Ella nació en Austin, pero lo suyo con el ARN había empezado en Harvard. Y en 2008, había aterrizado por casualidad en el laboratorio de Jennifer Doudna justo antes de la gran revolución. Unas semanas antes, había suspendido en un examen precisamente por una pregunta sobre CRISPR. No había escuchado esa palabra en su vida.
Quién se lo iba a decir. El sitio adecuado, el momento oportuno, las personas indicadas y la ciencia necesaria. Eso, un poco de suerte y mucho trabajo. "Solo" se necesita eso para convertir a una estudiante de posgrado que no sabe qué es CRISPR en una de las personas clave de la gran revolución biotecnológica actual. Esta es la historia de Rachel Haurwitz.
El "golpe de suerte"
Haurwitz insiste mucho en su "golpe de suerte". Llegó al edificio de aquel laboratorio de Berkeley para hacer su tesis doctoral, pero la verdad es que no tenía muy claro qué hacer. Fue la misma Doudna (premio Albany, premio Princesa de Asturias y premio Breakthrough) la que le explicó qué era eso del CRISPR y la puso a trabajar en el tema.
En ese momento, no era mucho más que el curioso sistema inmunitario que Mojica había encontrado en Santa Pola. Pero rápidamente se dieron cuenta que lo que había ahí era una mina: no sólo ellas, decenas de grupos de investigación se abalanzaron sobre CRISPR cuando se vislumbró su potencial. Y no, no es una forma de hablar.
El descubrimiento del llamado "bisturí genómico" (una técnica que aprovechando un primigenio sistema reparador de ADN propio de las células nos pemrite editarlas casi a placer) nos llevó a una batalla legal e industrial sin precedentes en la que estaba en juego un mercado de 46.000 millones de dólares y el futuro de una de las biotecnologías más versátiles del mundo. Y todo muy rápido, cuestión de meses.
Por eso, era inevitable que, conforme se iban descubriendo posibles aplicaciones, Doudna y Haurwitz comenzaran a discutir sobre las posibilidades comerciales de todo aquello que tenían entre manos. En 2011, la cosa era tan evidente que Doudna y Haurwitz se asociaron con otros dos investigadores para fundar Caribou.
Mucho trabajo
En los últimos años, las spinoffs han surgido como setas en la Universidad. En muchos casos, es una vía fácil para aprovechar los enormes recursos de las universidades sin casi riesgo. Pero hay veces que algunas triunfan. Gatorade, por ejemplo, surgió en la Universidad de Florida y aún hoy, en manos de Pepsi, es una de sus principales fuentes de financiación.
Rápidamente, surgió un problema. Ahí había grandes investigadores, pero ninguno quería dejar la Universidad. Haurwitz tuvo que tomar una decisión: lanzarse a liderar al proyecto conllevaba, casi seguramente, abandonar la carrera investigadora, dejar la Universidad ahora que acababa de llegar. Y, ni corta ni perezosa, dio el salto, se convirtió en CEO de la empresa y empezó a trabajar en ella a tiempo completo en cuanto terminó el doctorado.
La primera oficina de Caribou la instalaron en el sótano del mismo edificio donde estaba el laboratorio de Doudna. No tenía ventanas, ni llegaba la cobertura del móvil, pero estaba todo por hacer. Ahora, diez años después, son casi 50 empleados y un laboratorio puntero. Con un acceso privilegiado a las últimas líneas de trabajo en CRISPR, su última ronda de financiación ha recaudado más 30 millones de dólares.
Caribou o el futuro en manos de menores de 35 años
Caribou empezó siendo "una plataforma tecnológica" con cuatro áreas principales: terapéutica, investigación, agricultura y biología industrial. Sin embargo, el desarrollo posterior la llevó por otros caminos. Hoy por hoy, no se enfoca a la terapia.
Tiene colaboraciones en proyectos médicos, pero su trabajo se centra en donde puede causar más impacto: usar la herramienta en biotecnología, agricultura, biología industrial y campos similares. Ahí, en un área donde los desarrollos pueden llegar a la vida real más rápido, Caribou tiene importantes proyectos con los grandes del sector como DuPont, Novartis o Genus.
De esos proyectos de colaboración son especialmente interesantes estos últimos. Genus es una de las empresas pioneras en el 'mejoramiento' genético de animales orientados a producir más carne y leche. Ya deciamos que el salmón AquAdvantage no iba ser el último.
Por otro lado, la colaboración con Novartis no solo se orienta al uso de CRISPR como técnica para desarrollar nuevos medicamentos, sino que el gigante suizo invirtió en el capital de la empresa californiana. Las grandes empresas farmacéuticas empiezan a tomar posiciones en este mundo que se abre, pero que (con esfuerzo) sigue siendo explorado por las pequeñas empresas.
Y entre ellas, Caribou es el mejor ejemplo. Eso ha hecho que Haurwitz sea una habitual en las listas de jóvenes prometedores, en las galas de premios y en los medios especializados: se trata de la némesis del fraude de diez mil millones de dólares que protagonizó Elisabeth Holmes hace unos años.
Cuando hablamos de biotecnología, nos solemos centrar en los grandes investigadores y a menudo olvidamos a gente como Haurwitz. El tipo de gente que lleva a la práctica las audaces ideas de los científicos y lideran, muchas veces en la sombra, las verdaderas revoluciones científicas. Una vez resueltos los problemas legales, el desarrollo de CRISPR está marcando el desarrollo de toda la biotecnología y en ese futuro, Haurwitz tiene mucho que decir.
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