Rusia ni siquiera existe. La capital lo ha engullido todo. Por eso Rusia ahora se llama Moscovia, un eje capitalcentrista sobre el que orbitan los demás fueros, que malviven hacinados en puestos fronterizos, pegados a las oxidadas líneas del ferrocarril. El río Volga parte en dos ese cosmos. La guerra civil se ha saldado con la derrota del pueblo. El resultado es evidente: del feudalismo a la monarquía. Vuelve la realeza y el desequilibrio absoluto de poder: un ficticio imperio zarista sitiado en Moscú presume de haber resurgido como un fénix… mientras siguen lloviendo cenizas sobre el resto de poblaciones.
Este es el marco político-social de ‘Outpost’, primera parte de la nueva y monolítica novela de Dmitri Glukhovsky, el popular autor ruso conocido por ‘Metro 2033’ y sus posteriores secuelas. Traducida al español por primera vez por Joan Josep Mussarra Roca para Minotauro, para muchos este ya es el cenit del autor. De hecho, esto es algo que apreciará cualquier lector que conozca sus anteriores libros. El estilo profético entre lo político y lo filosófico encaja sin pesar, sin forzar.
Outpost, Metro fuera del metro
El joven Egor a duras penas recuerda nada anterior a la catástrofe, aunque su oído siempre ha sido infalible para los desvelos. Se pasea con su longboard y su guitarra. Busca un iPhone para su amada, porque el original se ha muerto. Un ancla de un tiempo pasado, más civilizado y modernista. Él tiene 17 años, ella, Michelle, 23. Es un chaval sin apenas educación, hijo adoptivo de Polkán, jefe del puesto de control, y Tamara, una gitana inmigrante. Segundos matrimonios, de conveniencia o pura demanda social casi siempre.
Todos viven como buenamente pueden, con lo puesto y las sobras que los chinos les hacen llegar, mirando con recelo al otro lado del puente. El puente que nadie cruza. Un fango verde de un agua estancada, pestilente, una niebla impenetrable, te echa para atrás cualquier deseo. Muerte. Hasta que alguien cruza un buen día, mientras reza letanías. Daniil, un antiguo párroco, sordo e iletrado, que huye en su trance de un asalto con la máxima violencia. Es la primera vez que sucede y cuando Moscú se entera manda a todo un destacamento para estudiar la situación.
El joven Egor a duras penas recuerda nada anterior a la catástrofe, aunque su oído siempre ha sido infalible para los desvelos
Así arranca, a grandes rasgos, las primeras páginas de esta nueva saga. Vuelve la ciencia ficción sobre ambiente postapocalíptico sobre la capa de la crítica social sobre las reflexiones filosóficas que brotan de las eternas preguntas. Una novela de una sutileza abrumadora con un compromiso político venerable.
El joven Egor —o Yegor, como puede leerse en algunas ediciones—, es más carismático que Artyom, el protagonista de ‘Metro 2033’ y ‘2035’ y su universo no está tan poblado de bestias explícitas. Al fin y al cabo, no hay mayor monstruo final que un puñado de humanos podridos de maldad ante la amenaza de un invierno nuclear.
Más allá de un mundo en ruinas, ‘Outpost’ también sabe resonar con bromas. Una comedia socarrona paralela al hecho de estar ante el fin de la civilización. Recuerda a ‘Fargo’, a la literatura que deja respirar sin tomarse demasiado en serio. Como una copla silbando por la radio en mitad de nuestra Guerra Civil. Su narrativa es un recordatorio constante de la fragilidad de nuestra existencia… y también de nuestra capacidad para resistir y superar las adversidades más enfermas.
Para los fans del autor, es importante recordar que ‘Outpost’ no forma parte del universo ‘Metro’, aunque sí comparte ciertas formas estilísticas y hasta se aprecian algunos guiños que dan a entender que estamos ante una saga precuela. Y también conviene no confundir este ‘Outpost’ con ‘The Outpost: America’, una novela gráfica basada en el universo ‘Metro 2033’ encuadrada en los Estados Unidos.
En cualquier caso, si en ‘Metro’ salir al exterior se asumía como un clímax final, una ascensión tan costosa como Zagreo escapando de la morada de Hades, bajar a él se apunta aquí como una derrota, como agachar la cabeza ante lo inevitable. Por el camino, conciertos de guitarra, duelos y algún que otro despliegue de misticismo. Un tour de force literario en toda regla.
El mejor retorno de Dmitry Glukhovsky
Dmitry Glukhovsky, periodista político de formación —estudió periodismo y relaciones internacionales en la Universidad Hebrea de Jerusalén—, es una apuesta segura. Hasta sus relatos más aburridos poseen una prosa rápida, una narración oficiosa, un talento innato. Nació para escribir, cuando nació en Moscú hace no tanto, en 1979.
Pero los primeros capítulos de ‘Metro 2033’, la novela convertida en videojuego, en cómic y en serie de televisión este próximo 2024, acabaron colgados en su propio blog. Era el verano de 2002, mientras trabajaba para EuroNews en Lyon. Lecturas gratuitas, harto de recibir una negativa tras otras de todas las editoriales. Le faltaba madurez, decían. Y así fue durante tres años. Entretanto pagó facturas trabajando como freelance para Russia Today.
El universo Metro cuenta actualmente con unas 100 obras derivadas, menos de la mitad escritas por amateurs
Pero el magnetismo de esa novela era imparable: esas canciones, mitos y religiones, las distintas tribus urbanas y clanes, el lore que fue organizando desde su adolescencia —comenzó a redactar a los 17— convirtió la novela en un fenómeno. Una editorial llamó a la puerta, con dos condiciones —una era que, por favor, no matara al protagonista—. Y en apenas un lustro su alegato filosófico vendió casi dos millones de ejemplares en todo el mundo. El universo Metro cuenta actualmente con unas 100 obras derivadas, casi la mitad escritas por amateurs.
Glukhovsky convirtió la vasta red de metros de Moscú en el escenario del fin del mundo y el mundo se rindió a sus encantos. Hoy, la trilogía ‘Metro’ ha sido traducida en todo el mundo a decenas de idiomas y hoy es uno de los escritores rusos más leídos en todo el mundo, pero no ha servido para salvarlo del castigo nacional. En la actualidad, Glukhovsky vive en el extranjero mientras está siendo juzgado en Moscú in absentia. Se enfrenta hasta a 15 años de prisión. Acusado de difundir información falsa, de difamar sobre su gobierno, sus libros actualmente son inencontrables en librerías y bibliotecas de su propio país.
Glukhovsky no salpica sino que golpea sus novelas con fuertes consignas antipolíticas, intentando desacreditar los mitos de la propaganda nacionalista
Como fuera, Glukhovsky no ha cejado esfuerzos: no salpica sino que golpea sus novelas con fuertes consignas antipolíticas, intentando desacreditar los mitos de la propaganda y su efecto destructivo sobre el pueblo ruso. Para Glukhovsky, las mentiras y el reinado del terror de Putin está desintegrando la identidad mental de la verdadera Rusia, la civilización que nunca ha sido libre del todo. El Estado seduce a los jóvenes con poder y dinero, mitos patrióticos que están muy lejos de la verdadera guerra de poderes. Esa es su clase magistral: recordarle al pueblo lo que importa, que no es otra cosa que el pueblo mismo.
En conclusión, lo mejor que puede decirse de Glukhovsky es un incapacidad para esconder sus intenciones bajo la alfombra o enmarcararlas bajo la sátira o el simbolismo. Estudia las estructuras sociales con vocación humanista. ‘Outpost’ es la consagración de esto mismo. Puedes ignorar por completo su mensaje y funcionará como perfecta novela postapocalíptica. De hecho, 'Outpost' es una obra imprescindible para cualquier erudito de la literatura postap.
Su prosa evocadora, su trama intrigante y sus reflexiones profundas sobre la condición humana la convierten en una lectura de primer orden. Sin embargo, verdadera capacidad reside en lo que narra entre líneas: un himno a la resiliencia humana, pero no a cualquier coste. Un lienzo de lúgubres y desolados parajes, pero también de promesas que brillan como mármol recién encerado. Desesperación y esperanza. Un delicado equilibrio que, en último término, forja las claves no solo del buen suspense, sino de la buena literatura.
Imágenes | Planeta de Libros
Imagen de Dmitry Glukhovsky | Michael Förtsch // Zufallsfaktor para Wikimedia
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