"No puede ser". Me imagino que tras ver aquello, aún incrédulo, desmontó el telescopio y limpió una a una las lentes; las volvió a colocar dentro del tubo que, según algunos, había reutilizado de un órgano estropeado y, tras frotarse los ojos, comprobó que sí, que no era un espejismo, ni una ilusión visual. Ni siquiera era el caprichoso efecto de una aberración producida por la imperfección de cristales. No, no, estaba claro: había mares en la Luna (o, al menos, algo muy parecido). Estamos en 1610 y un Galileo de 45 años está a punto de hacer algo que llegará hasta nuestros días en forma de mapas cartográficos.
'Maria' ('mares' en latín) escribiría el genio pisano sumándose a una tradición que viene desde 'Las metamorfosis de y nos legaría un rosario de océanos, lagos, marismas y bahías repartido por la superficie de la Luna. El problema, claro, es que no son mares. Son enormes planicies basálticas formadas por antiguas erupciones volcánicas. Y es que, aunque pueda parecer extraño al verla ahí, pálida y mortecina, hubo un tiempo en que nuestro satélite era un infierno de azufre y basalto. Lo curioso es que ese "tiempo" fue hace menos de lo que podríamos pensar.
Un misterio de más de 30 años
En el año 1971, los tripulantes del Apollo 15 fotografiaron algo muy extraño en la superficie de la Luna. Nadie tenía muy claro qué podía ser. Sobre todo, porque, aunque parecían ser los restos de una erupción volcánica, la lógica nos decía no no podía ser. Para la década de los 70 ya sabíamos que no había nada extraño en hablar de volcanes lunares, pero los mares lunares eran viejísimos flujos basálticos con miles de millones de años. El problema es que 'Ina', como llamaron al raro descubrimiento, no tenía mil millones de años.
Así que, temiéndose lo peor, los científicos de la NASA recurrieron a la Lunar Orbiter 4. En 1967, la sonda norteamericana había orbitado alrededor del satélite tomando más de cuatrocientas fotos de altísima resolución que cubrían el 99% de la cara visible de la Luna en resoluciones que iban de los 58 a los 134 metros. Si 'Ina' era algo real, debía de estar en esas fotografías.
Pero no estaba. Y no porque apareciera la zona del descubrimiento con otro aspecto diferente. No estaba porque por un fallo técnico, el lugar exacto donde se encontraba 'Ina' formaba parte de ese 1% de la cara visible que se había quedado sin fotografiar. Eso hizo que, durante más de 30 años, el extraño hallazgo del Apollo 15 siguiera siendo un misterio que nadie podía explicar.
'Ina' nunca estuvo sola
En 2014, un equipo de investigadores dirigido por Sarah Braden, una profesora de la Universidad Estatal de Arizona, decidió darle una vuelta al misterio. Usando la Lunar Reconnaissance Orbiter, una sonda que lleva desde 2009 cartografiando la superficie del satélite con una resolución nunca vista, el equipo descubrió 70 lugares muy parecidos a la 'Ina' original.
Antes decía que 'Ina' no tenía mil millones de años, pero es que muchos de esos 70 lugares parecían tener menos de 100 millones de años. Algo que puede parecer mucho tiempo, pero que en términos geológicos es un suspiro. En su momento, en aquel 2014, el descubrimiento de Branden y su equipo entusiasmó a los científicos planetarios. Eso podía significar que la Luna estaba "más viva" de lo que parecía: no solo su núcleo podía tener más temperatura de la nos esperábamos, sino que (¿quién sabe?) cabía la posibilidad de que viéramos una erupción lunar en algún momento.
La edad de las cosas en el espacio
Ahora, la sonda lunar china Chang'e-5 acaba de dar "un pequeño paso" para confirmar ese vulcanismo reciente. Como os contamos hace meses, gracias a la Chang'e-5, China se convirtió en el tercer país en traer muestras lunares a la Tierra. Pero lo más interesante de la expedición es que, gracias a ella, íbamos a poder calibrar el sistema de conteo de cráteres que hasta ahora usábamos para conocer la edad de las superficies lunares.
El equipo chino ha utilizado la datación de isótopos de plomo para concluir que esas rocas se formaron a partir de magma que entró en erupción hace unos 2.000 millones de años. Este dato es más intrigante de lo que parece porque significaría que esas rocas se formaron mucho más tarde que en otras muestras lunares volcánicas conocidas y no tenemos muchas explicaciones para ello.
Sin embargo, eso no es lo más interesante a medio plazo. Lo más interesante es que, al calibrar con mayor exactitud, el sistema de conteo de cráteres vamos a poder entender mejor la historia geológica de innumerables cuerpos celestes y nos va a dar una medida mucho más precisa de la edad del espacio.
Imagen | Neven Krcmarek
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