En la seminal ‘Dark City’ (Alex Proyas, 1998), película tan madre de ‘Matrix’ como hija de ‘Brazil’, se dibujaba una ciudad puesta ante nuestros ojos como una gran ficción, una construcción modular que, como en un gigantesco libro pop-up, plegaba sus calles por la noche. Allí la frase «echar las calles» cobraba literalidad aterradora. En las tres películas se repite una sombra que persigue a los personajes: la alienación. Una sociedad diseñada a partir de patrones aritméticos y no fundamentada en la libertad que otorga la creatividad. Una sociedad esclava de su propia eficiencia.
Este es un tropo habitual de la literatura distópica, desde ‘Un Mundo Feliz’ hasta ‘El Proceso’. Las rutinas se transforman en monstruos que nos devoran y sólo dejan una cáscara que va y viene todos los días al trabajo, a su mesa, su cubículo, durante 30 años. Pero existe una forma de enfrentar esta losa: ¿y si nuestro puesto de trabajo nos preguntase cómo y cuándo nos gustaría encarar nuestras responsabilidades?
The Edge: el edificio inteligente
The Edge ha sido calificado como el lugar de mayor sostenibilidad del planeta: un 98,4 por ciento
‘The Edge’ es parte de lo que conocemos como smart buildings, espacios interactivos y adaptativos, arquitectura viva e inteligente. El edificio conoce la procedencia de cada uno de sus trabajadores, la matrícula de sus coches, si están libres u ocupados en una reunión, la cantidad del azúcar preferida con el café, la temperatura ideal y hasta la disposición favorita de la mesa respecto a las ventanas de la oficina.
Por otro lado, también mide los niveles de eficiencia, de energía y gasto calórico, pudiendo, según palabras de Coen Van Oostrom, CEO del proyecto OVG Real Estate, «retirar la mesa de trabajo cuando el cuerpo comunique al ordenador que empiezas a estar cansado». Todo gracias a una app en permanente actualización.
Combatiendo la apatía laboral
En el quinto capítulo de la primera temporada de House of Cards —llamado así mismo, “Chapter five”— aparece un escenario que habla de la brecha entre lo viejo y lo nuevo, el insalvable abismo entre la prensa octogenaria y los medios de comunicación nacidos al amparo de Internet. Pero se ejemplifica más allá de lo obvio: el personaje de Zoe Barnes abandona su empleo en el periódico ‘The Washington Herald’, acuñado en un proceder clásico, a favor del ‘Slugline’, una cabecera rebelde con aires de startup.
El edificio puede retirar la mesa de trabajo cuando el cuerpo comunique al ordenador que empiezas a estar cansado gracias a una app
Las nuevas empresas no atienden al inmovilismo clásico, sino que mutan diariamente según el ánimo de sus empleados. El mobiliario ejemplifica la metrópoli de procedencias de cada trabajador; cada mesa es un nicho privado y volátil, y el núcleo global apela a un rendimiento de nodos, donde todos sumen, contra el rígido control desde un punto centralizado.
Esto es una tendencia al alza: no se trata de tolerar llevarse a la mesa de trabajo los retratos de los niños, sino que la mesa en sí misma no exista. Porque habrá quien rinda mejor de pie. O directamente sentado en el suelo. Hace años que algunas oficinas japonesas sustituyeron las sillas y los grandes tableros por tatamis y mesillas de té.
Empleados administrativos del ámbito público o privado, personal de banca, inmobiliario y empleados de servicios empresariales como asesores o abogados componen todo un estrato de personas sentadas durante 8 horas, o más, en pos de un rendimiento que, como han demostrado iniciativas europeas, no son la mejor herramienta posible.
Aunque en el marco legal, sobre el papel, podría decirse que Reino Unido encabeza la jornada de media laboral semanal con unas 42,3 horas semanales, la realidad es que en España batimos todos los récords en horas extra no remuneradas. Y esto casi siempre redunda en un progresivo agotamiento, un rendimiento errático, descontento general. Sumemos los malos hábitos de alimentación y sueño y tendremos el marco ideal para el presentismo: asistir al puesto pero rendir poco o nada.
Por otro lado, nos enfrentamos a las duraciones a largo plazo. Volviendo al ejemplo del principio, en el mismo capítulo de 'House of Cards', tras una larga conversación la nueva jefa de Zoe le pregunta, ¿de verdad esperas estar aquí dentro de dos años? La duración de los contratos en España ha pasado de 137,7 días de media en 2010 a 57,7 días en 2015 según este informe. El trabajo basura comprende, por otro lado, una serie de inseguridades que espolean las apatías anteriormente citadas.
Una oficina que ahorra por ti
Las máquinas del gimnasio transforman en energía el ejercicio de los empleados
El proyecto de Coen Van Oostrom se trata, por tanto, de un espacio que no contempla al empleado como un número, sino como una partícula colaborativa pero independiente. Situado en Amsterdam ‘The Edge’ es, además, un pulmón verde. De acuerdo con la agencia británica BREEAM ha sido calificado como el lugar de mayor sostenibilidad del planeta: un 98,4 por ciento. Los holandeses dicen a esto «Het Nieuwe Werken»: una nueva forma de hacer las cosas.
Para lograr estos números, hacia los exteriores laterales y superiores, las paredes están cubiertas de placas: 2.000 metros de paneles solares de alto rendimiento. Los vehículos se alimentan de este suministro energético. Pero hay más: las máquinas del gimnasio transforman en energía el ejercicio de los empleados. Los 2.500 trabajadores de Deloitte hacen de este edificio un paraíso de sostenibilidad, una inteligente forma de aprovechar hasta la última gota de energía creada.
Cómo lograr que el trabajador gane en salud trabajando
Decíamos más arriba, que la no-dinámica de trabajar sentado es una de las principales losas intelectuales de la actualidad. Ya apuntaban los peripatéticos: “las ideas fluyen a través del movimiento”. «En el momento en el que se empiezan a mover mis piernas, mis pensamientos empiezan a fluir», escribió el novelista Henry David Thoreau. Friedrich Nietzsche fue más contundente: «todas las verdaderas buenas ideas se concibieron caminando». Pero también es asunto de salud pública.
"Una de las cosas más importantes para nosotros es que la gente que viene al edificio por la mañana y se va por la tarde, se vaya en mejor forma de la que llegó", Oostrom
Éste del British Journal of Sports Medicine es uno de tantos estudios que han demostrado la evidencia científica: los trabajadores sedentarios tienen más del doble de probabilidades de desarrollar diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares.
‘The Edge’ es un edificio que se preocupa por sus empleados. Como explica Oostrom, «una de las cosas más importantes para nosotros es que la gente que viene al edificio por la mañana y se va por la tarde, se vaya en mejor forma de la que llegó». Ya conocen la máxima latina del equilibrio mente-cuerpo. Para aplicarla, cada planta del edificio dispone de una cocina con ingredientes listos para una cena sana. Como pueden ver en el vídeo de más arriba, cada empleado se prepara su propio tentempié a base de alimentos saludables.
La tecnología al servicio de la sostenibilidad
Los casi 30.000 sensores repartidos por todo el edificio actúan como células de un gran organismo vivo, promoviendo el rendimiento y la eficiencia. Detectan en qué lugar se encuentra cada trabajador, a qué hora entra y sale. No está exento, por tanto, de un exhaustivo seguimiento que puede asomar en una oscura arista de sobrecontrol, un Big Brother por las bravas. Pero aparquemos la paranoia para el final.
Según el propio Oostrom, mediante esta big data se logra organizar el propio edificio. Como añade: «en los Países Bajos hay mucha gente que no trabaja los viernes. Por tanto, el gestor del edificio tiene la posibilidad de liberar una planta donde nadie trabaje los viernes, así esos días no hay que caldear esa planta, no hay que calentarla». Y así, se cumple la máxima de no simplemente generar energía suficiente para subsistir, sino evitar los excesos que redundan en malgasto.
Por otro lado, la iluminación corresponde a paneles LED súper eficientes construidos por Philips específicamente para ‘The Edge’. El gasto es tan escaso y está tan optimizado que toda la red eléctrica, los controles de temperatura, humedad o las redes WiFi se regulan y obtienen de las propias fuentes que produce el edificio. Como un gran cerebro artificial, todo está conectado digitalmente.
El gasto en electricidad es tan escaso y está tan optimizado que toda la red eléctrica, WiFi y otros sistemas se regulan y obtienen de las propias fuentes que produce el edificio
La arquitectura es, desde luego, elemento clave: el atrio central, de 7 metros de altura, es un espacio completamente diáfano alimentado de luz natural. El edificio entero está orientado y ligeramente inclinado hacia la aurora; no existe apenas opacidad gracias a los amplios paneles triangulares de vidrio. El sistema de ventilación eleva el aire cálido y lo exhala desde el techo, purificando y creando un circuito de ventilación natural, modificando la temperatura según la configuración programada.
Y el garaje es otro núcleo completamente automatizado: cuando se llega al edificio, una cámara toma una foto de la placa de matrícula y, mediante los registros asociados al dueño, levanta el acceso. Además, el garaje está compuesto tres a uno por bicicletas, el resto para vehículos eléctricos con sus respectivos puntos de carga.
Desde Amsterdam con proyección internacional
Dice Oostrom que «su objetivo es crear un edificio pleno y autosuficiente que pueda ser reproducido en cualquier otra parte del mundo». Una cuarta parte del edificio no dispone de escritorios —de hecho hay 1.000 mesas para 2.500 empleados—. Son simplemente espacios para respirar y reunirse, para comunicarse y nutrirse de las ideas de los compañeros, compartir progresos, etcétera. Los escritorios dejan de estorbar cuando no son necesarios, dando paso a sillones, salas de juegos, barras de café con máquinas expresso, o pantallas planas desde donde poder mandar y recibir información, sincronizando los progresos.
Una cuarta parte del edificio no dispone de escritorios. Hay 1.000 mesas para 2.500 empleados
Esta idea, que quizá nos suene demasiado a cuento de hadas, es simplemente la punta del iceberg. Explicaba Erik Ubels, director de información de Deloitte en los Países Bajos, en este artículo, que estas innovaciones tienen un precio. Se tarda 8,3 años en recuperar la inversión. Sin revelar cifras, una inversión a 10 años vista es demasiado para un gran segmento de empresarios. Pero Ubels se muestra optimista: «merece la pena intentarlo. Quien tenga éxito será una de las compañías más exitosas en el mundo». Y esto se debe a que, a partir del punto de rentabilidad, todo son beneficios.
¿Conectados, sometidos o ambos?
Igual que asumimos al smartphone como una extensión de nosotros mismos y, por ende, una peligrosa arma de dependencia y hasta enfermedad, como la nomofobia, este concepto de humanos conectados a máquinas y, a su vez M2M —máquina a máquina, donde se da un intercambio remoto y constante— propone una serie de interrogantes. ¿Si el flujo no es constante, por algún tipo de avería o pérdida de capital humano, se desmoronará todo como un castillo de naipes?
Por otro lado, los trabajadores puede disfrutar de un entorno más socializado, pero esto impone una exposición constante. ¿Qué hacemos con el compañero retraído que trabaja mejor totalmente aislado? El perfil privado, la parte anónima de nuestra vida queda demasiado relegada y, en cierta medida, diríase que pasamos de ser esclavos del trabajo a esclavos de esa electrónica. Una línea difícil de dibujar.
¿Seremos más libres gracias a la tecnología o prisioneros, en tanto la convirtamos en parte indivisible, esencial, de nuestro trabajo?
Los cimientos de ‘The Edge’ asoman en su conjunto como estamento sociopolítico: no son unas paredes de ladrillo con tripas de Transformer, son toda una forma distinta de entender el esquema laboral, el organigrama de cómo nos relacionamos con nuestros superiores, compañeros, y la propia tecnología a la que damos servicio y servimos.
Es interesante hacia dónde se dirigen las smart cities, ese all connected, por este mismo constructo: ¿seremos más libres gracias a la tecnología o prisioneros, en tanto la convirtamos en parte indivisible, esencial, de nuestro trabajo? La profética ‘Brazil’ (Terry Gilliam, 1985) no dejaba lugar a dudas: la gigantesca máquina burocrática se mueve tan rápido, tan arrolladora y opresiva, que paraliza cualquier concepto de humanidad a largo plazo.
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