Las auroras iluminaron América desde el norte de Canadá hasta Colombia, "el mar se convirtió en sangre" y las piedras de la playa, reflejando esa luz terrorífica, parecían ascuas en una hoguera. Si aquella semana de abril 1859, cuando ya sabíamos tanto sobre la naturaleza y sus misterios, muchos pensaron que había llegado el fin del mundo, no quiero imaginar el terror que sacudió el planeta durante la gran tormenta del 660 antes de Cristo.
En 2017, un grupo de investigadores identificaron un pico repentino de carbono-14 en varios árboles milenarios. Según sus conclusiones iniciales, algo había ocurrido en torno a ese año. Pero la evidencia era elusiva, encajaba con varios escenarios desde las señales de una supernova a una enorme tormenta solar.
Como seguro que habéis deducido, era esto último. Y de qué manera. "Si esa tormenta solar hubiera ocurrido hoy, habría tenido gravísimos efectos en nuestra sociedad tecnológica", explicaba Raimund Muscheler, profesor de Geología de la Universidad de Lund y autor principal de la investigación.
La gran tormenta del 660
Muscheler tiene experiencia en estos temas, ya había colaborado en los trabajos para identificar la existencia de otras dos megatormentas solares sucedidas en los años 775 y 994 (después de Cristo). Así que, para darle sentido a ese pico de carbono-14, el equipo analizó unos enormes núcleos de hielo en Groenlandia con hielo formado durante los últimos 100.000 años.
Hemos hablado muchas veces de este tipo de eventos. El Sol emite de forma habitual gran cantidad de partículas cargadas, pero nuestro campo magnético nos protege de la mayor parte de ellas. A veces, cuando una tormenta supera cierto límite, el campo terrestre no es suficiente.
Es entonces cuando aparecen los picos de carbono-14 en los anillos de los árboles y cuando los bloques de hielo acumulan grandes cantidades de berilio-10 y de cloro-36. Por eso, Muscheler y su equipo estudiaron el hielo virgen groenlandés
¿Estamos preparados?
Allí, en las profundidades del hielo nórdico, encontraron efectivamente picos de berilio-10 y cloro-36 datados hacia la misma época que los picos de carbono-14. Es más, según sus conclusiones, se trata de una de las mayores tormentas solares de las que tenemos noticia: diez veces más potente que la de 1953, la única que hemos podido registrar con instrumentos modernos.
Es justo ahí cuando empieza la preocupación. En primer lugar, porque no está muy claro cómo de habituales son estos eventos. Y en segundo lugar porque ahora somos especialmente vulnerables a ellos. No solo es que nuestra tecnología pueda deshacerse ante una tormenta lo suficientemente grande, es que toda nuestra sociedad está construida sobre ella y cada vez tenemos menos sistemas de respaldo.
Cuando en 2008, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos estudió las consecuencias de un evento mucho menor que este del que hablamos, las conclusiones fueron bastante siniestras: conllevaría una interrupción sin precedentes en el metabolismo social, político y económico del mundo. Ahí es nada.
En los últimos años tanto EEUU como la Unión Europea han iniciado programas para evitar la catástrofe ante un "cisne negro" como este, pero estudios como el de Muscheler nos ponen de nuevo ante el espejo y nos obligan a reconocer que aún no hemos hecho lo suficiente.
.
Ver 26 comentarios