La de Elizabeth Holmes es una historia que se cuenta con una recta. Una vertical, oblicua, inclinada hacia abajo. Una línea que habla de una caída sin freno ni airbag desde los cielos milmillonarios al fango judicial, de los 4.500 millones de dólares en los que se cifraba su patrimonio neto en 2015 a los 3.600 que marcaba ya en 2016. Y de ahí descolgándose hasta los cero en los que se estima a día de hoy.
Así resume la crónica de su riqueza —de forma sucinta, pero poderosamente gráfica— Forbes, la misma revista que en su día le dedicó su portada, la etiquetó como paradigma de self-made-woman y, junto a otros medios, contribuyó a crear una leyenda que se prometía rutilante para luego revelarse fraudulenta. Y lo de fraudulenta va (también) en el sentido puramente judicial de la expresión.
La de Elizabeth Holmes es una de esas historias de desengaños y sonoros batacazos empresariales que tan bien conocen en Silicon Valley, el mismo género que hace no tanto sumaba un nuevo capítulo con Sam Bankman-Fried, ex CEO del otrora poderoso exchange FTX y quien, con una progresión casi igual de meteórica que la de Holmes, pasó de "caballero blanco" cripto a oveja negra del sector.
Aún a pesar del alcance, la resonancia e incluso los niveles de sismicidad de la caída de Bankman-Fried, el caso de Holmes ha sido quizás más mediático. Y ha sido así por sus ingredientes. Y por las múltiples lecturas que deja.
Recapitulemos.
El sueño de amasar una fortuna
En 2015 Holmes era algo así como el relato de la self-made-woman hecho carne y elevado a su enésima potencia. Su carrera rutilante la había llevado, con apenas 31 años, a protagonizar amplios reportajes —cuando no portadas monotemáticas— en Forbes, Fortune, Inc o The New York Times Style Magazine. De ella se decía que apuntaba maneras para convertirse en "la siguiente Steve Jobs", que estaba llamada a destacar en la biotecnología y revolucionar el sector sanitario.
Más allá de las etiquetas o vaticinios, se destacaba también su habilidad como empresaria, la misma que le había permitido convertirse en la multimillonaria hecha a sí misma más joven del mundo. No era para menos. Con solo 30 años su patrimonio se calculaba en 4.500 millones de dólares y en 2015 ocupaba el sexto puesto en la lista de empresarios más ricos de EUU por debajo de los 40 años.
Su historia reunía los ingredientes de la mejor épica empresarial.
Durante sus años de secundaria comenzó un negocio de venta de software a universidades de Asia y años después, en 2003, con solo 19 años, decidía dejar sus estudios de ingeniería química en la Universidad de Stanford, donde estudiaba con el apoyo de una generosa beca de 3.000 dólares mensuales, para lanzar su propia startup: Theranos, marca resultante de la suma de ‘Therapy’ y ‘Diganosis’.
¿El objetivo? Revolucionar las pruebas diagnósticas y en laboratorio. Y quizás, de paso, cumplir su viejo sueño de la infancia de convertirse en multimillonaria.
In October 2014, Forbes estimated Elizabeth Holmes’s net worth at $4.5 billion. Anointing her the world’s youngest self-made female billionaire at the time.
— John Pompliano (@JohnPompliano) April 10, 2021
Two years later, Forbes revised its estimate to $0. pic.twitter.com/Keu74waSoJ
"¿No preferirías ser presidenta?", le preguntó cuando era niña un familiar, según recoge el periodista John Carreyrou en su libro ‘Bad Blood’. "No, el presidente se casará conmigo porque tendré mil millones", replicó la pequeña Holmes. Bien, de esos tres deseos la empresaria solo logró uno, amasar una riqueza de diez dígitos. Lo del presidente y revolucionar los diagnósticos se quedó por el camino.
Su propuesta para lograrlo era en realidad bastante sencilla. Al menos sobre el papel. Theranos, firma que Holmes fundó en 2003 y de la que más tarde asumiría las riendas como directora ejecutiva, prometía un cambio sustancial en las pruebas médicas. Con unas gotas de sangre, aseguraba, podría realizar cientos de pruebas médicas en el laboratorio. Adiós al miedo a las agujas, a los amedrentadores tubos de muestras, al dolor del jeringuillazo en la enfermería. Un pequeño pinchazo y máquinas de última tecnología eran suficientes en el sueño de Theranos para diagnosticar decenas de enfermedades. Y en cuestión de minutos.
A Holmes le ayudaban su origen, ligado a antepasados oriundos de Hungría que habían destacado en las ciencias, el emprendimiento y la capacidad para alcanzar puestos influyentes, y sus propios lazos. Su primer millón de dólares —precisa El País— lo consiguió gracias a Tim Draper, inversor de capital riesgo y padre de una de sus amigas de la infancia. A partir de ahí llegaron otros grandes e influyentes inversores, como el expresidente Bill Clinton, Carlos Slim o Ruper Murdoch. En el consejo de la empresa llegó a figurar el mismísimo Henry A. Kissinger.
El discurso de la compañía, la publicidad de sus supuestos avances científicos y tecnológicos, el éxito de sus rondas de inversión, la exposición de la propia Holmes en medios de alcance internacional, el pacto con una de las grandes distribuidoras farmacéuticas de EEUU… Contribuyeron a la tracción de la empresa, que para 2009 estaba valoraba ya en alrededor de 9.000 millones de dólares.
El problema es que aquel relato de éxito y tecnología disruptiva era básicamente eso, un relato. Más cosa del papel —ojo, no papers científicos— que de la realidad. Las alertas saltaron primero entre los empleados de la compañía: las pruebas eran lentas y muchos de los análisis se realizaban con máquinas compradas a Siemens, multinacional con la que la startup aspiraba precisamente a competir.
Fue una investigación de The Wall Street Journal la que señaló parte de aquel panorama y arrojó dudas sobre cuál era el alcance real del trabajo desarrollado en Theranos. A comienzos de 2015 incluso el JAMA, Journal of the American Medical Association, dejaba ver su inquietud: aquella startup —incidía— estaba vendiendo de forma pública "enfoques novedosos para las pruebas de diagnóstico", pero la realidad era que poco de aquello acababa plasmándose al final en la literatura biomédica revisada por pares, la auténtica referencia para el sector.
Una búsqueda realizada por el propio Journal of the American Medical Association había arrojado únicamente un par de artículos en las que se citaba a Theranos y ninguno de ellos ofrecía en realidad información sobre la empresa.
El desenlace de todo aquello fue bastante más previsible que las cotas de éxito milmillonario a las que escaló Holmes en su etapa ascendente. La compañía acabó señalada por un presunto fraude a pacientes, inversores y médicos y el caso llegó a los juzgados, con Holmes y Ramesh Balway, su exsocio comercial y exnovio, en el centro del huracán. En otoño de 2021 se apuntaba que la emprendedora señalada en su día como “la siguiente Steve Jobs” se enfrentaba a 20 años de cárcel.
No serán tantos, pero todo indica que Elizabeth Holmes difícilmente se librará de pasar una larga temporada en prisión. En noviembre un juez de EEUU la condenó a más de 11 años de cárcel —135 meses, para ser precisos— por fraude y un daño patrimonial estimado en alrededor de 385 millones de dólares, cifra que queda lejos también de los 800 millones calculados por la acusación.
"Este es un caso de fraude en el que una empresa emocionante generó elevadas expectativas y despertó esperanzas solo para verse truncada por la tergiversación, arrogancia y las simples mentiras", lamentó el magistrado, Edward Davila, para quien su interpretación de lo ocurrido es clara: Holmes “se intoxicó con la fama”.
No todos los plantean igual, claro. El proceso estuvo marcado por los argumentos de Holmes sobre la responsabilidad de Balwani y el discurso de que el suyo es más un caso de ambición empresarial que de un plan deliberado para defraudar: "El fracaso no es un crimen", llegó a argumentar uno de sus abogados.
A su historia, esa que tan bien se resume en una recta precipitándose desde las alturas milmillonarias, aún le podrían quedar sin embargo más capítulos.
A finales del año pasado The Guardian precisaba que aún debía fijarse una audiencia para fijar la cantidad que deberá pagar a modo de restitución y que probablemente sus abogados pedirían que Holmes permanezca en libertad bajo fianza mientras se apela la sentencia, esquivando así la fecha ya prevista para su entrega: el 27 de abril. No lo tendrá fácil. Los fiscales federales han mostrado su oposición a que se le conceda la libertad mientras se dirime el recurso.
La exempresaria está casada con un rico heredero del sector hotelero y, según apuntaban en noviembre varios medios, estaría esperando a su segundo hijo.
Lo que queda desde luego es una lección para los inversores de Silicon Valley. "Están prestando atención. En el futuro, los fundadores tendrán mucho más cuidado con lo que dicen en la fase de inicio porque esto demuestra que el gobierno los hará responsables", comentaba Neama Rahmani, de West Coast Trial Lawyers y exfiscal federal, a finales del año pasado, cuando se conoció la sentencia.
Imágenes: TechCrunch (Flickr)
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