Los años 2000 fueron los del Messenger, comunicación privada y directa con personas que ya conocíamos del mundo real. Para finales de la década y principios de la siguiente cambiamos de tercio en favor de Facebook (y en España, Tuenti): espacios para el exhibicionismo.
Lo de Tuenti y la publicación impulsiva de decenas de fotos cada domingo por la mañana, sin descartar aquellas donde alguien salía borracho, semidesnudo, vomitando o las tres cosas a la vez es algo que estudiarán los antropólogos a su debido momento. Pero niños de los noventa al margen, fue la época en la que subir cualquier cosa para que la viera cualquier persona. Nos encantaba proyectar nuestra imagen hacia el mundo.
De subir borracheras sin filtros en redes a los círculos de confianza y la mensajería privada
En esa época era muy fácil calar a cualquiera: lo habitual era tener los perfiles abiertos, encontrar a alguien con el candado puesto era casi sospechoso. Y así veíamos rápidamente cómo eran sus amigos, de qué forma vestía, qué solía hacer en su tiempo libre o qué se escribía con sus amigos.
Luego vino un progresivo repliegue que ha derivado en que hasta las redes que incluyen candados en sus opciones han habilitado filtros para "mejores amigos". Porque ya no es natural querer dejar constancia pública permanente.
Twitter y sus círculos son los últimos en llegar. Años antes, los "Mejores amigos" de Instagram. Meta, por su parte, incorporó los vídeos efímeros a WhatsApp, que a su vez es el gran reducto social para la mayoría de la gente.
Muchas personas ignoran a Twitter o tienen una presencia reducida en Instagram, pero WhatsApp es su centro neurálgico social en Internet: allí es donde intercambian fotos y vídeos de su cotidianidad y sus eventos solo con familiares y amigos. Sin necesidad de publicarlos en una red social como antaño.
TikTok mueve mareas, pero es asimétrico: unos pocos lucen y millones miran. Las interacciones entre iguales pasan necesariamente por lo privado, ahora que tenemos conciencia de lo que supone una sombra digital alargada.
Twitter, donde cualquier persona que hable con constancia de un tema concreto puede superar los 1.000 seguidores en poco tiempo, acaba de habilitar para todo el mundo sus círculos porque hasta para su tipo de usuarios intensivos es necesario un espacio en el que sentirse cómodo, en el que compartir contenido algo más personal y no tener miedo a que sus mensajes o fotos se les vayan de las manos.
Es una consecuencia más, aparte de la conciencia sobre la huella digital, del paso de Internet de una gran ventana doméstica compartida con los demás a una pequeña pantalla privada que nadie más usa. Del ordenador de escritorio al móvil. De compartir con el mundo a compartir con los nuestros.
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