Todo el mundo ha leído o escuchado las odiseas familiares de antaño: viajes imposibles en vacaciones, con la calefacción del coche estropeada o tirados en medio de ninguna parte. El clásico primo que te cuenta que has sido tío dos días después del parto o los viajes interminables mirando el mismo mapa una y otra vez sin entender nada.
En la actualidad usamos cualquier escapada como un ejercicio de desconexión, un recurso para tomar oxígeno y después volver a la carga de la vida hiperconectada. Y la verdad es que estamos más conectados que nunca. ¿Es esto algo negativo?
Comunicación frente a desconexión
En cierta medida, hemos vuelto a la comunicación por escrito. Sin el agobio que implicaba manuscribir una carta, pasarla a limpio, comprar un sobre y un sello y echarla en el buzón, claro. Según la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia, casi un 60% de los usuarios móviles en España usamos servicios como WhatsApp y redes sociales. Vapuleamos cualquier media europea, que se sitúa en un 36%.
Somos eminentemente sociales: entre un 50 y 80% del tiempo que pasamos trabajando lo pasamos conversando
Pero también interactuamos, no podemos dejar de ser eminentemente sociales. Entre el 50 y el 80% del tiempo que pasamos trabajando también estamos conversando. Entonces, ¿por qué hay tanta queja sobre estos logros tecnológicos, si nos brindan información útil, conectividad y la oportunidad de estar al lado de nuestro ser querido en cualquier momento, aunque no en cualquier lugar.
En los respectivos estudios de Sonja Lyubomirsky, con especial mención a ‘La Promesa de una Felicidad Sostenible’, que daría pie a su libro ‘La ciencia de la felicidad’, la profesora e investigadora ha comprobado cómo en los test de felicidad siempre damos importancia absolutamente prioritaria a las familias y parejas. Estar en compañía de nuestros seres queridos afecta a que nos sintamos integrados, activos, aceptados y queridos. Contar con la presencia de otras personas refuerza nuestro estatus y combate las inseguridades sociales.
¿Satisfacción colectiva…?
¿Has visto las barras de progreso de lectura de algunas webs? ¿El doble check de WhatsApp? Todos esos elementos visuales alimentan nuestro placer. Pero el placer crea adicción. Por eso estamos insatisfechos respecto a los próximos logros y retos tecnológicos. Queremos más, lo queremos mejor.
Estar en compañía de los nuestros afecta a que nos sintamos integrados, activos, aceptados y queridos
Pero esto no debe distraernos: el hecho de estar más conectados que nunca no es sino algo muy positivo. Necesitamos la soledad, pero necesitamos mucho más la compañía. Nuestras relaciones son el ingrediente de mayor calado en nuestra felicidad. Según Robert Waldinger, psiquiatra y profesor de la Escuela Médica Harvard, «lo importante para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida es la calidad de nuestras relaciones».
Waldinger, como divulgador y parte del Estudio sobre Desarrollo Adulto, la investigación más prolongada de la historia en cuanto a nuestra felicidad —comenzó en 1938 analizando a 700 jóvenes— concluye que nuestra felicidad plena no existe en soledad, que no es la fama ni el dinero, ni siquiera la satisfacción personal. Compartir es, a largo plazo, mucho más satisfactorio.
¿… o frialdad tecnológica?
Pero esta no es una perspectiva dominante. Es común leer que la tecnología nos separa, nos vuelve fríos e incomunica por espaciar las experiencias sociales y convertirlas en pequeñas píldoras individualizadoras. Como señala la Profesora de Estudios Sociales y Tecnología por el MIT Sherry Turkle, cada vez esperamos más de la contrapartida tecnológica y menos de la social, un reflejo distorsionado de su verdadera función.
Nuestra felicidad no está en la soledad: compartir es, a largo plazo, mucho más satisfactorio
Como apuntaba la profesora en su TED Talk, si tendemos a ser huidizos y descuidados haremos lo mismo cuando estemos delante de cualquier máquinas. La tecnología es capaz de simplificar el riesgo, la incomodidad de conocer a nuevas personas, es capaz de ofrecer una perspectiva más optimista, pero esos escollos deben, en último término, cruzarlos las personas.
Como resaltaban en el New York Times, citando un estudio llevado a cabo por la Universidad de Stanford, las redes sociales son una oportunidad extra para aquellas personas con problemas para relacionarse. Más aún, ya decía Martijn Dekker que «las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación) pueden ser para una persona autista lo que el lenguaje de signos para un sordo».
Mirando hacia un futuro híbrido
De hecho, los progresos tecnológicos apuntan hacia una mayor permeabilidad. La tecnología se está integrando en nuestros hogares (la smart home; incluso con robots), es nuestra aliada cuando viajamos (GPS’s inteligente), cuando compramos o cuando necesitamos resolver alguna urgencia.
Si nos fijamos en los últimos avances médicos, cada vez es más invisible esa barrera entre tecnología e incomunicación: tatuajes inteligentes, biotecnología, chips protésicos o wearables para medir rendimiento y salud: los niveles de glucosa en sangre, la presión sanguínea o el ritmo cardíaco.
Además, tenemos mejores cámaras que nunca en nuestro teléfono —un terminal como Zenfone 3 cuenta con cámara trasera 16 MP, estabilizador óptico y autoenfoque híbrido por detección de fase y láser, doble flash LED, auto-HDR y hasta vídeo UHD. Ah, y una cámara frontal FullHD de 8MP, mucho más que para hacer simples selfies—. Nada mejor para aprovecharlas que decirles a nuestros seres queridos lo importantes que son para nosotros.
Unidos con sólo mover un dedo
Esto es muy común: los amigos de la infancia se separan, cada uno se marcha a estudiar o vivir a una ciudad distinta, algunos eligen Erasmus y nunca vuelven, otros viajan por trabajo y otros tantos no abandonan el hogar familiar, pero al final esa distancia pasa factura. Todos esos kilómetros, ya sea por amor, trabajo y ganas de vivir una aventura, quedan suspendidos en cuando desbloqueas tu móvil y llamas a tu amigo/pareja/familiar.
Hace apenas tres décadas la capacidad de elegir no existía. Es decir: nos perdíamos un montón de oportunidades debido a la incomunicación, las conversaciones internacionales eran muy costosas y, antes de que existieran los comparadores y las pasarelas de pago online, hacer la maleta era un verdadero dolor de cabeza. Podemos quejarnos o podemos fijar nuestra atención en la verdadera función de la tecnología: acercarnos aquello que más querernos, facilitarnos un poco las cosas para ser más felices.
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