En casa de herrero —ya se sabe— cuchara de palo.
Hacia 1862, después de haberse quemado las pestañas para escribir las cientos y cientos de páginas que componen Los Miserables, puede que con calambres aún en los dedos por sujetar la pluma y dolores en el espinazo tras encadenar noches en vela inclinado sobre su mesa, Víctor Hugo quiso interesarse por cómo marchaban las ventas de su nueva novela. Si el mito es cierto, el francés se plantó en una oficina de telégrafos y pidió enviar un mensaje a Hurst & Blackett, la editorial que estaba moviendo el libro en Inglaterra. En vez de redactar un largo párrafo del tono ampuloso tan al gusto de los lectores victorianos, Hugo, aficionado a los libros al peso y las oraciones subordinadas que dejan al lector al borde de la asfixia, telegrafió un solo signo: “?”.
A modo de respuesta, recibió otro: “!”.
Suficiente.
A buenos entendedores —ya se sabe— sobran palabras.
El de Víctor Hugo es uno de los telégrafos más famosos de la historia, pero ni de lejos el más importante. En enero de 1917 el "Zimmerman" precipitó que Johnny —y con él EE.UU.—, cogiese su fusil para participar en la Primera Guerra Mundial. Algunos años más tarde, en abril de 1945, Hermann Goering hizo telegrafiar otro mensaje a Hitler, por entonces parapetado en su bunker de la cancillería, que lo desgraciaría a ojos del führer y nos ayuda hoy a entender mejor el caos con el que los mandos nazis asistían al avance aliado. A la radiotelegrafía recurrió también el buque Titanic en abril de 1912 para alertar de su hundimiento y pedir ayuda al "grito" de CQD y SOS.
La lista de mensajes famosos emitidos al ritmo machacón y agudo del Código Morse suma y sigue. Entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del XX algunas de las comunicaciones más importantes, esas capaces de desencadenar guerras y golpes de estado, con las que se anunciaban grandes catástrofes y victorias, se emitieron con el lenguaje lacónico de los telegrafistas. A golpe de “Stop” y frases de tono quirúrgico que no desentonarían en un poemario de haikus se lanzaban de una a otra punta del globo noticias sobre nacimientos y bautizos, muertes y funerales.
Hoy el telégrafo es historia en buena parte del mundo. Reino Unido lo abandonó hace ya décadas, en 2006 la Wester Union dejó de ofrecerlo en EE. UU. y La India le dijo adiós también hace casi diez años, en 2013. En Francia Orange —compañía heredera de France Télécom— emitió a finales de abril de 2018 su último telegrama. Según desveló por entonces un trabajador de la empresa, el mes en que desapareció el servicio se habían enviado apenas 1.400 mensajes. Si se tomara como una media fiable y extrapolable —no es descabellado pensar que en Navidad, por ejemplo, el flujo se disparaba de manera sensible—, en doce meses se sumarían algo menos de 17.000 mensajes, lejos de los 900.000 de 2005, por ejemplo. “Stop y fin”, concluía aquel envío de la primavera de 2018 con el que Orange puso el broche a 139 años de historia telegráfica gala.
139 ans après le premier télégramme envoyé en France, @orange a émis lundi 30 avril 2018 à 23h59 le tout dernier télégramme de l'Hexagone : https://t.co/GE0TqCW82b v/ @Europe1 pic.twitter.com/unToYCcOap
— Service Presse Orange (@presseorange) May 2, 2018
En España el telégrafo sigue vivo, que no coleando.
Activo, sí; pero con el motor a ralentí
Correos mantiene el servicio, aunque poco tiene que ver con el de hace un siglo. Ni a nivel técnico, ni desde luego de implantación social. Hoy nadie se imagina a Juan José Millas, Juan Gómez-Jurado o Arturo Pérez-Reverte telegrafiando a sus editores para preguntar cómo marchan las ventas de sus libros. El teléfono, el burofax y el email —por ese orden— han terminado reduciendo el telégrafo a su mínima expresión. No deja de haber, con todo, quien ve en WhatsApp o Telegram (guiño, guiño) a sus herederos directos. Puedan o no considerarse como tales, resulta significativo que cuando en la primavera de 2018 saltó la noticia de que Francia suprimiría su servicio, Correos tuviese que confirmar que el canal, como tal, seguía todavía “vivo” en España.
La operadora publicita el servicio de “Telegramas” en su web oficial, desde la que incluso permite enviar mensajes y en la que detalla de forma pormenorizada sus tarifas. Más complicado resulta hacerse una idea de cómo ha evolucionado su demanda. Correos reconoce que en sus informes anuales “ya no se incluyen” los datos desgranados sobre el volumen de telegramas transmitidos. Sí lo aportaba hasta hace no mucho. En el de 2012 se recoge aún que ese ejercicio se gestionaron “5,6 millones de telegramas”, un 8,8% menos que en 2011. Un reportaje de 2013 de RTVE.es matiza en cualquier caso que el dato respondería a “productos telegráficos”, una etiqueta que abarca también otros servicios, como el de burofax; y lo pone en contraposición con los más de 16 millones de mensajes que —apuntaba la cadena— se gestionaban a mediados de los 60.
Tras algo más de un mes solicitando datos actualizados que permitan seguir la evolución del servicio en España, Correos solo ha reconocido a Xataka un pinchazo en la actividad, sin entrar en detalles ni aportar cifras o porcentajes que permitan calibrar esa tendencia a la baja. “La demanda ha disminuido, con una caída de la facturación por este servicio en los últimos cinco años. Sin embargo, otro servicio de los telegráficos, como es el burofax, está experimentando incluso algún crecimiento, tratándose de un servicio estable en volumen y facturación”, señala.
Algunos informes anuales de la operadora ayudan a perfilar cómo ha respondido el servicio en el arranque del siglo XXI. En su anuario de 2008 Correos detalla que “admitió 7,62 millones de productos telegráficos”, un 28% más que en 2007. El repunte había sido posible gracias en buena medida al burofax, de lejos el servicio más demandado, con 4,07 millones de envíos, bastante por encima del telegrama (2,94) y el fax convencional (608.700). La firma subrayaba por entonces el repunte del burofax online (74,5%) y de la modalidad de telegrama online (35,1%).
Un año más tarde, en 2009, se anotaban 7,79 millones de “productos telegráficos”, ligeramente por encima del ejercicio anterior. La evolución del telegrama no había sido tan positiva, sin embargo. Correos contabilizó 2,86 millones de envíos, un 2,7% menos que el ejercicio precedente. El descenso se agravó en 2010, cuando se quedó en 2,28 millones. Ese ejercicio —ya en plena recesión, con la economía española tiritando— la operadora reseñó en su balance 6,77 millones de productos telegráficos, lo que incluye tanto los propios telegramas, como fax y burofax.
En líneas generales la demanda dibuja una clara curva descendente desde hace décadas. Según la información recogida por el diario Las Provincias, en 1975 España registraba 20 millones de telegramas. A comienzos de la década de 1990 eran ya 12,5 y el siglo arrancó con cerca de 10. En 2005 fueron 2,6, lo que dejaría un desplome del 87% en treinta años. El diario del Grupo Vocento apunta que hace nueve años eran ya cerca de 1,5 millones. Para encontrar lo que Mª Victoria Crespo, directora del Museo Postal y Telegráfico, denomina “época dorada” del servicio hay que remontarse más incluso en el tiempo: al período comprendido entre 1875 y 1924, justo antes de que se fundase la Compañía Telefónica. Su “boom” y popularidad en esa etapa fue meteórico: el tráfico de mensajes se disparó hasta pasar de dos millones en 1877 a más de 15 en 1922.
¿Significa eso que el telégrafo arrojó la toalla hace ya un siglo, resignado por las ventajas del teléfono? No. A lo largo de la primera mitad del siglo XX el servicio abrazó la consigna del "renovarse o morir" e intentó adaptarse e incorporar nueva tecnología y prestaciones. En la década de los 20 y 30 empezaron a usarse de forma tímida aparatos teleimpresores, como los dispositivos Morkrum, Siemens y Creed. Cuando los clientes —prensa y bancos, sobre todo— pasaron a demandar una comunicación más ágil y con enlaces en sus propias oficinas se creó Télex. El servicio arrancó en 1954, de la mano de Telégrafos y con 20 abonados en Madrid. En 1987, cuando su número empezó a bajar ante la competencia creciente del fax, sumaba ya unos 42.000.
A mediados de los 70 se dio un paso más y el telégrafo dijo adiós a la vieja red de hilos y postes. En las rutas principales se cambiaron por una red de radioenlaces más modernos. A lo largo de esa misma década se impulsó una puesta al día en las propias centrales. “Fueron incorporando tecnologías electrónicas, eran centrales de conmutación de mensajes, que ya no tenían elementos mecánicos, sino que eran ordenadores convencionales que almacenaban y enviaban la información en circuitos especializados. Los teletipos también cambiaron y se asemejaron a los ordenadores de las oficinas.”, recuerda Crespo en Los Caminos de la Comunicación: La Telegrafía Eléctrica en España. En 1983 se daba otro hito con el nacimiento del burofax, que iba un poco más allá y permitía compartir documentos e imágenes a distancia y con un valor jurídico.
Los esfuerzos por modernizar los equipos no consiguieron sin embargo mantener el nivel de demanda del telegrama. “Aun cuando el servicio mejoraba en calidad y rapidez, la gran expansión de la telefonía, sobre todo la facilidad en el establecimiento automático de conferencias interurbanas, hizo que, desde 1966, el volumen de tráfico fuera disminuyendo paulatinamente, pero de forma constante”, se recoge en las páginas de 150 Aniversario del Telégrafo en España, catálogo editado por el propio Correos en 2006. La publicación relata como el pinchazo de Telex a finales de la década de 1980 supuso, en cierto modo, “la desaparición de facto de los telegrafistas”.
Pésames, felicitaciones... y notificaciones
La pregunta del millón es: ¿Quién mantiene vivos los telegramas en España? ¿Quién sigue usándolos en 2021, con otras opciones más cómodas, más baratas e incluso más rápidas, como el teléfono o el email, a su alcance? Básicamente instituciones y empresas. "La demanda de los productos telegráficos en los últimos años se ha ido reduciendo progresivamente, si bien todavía solicitan este tipo de servicios clientes corporativos, especialmente administraciones públicas, bufetes de abogados y entidades financieras", reconocen desde Correos.
Uno de sus usos más extendidos es el protocolario. Puede sonar trasnochado, pero es bastante habitual que las administraciones recurran al telegrama para transmitir felicitaciones o pésames. No hay que ir demasiado lejos para encontrar ejemplos. Hace solo unas semanas los Reyes enviaban un telegrama de condolencia al presidente de Castilla-La Mancha tras enterarse de la muerte de su madre. Días antes la Casa Real emitía otro mensaje, dirigido al Arzobispado de Madrid, para trasladarle su solidaridad tras la explosión de un edificio de la calle Toledo.
No todo son duelos y pésames. Con la firma de Felipe VI se han enviado mensajes de felicitaciones a pueblos o barrios que habían conseguido algún premio o celebraban un aniversario especial. El manejo del telegrama está tan extendido en Zarzuela que Correos dispone incluso de un “desarrollo específico” para Casa Real. En otras instituciones, como La Moncloa, su uso tampoco resulta extraño. En 2008 José Luis Rodríguez Zapatero, entonces presidente del Gobierno, echó mano del telégrafo para dar la enhorabuena al Real Madrid por haber ganado la Liga y en 2018 Mariano Rajoy hacía lo propio con el Atlético de Madrid tras haber conquistado la Europa League.
Son solo un puñado de ejemplos. Hay muchos más.
Lo que mantiene con vida al telegrama es en gran medida, sin embargo, su valor legal, su peso como prueba ante un juzgado. A pesar de que ya hay sentencias que reconocen cierta talla jurídica a los mensajes enviados por WhatsApp —en 2019 un juez de Vigo concluyó que una conversación en la “app” tenía la validez de un contrato verbal— y también formas de remitir emails con certificación digital, algunos clientes prefieren todavía las garantías que rodean al telégrafo.
“La gente percibe en ellos una mayor rigurosidad. A día de hoy existen otros medios, pero no hay tanta jurisprudencia a este respecto. Digamos que no es lo mismo solicitar el pago de una deuda de importe considerable a través de WhatsApp que mediante la imposición de un telegrama o burofax. Los usuarios perciben esa seguridad, sobre todo cuanta más importancia le den al hecho en cuestión”, reflexiona Antonio Pérez Retana, responsable de proyectos IT de Correos. A la hora de escoger una u otra vía, admite, entran en juego también otros factores, como la edad.
“Hay un remanente de grandes usuarios, de banca, por ejemplo, que lo utilizan para comunicar a sus clientes impagos, deudas, temas legales… Cuestiones de las que deba quedar una fehaciencia por escrito de cuándo se ha enviado, a quién e incluso qué contenido para que se pueda justificar. La cuestión es esa: la fehaciencia que tiene el producto de cara a demostrar ante un juez que has comunicado algo, a quién y en qué plazo”, señala. A diferencia de las cartas, incluso de aquellas entregadas con acuse de recibo, el telegrama ofrece “certificación de contenido”.
“La carta es un documento que se envía en un sobre cerrado. Correos en ningún momento puede abrirla para ver su contenido”, relata el responsable de proyectos IT. Con los telegramas, sin embargo, sí se puede demostrar lo que se ha comunicado. “Si el cliente, llegado un momento determinado, lo solicita, se puede hacer una certificación que garantiza que ese telegrama, con ese contenido, esa fecha, ese destinatario… Se ha enviado. Ofrece una garantía real sobre todo de contenido”, comenta. Es ese gran valor añadido lo que da aún oxígeno al servicio.
Cuando un cliente acude a una oficina de Correos para enviar un telegrama debe cubrir un formulario con el texto que quiere emitir —se hace así, comenta Pérez Retana, para evitar el más mínimo error durante la transcripción—. Una vez se entrega al operador, el mensaje queda grabado en el sistema de admisión, se vuelca al servidor central y se convierte en un archivo con los datos de control. “Se genera un PDF que se firma electrónicamente con un certificado digital para garantizar la integridad del documento”, relata. El archivo se almacena en el gestor documental y a continuación se envía una notificación al sistema de gestión de envíos utilizado por las unidades de reparto. Dependiendo del código postal, la unidad que recibe el aviso es una u otra.
“En todos los puntos de la cadena por los que pasa el documento se verifica que la firma es válida. Eso es lo que garantiza que el contenido de ese documento no se ha alterado. Luego evidentemente tiene trazados todos los elementos que se van produciendo en el sistema: cuando se admite, cuando llega a la unidad de reparto, cuando se entrega, si es rechazado por el destinatario…”, comenta.
La entrega en mano de los mensajes en la oficina es, en cualquier caso, uno de los cuatro canales que ofrece Correos para enviar telegramas. Los otros tres son la vía telefónica —trasladar el mensaje durante una llamada—, la online, a través de un apartado especial en la web de la compañía, o mediante lo que Pérez denomina “intercambio electrónico de ficheros”, un canal “masivo” que resulta útil, por ejemplo, para los bancos. “Cuando lo considera nos deposita ficheros con telegramas y nos dice quién es el remitente, destinatario y contenido. Nosotros tratamos ese fichero a través de procesos automatizados y lo cargamos a nuestro sistema y al contrato de ese cliente”.
Durante los procesos de envío, explica Pérez, se emplean “protocolos seguros y encriptados”. “Nadie puede ver en claro ese documento, va siempre encriptado. Solo es visible, digamos, cuando se va a la oficina y se da el formulario y luego en el momento en el que el cartero lo imprime para el ensobre y entregarlo”. El objetivo: blindar la seguridad desde que el mensaje se transmite y se guarda en el sistema repositorio (E-documento) hasta que se envía al dedicado a la gestión de envíos (SGIE), las unidades de destino y finalmente el reparto a su destinatario.
El burofax y los fieles al telegrama
La dinámica no es muy distinta a la del burofax, aunque entre ambos productos sí existen dos diferencias de calado, muy relacionadas entre sí. La principal, explica Pérez, es que el telegrama solo permite enviar textos, sin formato, imágenes, gráficos, logos… “Elementos que compondrían un documento un poco más elaborado”, abunda. Al igual que su antecesor de la época de Morse, únicamente admite letras, palabras. El burofax sin embargo sí ofrece añadir esos elementos a mayores. El cliente puede entregarlo directamente como un documento o PDF.
Esa diferencia explica la otra: el primero es ligeramente más barato que el segundo. La tabla de tarifas para 2021 colgada en la web de Correos detalla que el precio fijo por telegrama en territorio nacional es de 9,26 euros, al que se añade un importe de 2,18 euros cada 50 palabras o fracción. En el caso del burofax, el servicio Premium-Nacional, con entrega urgente a domicilio, tiene un coste de 11,98 euros —incluye la primera página—, al que se añaden otros 1,09 por cada folio adicional. En el servicio Premium Online-Nacional la tarifa base es ligeramente más barata: 7,9 euros.
Aunque el precio puede ser una de las claves de por qué hay instituciones que se mantienen fieles al telegrama y optan por no dar el salto al burofax, que ofrece las mismas garantías legales con la ventaja añadida de que el texto puede enriquecerse con imágenes, Pérez aporta otra razón: algunas empresas manejan sistemas o protocolos complejos y el simple proceso de cambio de un sistema a otro les exigiría alterar sus dinámicas. El burofax es en cualquier caso —confirma el técnico de Correos— “un producto al alza” dentro de la cartera de servicios de la compañía.
En Correos hay una unidad responsable del tráfico telegráfico. Sus técnicos se encargan de velar por que los burofax y telegramas lleguen a sus destinatarios sin incidencias, contactar con las unidades encargadas del reparto, las comunicaciones internacionales… Lo que ya no existe, como tal, es la figura tradicional del telegrafista que se pasa el día enganchado a los auriculares. Tampoco se usa el Morse ni los viejos pulsadores eléctricos sobre los que se encorvaban los operarios. “Los servicios del siglo XXI no tienen nada que ver con los de los comienzos en este tipo de comunicaciones. Hoy en día su envío se apoya en software y hardware específicos”, comparte Pérez.
En su web oficial, SEUR publicita también un servicio de telegrama. El proceso se ofrece de forma “100% online” y, además de su “agilidad y rapidez”, la compañía pone el acento en el plus legal que garantiza el canal a quienes quieran “enviar información importante con integridad de contenido certificada y plena garantía jurídica”. Dentro de sus servicios de Notificación Certificada el burofax es, en cualquier caso, más demandado. “Nosotros trabajamos con más de un millón de mensajes al año, entre ambos; pero el número de telegramas es muy bajo”, explica Óscar Marín, director de Operaciones de Logalty, empresa con un papel clave en el servicio telegráfico de SEUR.
“En contraposición con lo que supone un correo electrónico, un burofax o telegrama te ofrece la oportunidad de tener constancia de la fecha y hora de la petición del servicio. Tomamos la evidencia del contenido de lo que el cliente desea enviar y damos una serie de pasos que permiten tener la evidencia del envío. Es un proceso de firma controlado, en el que tenemos evidencias electrónicas —hashes y sellos de tiempo— de cada paso que compone el proceso, además del testimonio del repartidor sobre a quién se le ha dado en mano la comunicación tras identificarse. Tiene una solvencia probatoria indiscutible”, abunda Marín, quien recuerda que la compañía mantiene acuerdos incluso con notarios para garantizar el valor legal del mensaje.
“La idea es depositar ante notario los contenidos. Eso permite que el día de mañana si tienes una contingencia legal o que ir a juicio y quisieras que un notario te dé fe de que el contenido de tu burofax o telegrama es el que indicas podrías tenerlo. El control del contenido lo hacemos nosotros en base a mecanismos técnicos basados en algoritmos públicos (SHA256 y superior)”, añade el directivo de Logalty. Es precisamente ese “tratamiento jurídico fuerte”, lo que motiva la inmensa mayoría de los servicios telegráficos gestionados por la compañía. “Hoy por hoy lo que no busca una evidencia ya no se está gestionando a través de telegramas o burofax”.
La empresa ofrece el sello de tiempo eIDAS y control de integridad de contenido a partir de aplicaciones de hashes. “Generamos un hash del documento que se nos entrega y otro nuestro con el número de referencia único de nuestro envío. Procesamos el servicio y cuando termina emitimos un certificado que acredita todo lo que ha ocurrido: el contenido, el resultado final, el destinatario y los eventos clave del proceso”, relata Marín. Al final del proceso se crean dos documentos: “Uno certifica, con la rúbrica de quien ha recibido el documento en caso de entrega; y otro del contenido y resultado del proceso. SEUR realiza la parte de la entrega y nosotros la de evidencia electrónica”.
Lejos quedan los tiempos en los que, como le ocurrió al bueno de Víctor Hugo hace ya más de siglo y medio, en los telegramas había que condensar emociones y contenido en un número tasado de caracteres si uno no quería rascarse el bolsillo. El precio de la rapidez decimonónica. Hoy tanto da una que cincuenta palabras y poco importa también la inmediatez —un email, SMS o WhatsApp es mucho más rápido y simple— del mensaje. Lo que se busca en los telegramas es su valor como prueba. O, en algunos cuantos casos, como el de la Zarzuela, su ceremoniosidad.
Mientras tanto, y aunque en menor medida y con una operativa que poco tiene que ver con la de hace décadas, desde luego, los telegramas siguen zumbando como portadores de noticias.
STOP.
Imágenes | Andy Powell (Flick), B25es (Wikipedia), Jan Saudek (Flickr),Tekniska museet (Flickr), Nacho (Flickr)
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