A fuerza de verlo día sí, día también hemos asumido que es algo de lo más mundano, pero ir a la cocina, abrir el grifo y ver cómo aflora un refrescante y generoso chorro de agua es una bendición. También el resultado de un intrincado sistema de ingeniería civil: hay que recoger el líquido, canalizarlo, potabilizarlo y llevarlo hasta cada uno de nuestros hogares. En la ciudad maya de Tikal, uno de los grandes yacimientos precolombinos situados en la Cuenca del Petén —en lo que hoy es el norte de Guatemala— no disponían de tanta logística; pero se las apañaban igualmente bien. Y eso que no lo tenían fácil: acogía miles de habitantes y afrontaban frecuentes sequías.
Para garantizar su suministro los habitantes de Tikal, al igual que los de otros asentamientos mayas, decidieron construir embalses. El objetivo: acumular y almacenar el agua para los períodos de carestía. El problema es que con el paso del tiempo el líquido estancado se corrompía y acababa contaminado con microbios y minerales tóxicos. A pesar de ese efecto, los arqueólogos dedicados a desentrañar la historia de Tikal han comprobado que en apariencia la urbe disponía de un suministro más o menos constante de agua. Agua limpia y en buenas condiciones, entiéndase.
Lo que vale un buen conocimiento de los mierales
La única explicación era que los lugareños usasen sistemas de depuración del agua, pero eso obligaba a los expertos a replantearse algunas teorías. En Egipto, Grecia o el sur de Asia se utilizaban sistemas de filtración a base de plantas, arena, grava y telas ya en el siglo XI antes de Cristo; pero nada se sabía de que los mayas ni sus vecinos aplicasen técnicas parecidas.
Aztecas e incas se nutrían con acueductos que no exigían métodos de purificación y en América del Norte las antiguas culturas indígenas echaban mano de cerámicas hirviendo. Resueltos a aclarar el misterio un grupo de científicos de la Universidad de Cincinnati se dedicó a investigar cómo lograban los habitantes de Tikal que su suministro se mantuviese en buenas condiciones. Las conclusiones las recogieron en un artículo publicado en octubre de 2020 en Naure.
Tras analizar el depósito de Corriental, un gran reservorio de agua potable utilizado por los mayas entre los períodos Preclásico Tardío y Clásico Tardío —una horquilla que va de hace alrededor de 2.200 a 1.100 años—, y un minucioso examen de sedimentos mediante difracción de rayos X (DRX), el equipo descubrió algo sorprendente: una mezcla de cuarzo cristalino grueso y zeolita, “un aluminosilicato hidratado, cristalino, poroso, tridimensional, no tóxico, con propiedades absorbentes naturales y de intercambio iónico”, como detallan los científicos en su artículo. La zeolita y el cuarzo pudieron rastrearse incluso hasta el Bajo de Azúcar, situado a unos 30 kilómetros de Tikal.
Gracias a sus propiedades la zeolita es en un aliado bárbaro para eliminar del agua microbios dañinos y toxinas. Se sabe que hace alrededor de 2.700 años los ingenieros griegos y romanos ya aprovechaban sus propiedades absorbentes y la utilizaban como puzolanas en el cemento con el que luego construían estructuras hidráulicas. Mucho menos frecuente era usarla para potabilizar el suministro de agua. “Se ha asumido que las zeolitas no se utilizaron para la purificación hasta principios del siglo XX. También se ha presumido que las formas más antiguas de purificación de agua ocurrieron en Europa y el sur de Asia”, reseñan los autores del informe.
El hallazgo de Tikal ofrece el ejemplo más antiguo conocido de purificación de agua en el hemisferio occidental. Tampoco se tiene constancia de que se hubiese empleado antes la zeolita para ese fin. Es más, dado que el sistema de purificación de Corriental ya funcionaba hace 2.185 años, aventajó en 600 a los sistemas de filtración a base de grava y arena del sur de Asia descritos en la Suśrutasaṃhitā. Cuando los mayas se abastecían con agua limpia y segura faltaban aún dieciocho largos siglos para Robert Bacon desarrollase, en el XVII, su sistema de filtrado con arena.
“Lo que es interesante es que este sistema todavía sería efectivo hoy y los mayas lo descubrieron hace más de 2.000 años”, destaca en un comunicado Kenneth Barnett Tankersley, uno de los autores principales del estudio. Así que ya lo sabes: la próxima vez que abras el grifo para disfrutar de un buen trago de agua fresca en plena sequía piensa que los mayas ya tiraban de ingenio hace un par de milenios para disfrutar —sin grifos de por medio, claro— de un privilegio parecido.
Imágenes | Astuder (Flickr) y Mtsrs (Flickr)
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