Estamos en 2071. No hace tanto tiempo aún había hielo en la Antártida, aún queda algo. Pero hoy lo que hay es trabajo. El continente ha cambiado mucho, es cierto. Pero, sin duda, ha cambiado a mejor. Ahora hay hoteles, restaurantes, lugares de ocio y una amplia oferta cultural.
Por ejemplo, si uno viaja al polo, puede ver la reconstrucción del «Polheim», la tienda que Amundsen y su gente montaron hace ya 160 años. Justo al lado, está el Museo William Smith que ahora tiene un par de exposiciones temporales, una de Magritte y otra de tejidos tradicionales africanos. Junto a él, hay un McDonald’s.
Dos escenarios para un futuro antártico
Eso es lo que me viene a la cabeza leyendo ‘Choosing the future of Antartica’, un texto que publica hoy la revista Nature y que hace algo refrescante: se pone en lo peor, pero también en lo mejor. Los investigadores imaginan dos futuros para el continente austral: un escenario es el resultado esperable de la acción climática internacional y del control de actividad humana en la Antártida.
El otro, como podemos ver en la imagen, el que he recreado al principio del post, es consecuencia de la inacción: de la pérdida de hielo, el aumento del nivel del mar, el calentamiento generalizado, la acidificación del océano y, sobre todo, el uso humano indiscriminado.
Ni siquiera son escenarios muy radicales o sesgados. Son, por decirlo de alguna manera, escenarios razonables. Pero es que la complejidad de imaginar los mares del sur dentro de 50 años es inigualable. Pensemos que el ecosistema del continente antártico es un encaje de bolillos global que se ve afectado constantemente por cambios, imprevistos y decisiones.
La importancia de la próxima década
Precisamente eso es lo que lleva a los investigadores a decir que salvar la Antártida es salvar el Mundo. «Algunos de los cambios que enfrentará la Antártida ya son irreversibles, como la pérdida de algunas plataformas de hielo, pero hay muchas cosas que podemos hacer, prevenir o revertir», explicaba Martin Siegert, coautor del estudio e investigador del Imperial College London.
«Para evitar los peores impactos, — continúa Siegert — necesitaremos una cooperación internacional sólida y una regulación efectiva respaldada por una ciencia rigurosa. Esto dependerá de que los gobiernos reconozcan que la Antártida está íntimamente unida al resto del sistema de la Tierra y que el daño allí causará problemas en todas partes»,
No obstante, la conclusión más importante es la idea de que las decisiones que tomemos durante la próxima década determinarán ese futuro del que hablan. Hablamos de calentamientos de más de dos grados de diferencia o subidas del nivel del mar muy por encima del metro y medio. Poca broma. Y sí, sé que las predicciones son siempre polémicas: la cuestión no es si creemos en ellas, sino qué hacemos cuando la mejor evidencia disponible se convierte en toda una llamada de atención.
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