Mi Tesla aparca frente al inmenso centro comercial y la agradable voz de mi asistente virtual me despierta: “Ya hemos llegado. Acuérdate de comprar el regalo a Julia en la sección de deportes en la duodécima planta. Diviértete”.
Entro en esa monstruosidad de edificio de más de veinte pisos que ocupa casi seis manzanas. Subo en un ascensor y pronto me asaltan cientos de anuncios. En el año 2054 la gran mayoría de la población llevamos integrada una pantalla en nuestras retinas que inunda todo nuestro alrededor de realidad aumentada (hay que ver este corto para entenderlo bien).
Bellísimas azafatas holográficas me ofrecen probar embriagadoras fragancias, precisas formas geométricas que flotan en el aire anuncian relojes suizos y una joven en bikini se pasea por una fantástica playa persiguiendo una pelota para ofrecerme los servicios de un tour operador. El agua del mar salpica mis zapatos y yo, instintivamente, aparto los pies. Un segundo después me rio por mi torpeza: el agua virtual no moja.
Entonces decido activar mi EMIC (Estimulador Magnético de Calignosia Integrado): una serie de pulsos magnéticos estimulan mi cerebro y me hacen totalmente insensible a la belleza física de los seres humanos. Tengo prisa y no quiero que nada me distraiga (menos aún que me incite a comprar algo). Solo quiero llegar al piso doce, comprar el regalo para Julia e irme pronto a casa.
De vuelta, en el coche visualizo un mitin político. En mi Tesla puedes reclinar los asientos hasta dejarlos horizontales y el techo se convierte en una pantalla de cuarenta pulgadas. La oradora es Helena Friedman, la portavoz del Partido Popular dando uno de sus últimos discursos antes de las elecciones. Va a arrasar. No tiene rival. En el 2054 solo compiten en España dos partidos políticos: el PP y el P-P (Partido menos Popular).
La izquierda no existe ya que se destruyó a sí misma en las primeras décadas del siglo. Entonces, para dar apariencia de democracia, el propio PP creó el P-P, con que el que se bate en cada elección y al que siempre propina una soberana paliza. Todo el mundo sabe que el sistema es una pantomima pero, aun así, a todo el mundo le encanta despotricar continuamente sobre la última mentira o escándalo de corrupción del P-P. Tenemos nuestros orwelianos dos minutos de odio. La política es un entretenimiento tan saludable como el fútbol.
Helena Friedman es una mujer imponente. No es bella en el sentido de una actriz de Hollywood pero tiene algo que la hace irresistiblemente atractiva. Posee una voz profunda, grave, pero a la vez, y no sabría explicar por qué, resulta dulce y cariñosa. Es como la de una madre severa pero sacrificada por sus hijos. Cada palabra que sale de su boca resulta totalmente creíble. Sus gestos, su entonación, la cadencia con la que gesticulan sus manos, su mirada decidida… yo pondría la mano en el fuego a que esa mujer no está mintiendo, a que se puede confiar totalmente en ella.
Sin embargo sé que todo es mentira. Su discurso está filtrado por un software diseñado para crear ese efecto en los espectadores. Una red neuronal artificial examinó millones de discursos de políticos a lo largo de la historia reciente y los comparó con sus respectivos resultados electorales. Entonces fue seleccionando las características que tenían en común todos los discursos ganadores.
Con esa base de datos, se diseñó programa que realizaba un fine-tuning a cualquier discurso dado, corrigiendo y mejorando toda la puesta en escena del orador: tono, timbre, intensidad y altura de voz, gestos faciales: mirada (podía modificar la dirección de la mirada hasta tal punto de precisión que se controlaban incluso los movimientos sacádicos), movimientos de las cejas, boca (se podía hacer, por ejemplo, que el orador sonriera estando totalmente serio), hasta las aletas de la nariz podían expandirse y contraerse a placer… Resultado: la persuasión perfecta. Un discurso rancio y aburrido se convertía en una emocionante arenga.
Realmente, Helena Friedman había dado un discurso vacío y, prácticamente absurdo. Si analizabas exclusivamente el texto sin dejarte hechizar por la presencia de Helena, podías ver que todo era una sarta de obviedades vacías: “Lucharemos por la libertad… No nos rendiremos nunca… Entre todos construiremos un mundo mejor…”. El caso es que no importaba. El discurso estaba tuneado para eludir tus sistemas racionales e ir directamente a tu cerebro animal, a tus emociones primarias.
Helena era una madre para todos y la mejor líder que uno pudiese soñar. Todos la votábamos con devoción a pesar de que solo dijese estupideces. Hasta que llego aquel día.
A pesar de su aplastante éxito político, no todos estaban a favor de Helena y, en general, del sistema. Había un pequeño grupo de disidentes que se autodenominaban FLH (Frente de Liberación Hacker). Su actividad se centraba esencialmente en el terrorismo electrónico el cual, en estos tiempos, es muchísimo más dañino que las bombas. Pero esta vez pasaron a una táctica más defensiva: un sistema de estimulación cerebral que nos inmunizaba contra la persuasión: el DLC (Desconector del Circuito Límbico-cortical).
Era un instrumento muy sencillo. Poco más grande que una pila de reloj, lo introducías en tu oído y ya está. Automáticamente dejabas de responder emocionalmente al mundo. Te convertías, en cuestión de milisegundos, en un perfecto estoico: todo suceso que captaras sensorialmente te daba exactamente igual. Contemplar la ejecución de un millar de niños te perturbaba lo mismo que ver pelar una naranja: nada de nada.
No obstante, costaba acostumbrarse. El mundo, de golpe, se mostraba terriblemente incompleto. Era como si le hubiesen extirpado el alma, como si fuera un gigantesco zombi, una enormidad inerte. Era como si todo hubiera perdido su color, su chispa, su gracia. Era difícil de explicar. Por poner una analogía lo más clara posible, mirar a tu alrededor era como contemplar una foto antigua, en blanco y negro, de gente que no conoces Por eso a nadie le gustaba llevar el DLC durante mucho rato.
Pero su utilidad era clara. Si escuchabas cualquier mitin de Helena Friedman toda su magia desaparecía. El hechizo quedaba roto y solo te quedabas con sus palabras. Oír un discurso con el DLC puesto era exactamente lo mismo que leerlo en una hoja de papel. Y, claro esto, ahora cobrabas consciencia plena de la idiotez que suponía e, incluso, te sentías estúpido y culpable por haber votado a Helena alguna vez. Aunque siempre habías sabido que todo era una patraña, ahora era diferente. Quizá era el momento de cambiar el voto.
En las elecciones de febrero de 2055, el Partido Popular cosechó los peores resultados electorales de las últimas décadas, quedando, prácticamente, en empate técnico con el P-P. La revolución había comenzado.
El descubrimiento del inconsciente
La consciencia parece inundarlo todo. Miro en torno a mí y soy consciente de una increíble amalgama de formas, colores, sonidos, sensaciones… También soy totalmente consciente de lo que siento y pienso. La base de mi libertad, de las decisiones que tomo a cada segundo, tiene como condición de posibilidad una mente consciente.
En insigne matemático Blaise Pascal sostenía que la dignidad del ser humano era mayor que la del propio universo debido a que el primero es consciente y el segundo no. Somos pequeños, finitos, insignificantes en comparación con la inmensidad del cosmos, sin embargo, somos conscientes, podemos pararnos a pensar en el sentido de todo, mientras que el universo, a pesar de su grandeza, no se entera de nada. El hombre es la cima de la creación.
Sin embargo, toda esta dignidad se derrumbó, si bien tuvimos que esperar mucho. No fue hasta finales del siglo XIX cuando el controvertido Sigmund Freud llegara a ampliar a la enésima potencia la idea de respuesta inconsciente: no es solo que existan algunos actos inconscientes (como los ya conocidos actos reflejos), es que los conscientes son solo la punta del iceberg de una enorme cantidad de procesos que suceden sin que nos demos cuenta, es decir, a nivel inconsciente o sub-consciente.
A pesar de que el psicoanálisis freudiano ha caído bastante en desprestigio, sobre todo por la, prácticamente total, ausencia de datos empíricos a su favor (¿Alguien sabe de alguien que se haya curado con el método catártico de Breuer? ¡Ni siquiera Anna O.!), la idea de inconsciente ha vuelto a estar muy de moda al constatarse que la idea básica de Freud era muy cierta: hay un montón de procesos inconscientes. En lo que Freud erraba era en cuáles eran.
La demostración es muy sencilla. Piense el lector en cuando aprende a conducir un automóvil. Al principio uno está totalmente concentrado en la posición de sus manos en el volante, de en qué pedal tiene el pie o de cuándo será el mejor momento para cambiar de marcha. El sistema consciente está muy activado (se libera mucho cortisol, la hormona del estrés) y nuestra pupilas dilatadas se dan cuenta de todo cuanto nos rodea que tenga relación con la tarea que realizamos, volviéndose ciegas a todo lo demás. Realicé el lector la siguiente prueba: ¿cuántas veces se pasan el balón en el vídeo?
No vio el gorila, ¿verdad? Esta prueba les encanta a mis alumnos.
Una vez que ya ha aprendido a conducir (ha aprobado el maldito examen práctico que yo suspendí dos veces), conforme su destreza aumente, su consciencia de la conducción también disminuirá. De modo, prácticamente automático, pisará el embrague para cambiar de marcha o pondrá el intermitente para adelantar mientras que su consciencia podrá dedicarse a otras cosas: charlar con su acompañante, disfrutar de una canción radiofónica o, incluso, tener una ilegal conversación por el móvil.
Cuando aprendemos una rutina nuestra consciencia está muy activa, pero cuando ya la hemos aprendido, el inconsciente toma el mando de la acción, liberando a la consciencia para otros menesteres. Así, a lo largo del día, gran parte de lo que hacemos es casi inconsciente: nos lavamos los dientes y nos ponemos la ropa (inconscientemente) mientras pensamos en el duro día de trabajo que nos espera (conscientemente).
Pero lleguemos aún más lejos para comprobar lo realmente poderoso y desconocido que es nuestro inconsciente. Veamos este vídeo:
Hay partes de su cerebro que ven aunque usted esté completamente ciego a nivel consciente. Las regiones más profundas del encéfalo reciben y procesan la información sensorial antes de que ésta pase a la corteza. De toda la información solo una pequeña parte pasa a nuestro consciente. Realmente, solo nos damos cuenta de muy poquito de lo que sucede. Por debajo, millones de procesos en paralelo perciben, aprenden y responden por nosotros, sin nosotros.
Aspectismo (en inglés lookism)
Soy el encargado de recursos humanos de una importante multinacional. Mi trabajo de hoy consiste en seleccionar a una candidata para un puesto de secretaria entre dos aspirantes. Entrevisto a ambas y las dos tienen exactamente el mismo curriculum. No hay nada en sus carreras académicas y laborales que haga que me incline más por una que por otra. Sin embargo, observando su apariencia física, una de ellas es un espectacular bellezón que bien podría pasar por top model, mientras que la otra es una mujer rolliza y bajita con cara de pan… ¿A cuál de las dos contrataré? Es obvio.
Y es que, lamentablemente para los feos, los guapos gozan de bastantes ventajas en la vida solo, y exclusivamente, por ser guapos. Y ya no estamos hablando de ligar más, lo cual ya está bastante bien, sino de muchas otras cosas. Los psicólogos sociales Lisa Slattery Walker y Tonya Flevert, de la Universidad de Carolina del Norte, realizaron un extenso estudio comparativo para ver las ventajas o desventajas de ser guapo. Aunque el estudio pretenda poner el acento en las desventajas (si en la entrevista de trabajo, la responsable de la selección fuese una mujer, quizá ser muy guapa juegue en tu contra. Recordemos a Debrahlee Lorenzana), las ventajas son, obviamente, superiores.
En primer lugar, ser físicamente atractivo produce lo que en psicología se denomina efecto halo: el sesgo de inferir, a partir de la observación de una cualidad positiva en un individuo, que éste posee otras más. Al ver un guapo pensamos que además será inteligente, buena persona, deportista, etc. A la inversa actuaremos con los feos (el efecto es tan devastador que muchos hablan ya en términos de minusvalía estética).
Walker hace la estimación de que los guapos cobran en promedio a lo largo de toda su vida laboral, entre un 10 y un 15% más de salario que la media. Pero es más, a los guapos no solo se les presupone mejores, sino que, aunque posteriormente descubramos que no eran tan buenos como pensábamos, nos costará más cambiar de opinión porque como dice la sabiduría popular: “La primera impresión es la que queda”.
El psicólogo norteamericano Solomon Asch, famoso por su experimento sobre conformidad y por ser el maestro del aún más popular Stanley Milgram (con reciente biopic), realizó un experimento en 1946, en el que se pedía a los sujetos experimentales que juzgaran a un supuesto individuo después de leer una lista con una serie de adjetivos que lo describían.
Los resultados demostraron que los adjetivos que aparecían al principio de la lista tenían mucho más peso que los que aparecían más tarde, a la hora de formarnos una impresión global de la persona. Aplicando esto a la belleza, si lo primero que percibes de una persona es su aspecto, esa buena cualidad pesará más en tu juicio que las demás que vayan apareciendo posteriormente. Los guapos siempre tendrán la decisiva primera impresión a su favor y los feos deberán redoblar sus esfuerzos para demostrar que no son tan malos como su aspecto parece indicar.
Es la triste realidad para los feos. Cuando todo el mundo repite como un mantra que la belleza está en el interior o que preocuparse excesivamente por el físico es algo superficial, los gimnasios se llenan y dietistas, entrenadores personales y cirujanos plásticos hacen su agosto.
Pensemos que el hombre más rico de España es dueño de una multinacional de venta de ropa que, precisamente, se ha hecho rico explotando la superficialidad de hombres y mujeres que están dispuestos a pagar buena parte de sus salarios en variopintos atuendos que cambian estacionalmente, al compás de unas modas insulsas y banales donde las haya.
La eterna contradicción: por un lado nuestra razón nos dice que, efectivamente, la belleza no debería ser lo más importante, pero por otro, nuestro cerebro límbico, nuestras emociones y nuestro inconsciente nos dicen que queremos gente guapa… ¡y cuánto más cerca mejor! ¿Qué hacer?
Hurgando electromagnéticamente en nuestro cerebro
Estoy casi seguro que los manuales de historia de la ciencia hablaran del siglo XXI (o al menos de su primera mitad) como el siglo del cerebro. Las nuevas técnicas de escaneo cerebral nos han permitido observar nuestro encéfalo como nunca antes y los descubrimientos prometidos son grandes. En estos momentos está en marcha el BRAIN (Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies) en Estados Unidos y el HBP (Human Brain Project) en Europa, macroproyectos millonarios que pretenden mapear el cerebro humano, hacer un detallado y minucioso modelo en 3D de nuestro cerebro.
El progreso todavía va despacio, pero lo que vamos sabiendo con mucha claridad es qué partes del cerebro se encargan de las diversas funciones cognitivas: tenemos, por ejemplo, ya muy conocidas las áreas encargadas de la comprensión y ejecución del lenguaje (área de Broca y de Wernicke), áreas sensorio-motoras (corteza somato-sensorial), coordinación del movimiento (cerebelo), emociones (sistema límbico), fijación de recuerdos (hipocampo), etc.
Recientemente se publicó en Nature un estudio dirigido por David Van Essen (quien, por cierto, dirige otro multimillonario proyecto sobre el cerebro: Human Connectome Project), que llegaba a diferenciar unas 180 áreas funcionales distintas en cada hemisferio cerebral (más del triple que el clásico mapa de Brodmann).
Bien, ¿y para qué puede valer este mapeado cada vez más preciso? Aparte de para comprender la máquina más compleja y extraña del universo conocido, para tratar enfermedades o lesiones cerebrales y, más espectacularmente, para poder modificar, e incluso potenciar, nuestras funciones cerebrales.
El neurólogo norteamericano Eric Wassermann del Instituto Nacional de Salud de Washington D.C. estimuló eléctricamente el área dorsolateral del córtex prefrontal de una serie de individuos mientras memorizaban un listado de palabras. El resultado fue alucinante: estos sujetos recordaron significativamente más palabras que sus compañeros del grupo de control que no fueron estimulados de ninguna forma. Wassermann había mejorado artificialmente una función cognitiva… ¡Podemos ser más inteligentes si nos dan descargas en el cerebro! (Más estudios interesantísimos en la misma línea aquí y aquí).
Y es que, junto con las nuevas tecnologías de observación cerebral como la electroencefalografía (EEG) o la tomografía por emisión de positrones (PET), tenemos otras capaces no solo de observar sino de intervenir. Estamos hablando del escáner electromagnético transcraneal (TES, por sus siglas en inglés: Transcranial Electromagnetic Scanner) que puede lanzar pulsos electromagnéticas en áreas cerebrales poco profundas.
Con estas técnicas (y muchas otras: los del MIT usaron rayos laser) se han conseguido cosas tan fabulosas como crear, modificar e implantar recuerdos a roedores. El equipo de Erika Young de la Universidad de Irvine en California o Xu Liu del MIT, ya lo han conseguido. En 2011, incluso se consiguió pasar un recuerdo a formato digital ¡No estamos tan lejos del Mind uploading ni de Matrix!
Todo esto daría, evidentemente, para escribir mucho más (algún día volveremos con ello) pero vayamos lo que nos interesa hoy: ¿qué pasaría si tuviésemos bien localizada el área cerebral encargada de percibir el atractivo físico y, mediante un TES, pudiésemos inhibir su funcionamiento? Habríamos conseguido ser totalmente invulnerables ante la belleza de cualquiera que quisiera seducirnos. Estaríamos hablando de calignosia.
Calignosia autoinducida
Volvamos entonces al año 2054 y supongamos que el EMIC (Estimulador Magnético de Calignosia Integrado) existe y su uso es algo habitual ¿Lo utilizaríamos?
Ventajas: elegiríamos a nuestra pareja por sus cualidades interiores y nadie nos manipularía usando sus sensuales atributos. Automáticamente, dejaríamos de ser superfluos y terminaríamos de inmediato con el aspectismo. Incluso con formas más avanzadas como el imaginario DLC, podrían librarnos de cualquier retórica comercial o demagogia política. Manipuladores de élite como Helena Friedman no podrían nada con nosotros, y quizá así habríamos paliado uno de los cánceres más graves de los sistemas democráticos: la demagogia.
Desventajas: si eres guapo estarías renunciando a tus privilegios (habría, seguramente, oposición por parte de ciertos sectores, pongamos colectivos de modelos y actores. Por no hablar de las empresas que se lucran con el asunto: sobre todo cosméticos) y, ya sin buscar un claro interés propio, perderíamos todo lo que es el goce estético, y quizá erótico, de contemplar a alguien bello.
Pongamos, por ejemplo, que estamos contemplando una obra de arte: La joven de la perla de Johannes Veermer.
Siendo calignósicos podríamos disfrutar de la composición, del colorido, incluso de la perfección y del realismo de la mirada de la muchacha pero, ¿no perderíamos parte del encanto del cuadro al no percibir su atractivo físico, al perder, de algún modo, la armonía de su rostro?
Con más claridad, pongamos de ejemplo La piedra y la ola de Paul Baudry:
¿Sería este cuadro una obra de arte para un calignósico? Además, ¿hasta qué punto la falta de capacidad para apreciar la belleza también impediría el erotismo? ¿Un calignósico no perdería capacidad para excitarse sexualmente? ¿Hay una frontera entre belleza física y atractivo sexual o son casi, casi lo mismo?
Quizá no, quizá simplemente se sentiría excitado con otras cualidades diferentes a las tradicionales. Quién sabe si se pondría a cien escuchando a su pareja recitar un poema o resolviendo una compleja ecuación matemática. Es posible que nuestra flexible mente sea capaz cambiar su objeto erógeno y pueda no inmutarse ante unas curvas neumáticas mientras que consiga un orgasmo contemplando una perfecta ejecución de una pieza musical.
Quién sabe si, además, al no distraerse con la belleza, sus habilidades para “percibir el interior” se agudizarán y fueran capaces de captar muchísimos más matices en la personalidad de la gente. Es posible que suplieran su carencia captando muchos otros aspectos que a los no calignósicos se nos escapan por completo. Verdaderamente, sería muy interesante estudiar cómo funcionaría su mundo.
En cualquier caso lo veremos pronto, quizá antes del 2054. Mientras tanto recomiendo leer el relato de sci-fi de Ted Chiang ¿Te gusta lo que ves? (recogido en la recopilación La historia de tu vida) en donde se habla magistralmente de todo este tema.
Fotos | iStock
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