El 83% de las aguas del grifo del mundo tienen microfibras plásticas. Ahí es nada. El 83 por ciento. Los microplásticos atraviesan los sistemas de filtración del agua y se incorporan, de forma natural, a circuito general. Ahí es donde empiezan los problemas.
O no. Porque lo cierto es que no sabemos muy bien qué efectos tienen a largo plazo. Sea como sea, la sombra de la sospecha está ahí y eso ha provocado la progresiva prohibición de todo plástico con menos de cinco milímetros. Ahora (temblad amantes de la fiebre del sábado noche) le ha llegado el momento a la purpurina.
Era cuestión de tiempo
California prohibió en 2015 de forma taxativa toda microperla no biodegradable. Y el Reino Unido ya impulsó la prohibición de estos componentes tras una serie de estudios que avisaban sobre la concentración de estos microplásticos en numerosas poblaciones de peces.
Estos análisis apuntaban a que microperlas y microplásticos estaban contribuyendo a la disminución de poblaciones de estos animales. Sin embargo, en el último año, algunos de ellos se han tenido que retirar por problemas metodológicos serios que no ponen en duda el impacto real de los microplásticos, pero sí aconsejan su relativización. Más allá de eso, el consenso generalizado señala que hemos de avanzar hacia soluciones fácilmente biodegradables.
La hora de la purpurina
Hasta ahora, la purpurina había escapado a las restricciones de microplásticos. No está muy claro el motivo porque, a todas luces, se trata de un microplásticos (y de uno especialmente popular). Por eso, un grupo de científicos se están organizando para exigir que se eliminen las excepciones.
La purpurina, como las microperlas de plástico, se pueden encontrar en todo tipo de lociones, cremas exfoliantes, pastas de dientes y demás productos cosméticos. También en las escuelas infantiles y guarderías de medio mundo. Este es un ejemplo claro de cómo pequeños productos, en apariencia inofensivos, pueden estar produciendo un problema ambiental sin que nosotros lo sospechemos.
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