Llega a Amazon Prime Video, casi sin hacer ruido y después de una temporada en el catálogo de Movistar+ y Filmin, donde también podéis localizarla, la película que Andrew Niccol rodó en 2018 y que se estrenó en casi todo el mundo a través de Netflix (formó parte de la escudería de falsos 'Netflix Original' de la plataforma). Esta distribución errática y cierta incomprensión por parte de la crítica le impidió calar más en taquilla y se ha convertido con el paso de los meses en una pieza de ciencia-ficción alegórica casi secreta y destinada a los más cafeteros del género.
Niccol tomó al asalto el mundo de la ciencia-ficción fílmica a finales de los noventa con dos películas impecables, consideradas hoy clásicos modernos: 'Gattaca' y el guión de 'El show de Truman', que dirigió Peter Weir. El tiempo las ha convertido en piezas imprescindibles del género gracias a su perspectiva radicalmente humanista, alejada de los típicos y cínicos enfoques cyberpunk, y también gracias a distanciarse de la visión espectacularizada del género que representa el space opera a lo 'Star Wars', planteando alegorías muy reconocibles acerca de la dirección en la que va una sociedad esclavizada por el abuso de la tecnología.
La ciencia deshumanizada y el espectáculo sin alma eran las dos obsesiones de estos films, y Niccol las siguió desarrollando, de un modo u otro, en sus siguientes películas. Ninguna de ellas, aunque no carecían de interés, obtuvo el impacto de su debut (ni siquiera como artefactos de culto: y es que 'Gattaca' fue saludada en su día por su madera de clásico, categoría que hoy nadie le discute, pero fue un fracaso de taquilla). 'Simone' era una sátira del mundo de la fama pre-instagram con detalles visionarios, y 'In time' era un film de acción futurista más convencional, pero sugestivo.
Aparte de eso, Niccol dirigió la ficción young adult post-'Juegos del Hambre' 'The Host', y un par de interesantes películas de ambientación bélica, 'El señor de la guerra' y 'Good Kill'. Ninguna de ellas tuvo tanta suerte como sus dos primeras obras, y quizás menos que ninguna de ellas la que nos ocupa hoy, 'Anon', pese a que quizás sea su película más interesante desde aquel lejano fin de siglo que prometía que Niccol se convertiría en un renovador del género.
'Anon': Eres lo que enseñas
Como hacía 'Gattaca', 'Anon' adquiere ropajes de película policiaca para plantear un futuro algo desangelado, con un régimen opresivo pero sutil y donde la infelicidad de sus habitantes no procede de la represión o el abuso, sino de algo tan sencillo como que el sistema es completamente anti-humano. En este caso, del mismo modo que allí se hablaba de una política eugenésica atroz y de una meritocracia llevada al extremo, aquí se nos presenta un futuro cercano y reconocible (nada de coches voladores ni pistolas láser) donde la privacidad ha desaparecido.
Con un sistema en cuya esencia o mecánica no se entra en ningún momento, los datos personales de todo ciudadano son accesibles para cualquiera. Con una visualización de estos datos que recuerda a la realidad aumentada, cualquier desconocido tiene a la vista su historial, sus datos personales, incluso sus recuerdos, a los que todo el mundo puede acceder. Todo es accesible para todos, incluso la mirada de alguien que acaba de morir, que acaba registrada y almacenada. Por ello la policía queda desconcertada cuando una serie de crímenes se producen con la visión intermedia: lo último que la víctima ve y queda grabado es la visión del asesino matándole.
Un grupo comandado por un seco y traumatizado Clive Owen (Niccol siempre devoto de los códigos del cine negro clásico) descubre que tras estos asaltos al orden establecido podría encontrarse una hacker (Amanda Seyfried) que ha conseguido ocultar su identidad y mantener sus recuerdos al margen de los demás. Pero no es lo único que sabe hacer, y la rebelde se convertirá en un desafío no solo para el grupo de policías sino para el statu quo de la sociedad.
O eso suponemos, porque muy inteligentemente, Niccol mantiene la historia cociéndose a muy baja intensidad. El elemento más alto de esta transparencracia es el comisario de policía, que apunta a que sin la pérdida total del anonimato se viviría en el caos, porque... ¡nadie sabría quién comete los crímenes! Pero más allá de ello, no sabemos quién ha tomado la decisión de que esta sociedad funcione así ni a quién beneficia en última instancia, solo que está absolutamente asumido por los ciudadanos.
Por eso funciona tan bien este mundo gris y sin pasiones que retrata 'Anon' y que sentimos escalofriantemente cercano. Un mundo que a base de extirpar secretos y mentiras ha perdido toda la humanidad: Niccol filma los entornos de forma aséptica y silenciosa, sin estridencias porque no hay nada que ocultar. El mensaje del director y guionista es, como siempre, humanista, pero no necesariamente complaciente: nuestra capacidad para romper normas, equivocarnos, hacer el mal es lo que nos convierte en personas.
'Anon' plantea esta historia con un afiladísimo diseño de producción, con una interfaz fría y robótica para mostrar los datos ajenos que es una auténtica delicia de contemplar, ya que deja al desnudo la esencia inhumana y devastadora de lo que las redes sociales nos camuflan con gamificación, colores y amabilidad. Y Niccol, que visualiza de forma impecable ese mundo de hormigón y datos, toma una buena cantidad de riesgos narrativos al entremezclar lo que ven los personajes, cuando estos ven lo que ven otros y, por supuesto, cómo les vemos nosotros.
Niccol entra a veces en una voluntaria confusión de formatos, imágenes, orígenes y tonos para aturdir al espectador, pero no es torpeza sino una muy consciente intención de sepultarlo bajo lo que es en realidad esta sociedad futura: una avalancha de datos ajena de tal calibre que lo importante y lo banal se iguala y los recuerdos más importantes que atesoramos dejan de tener valor. Una distopía suave en la forma -pero durísima en el fondo- que nos avisa acerca de las precauciones que deberíamos tomar para no perder uno de los aspectos más valiosos (aunque intangibles) que poseemos.
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