Efectivamente, el Ministerio de Sanidad publicó hace unos días la última entrega del Informe de Farmacovigilancia sobre vacunas Covid-19 y, en él, se explicaban los principales efectos secundarios que se habían encontrado con la tercera dosis de Pfizer y Moderna. El segundo más común de la primera y el primero de la segunda son, esencialmente, el mismo: la pirexia.
¿Pirexia? ¿Cómo qué 'pirexia'? ¿Qué es la pirexia?. Así dicho, 'pirexia' suena grave. De hecho, es probable que la mayor parte de gente que ha sabido estos días de ella no lo haya hecho leyendo el informe del Ministerio, sino a través de todos los medios que se han lanzado a explicar los detalles y pormenores de una sintomatología como esta. Pues, el sonado "efecto secundario de la tercera dosis de la vacuna" es fiebre. Solo fiebre. Nada más que fiebre.
Es decir, el mismo que había afectado al resto de dosis y que, en términos generales, afecta a la inmensa mayoría de vacunas del mundo. La fiebre es, de forma natural, la primera respuesta visible del sistema inmunitario y, por eso, muchas vacunas que inciden sobre él, la provocan. La pirexia, lo miremos como lo miremos, no tiene más misterio. Sí, después del pinchazo, se puede sufrir fiebre.
La viralidad (de lo que queda) del coronavirus. Lo que sí tiene más misterio es por qué, cada cierto tiempo, términos técnicos propios de la jerga médica colonizan partes enormes del debate pandémico sin más motivo aparente que el hecho de que "suenan llamativos". Y digo que tiene "misterio" no tanto porque no entienda la lógica que la viralidad y los bandazos de preocupación social en torno al coronavirus imponen a la cobertura mediática sobre la pandemia; sino porque durante estos años hemos vivido un boom del periodismo científico y sanitario que ha generado dinámicas muy positivas.
¿Saldremos mejores (informativamente hablando)? Sin embargo, ahora que la pandemia va camino de diluirse como problema social y empezamos a ver síntomas claros de que nuestra conducta comunitaria está volviendo a la normalidad, no está claro qué quedará de ese esfuerzo de información científica en tiempo real.
Reinventar la comunicación científica (después del coronavirus). No soy muy optimista, si os soy sincero. Y no lo digo desde esa especie de pedestal moral que solemos usar en la profesión periodística. No soy muy optimista porque sufro las tensiones del medio informativo como cualquier otro. El negocio de los medios es, esencialmente, un negocio de atención. Durante estos años la información científica y sanitaria ha acaparado una cantidad enorme de esa atención, pero (poco a poco) vamos camino de volver a ocupar el mismo lugar de antes de la pandemia.
Eso nos va a obligar a tener que reinventar la forma en que hacemos este tipo de información y a asumir que, pasado lo peor de la pandemia, no podemos agarrarnos a la viralidad para seguir en el centro del debate. Sobre todo, porque como ocurre con la meteorología, esa viralidad es "pan para hoy" y falta de credibilidad para mañana.
Imagen | Domine Jerome/AP
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