Journal (una de las grandes revistas médicas) publicó un par de artículos que sugerían que los efectos secundarios de la medicación podían superar a los beneficios en los pacientes con bajo y moderado riesgo de enfermedad cardiovascular.
Saltaron las alarmas. Y con razón: en Reino Unido siete millones de personas usaban estatina de forma regular. El asunto fue creciendo poco a poco hasta marzo de 2014 cuando estalló en los grandes medios británicos.
Aunque algunos medios como el Telegraph ("Por qué he abandonado las estatinas para bien") defendieron la opción de dejar de tomarlas, la mayoría no lo hicieron. The Guardian tituló "El miedo de los médicos a las estatinas puede costar vidas, dicen los investigadores" y el Daily Mail, "Las estatinas NO tienen efectos secundarios mayores".
Al final, las aguas volvieron a su curso y las estatinas no dejaron de recetarse en ningún momento. De hecho, el NICE (el organismo encargado de marcar las directrices clínicas en Reino Unido) amplió la población a la que se podía recetar estos medicamentos. Pero el debate público sobre los costos y los beneficios de las estatinas tuvo sus consecuencias. Entre un 11-12% de las personas que tomaban estatina dejaron de hacerlo como consecuencia, directa o indirecta, del ruido mediático. Gente que, en la mayoría de los casos, necesitaba la medicina.
La compleja relación entre la información y la salud
Este argumento, con distintos personajes y localizaciones, se repite cada cierto tiempo. En Nueva Zelanda, la cobertura mediática de unos efectos adversos tras el consumo de Eltroxin (un medicamento tiroideo) hizo que aumentaran los casos de efectos adversos en la población. Pero sólo aumentaron los problemas que se habían explicado en televisión. En Australia, después de que los medios del corazón dedicaran una semana a discutir el posible cáncer de mama de Kylie Minogue, se siguieron seis semanas en las que las consultas por sospecha de cáncer en mujeres en la treintena se dispararon.
Por ahora, es imposible saber qué efectos tendrá la polémica del Dalsy sobre su uso, ni la presión que puede añadir a las consultas de pediatría. Y, dejando claro que todo indica que Facua tiene razón, todos estos casos nos deben hacer pensar sobre cómo comunicamos información sanitaria. Y no sólo los medios, que también, sino la sociedad en su conjunto.
Hoy, el papel de los medios (prácticamente) ha desaparecido, la información corre a través de cuentas de Twitter, muros de Facebook y grupos de Whatsapp. Y al final del día, estas cosas acaban afectando siempre a los más débiles. No está de más reflexionar sobre ello cuando colaboramos en generar ruido sobre asuntos que son de vital importancia. Porque la credibilidad es una de esas cosas que no suele tener marcha atrás.
Imágenes | BMJ
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