Si los responsables del Comando Aéreo Estratégico (SAC) y la Defensa Aeroespacial de Estados Unidos hubiesen descolgado el teléfono el 23 de mayo de 1967 es muy probable que el último medio siglo no se hubiese pareciese en nada a lo que recordamos. Para empezar, y no es una exageración, muchas de las alrededor de 7.750 millones de personas que habitamos el planeta estaríamos hoy muertas o, directamente, no hubiéramos llegado a nacer siquiera.
Eso es; todo con descolgar un teléfono, marcar un par de números y mantener una breve charla.
¿La razón? Una tormenta solar.
Bueno, mejor dicho: una tormenta solar que —de no estar provisto el personal del SAC de un buen dominio de su oficio y, sobre todo, de nervios ya no de plomo, sino de un acero bruñido digno de acorazar los tanques Panzer más resistentes— podría haberse interpretado como la chispa que desencadenase la Tercera Guerra Mundial, una marcada por la amenaza nuclear.
Vayamos por partes.
Sin margen para errores
En mayo de 1967 Elvis Presley y Priscila Beaulieu se daba el sí quiero en Las Vegas, Jimi Hendrix estrenaba álbum, Reino Unido e Irlanda solicitaban sumarse al club europeo y el Orbiter 4 despegaba rumbo a la Luna; pero más allá de esas pinceladas que marcaban el paisaje mundial, la atención del planeta seguía puesta en las belicosas tiranteces entre EEUU y la URSS. Los estadounidenses maniobraban sin fortuna en Vietnam, la Guerra de los Seis Días estaba a punto de caramelo y los vientos de la Guerra Fría soplaban con fuerza tras décadas de programas armamentísticos nucleares, escenario que en 1964 se había tensionado con los planes de China.
La cosa, en resumen, estaba para pocas bromas.
Con ese telón de fondo, el 23 de mayo de 1967 el centro de comando del SAC, una base subterránea situada a las afueras de Omaha, recibió una señal inquietante: acaban de detectar lo que parecía un ataque que había interrumpido las comunicaciones por radio y radar.
Después de la épica de los últimos párrafos puede parecer un bluff, pero hay que verlo con la perspectiva de los oficiales estadounidenses de la Guerra Fría. La primera duda que les asaltó fue: ¿Aquella interferencia era deliberada o no? ¿Estaban ante un fenómeno natural o la primera señal de un inminente ataque nuclear soviético? El contexto no obligaba únicamente a plantearse la pregunta. Requería también afrontarla sin margen de error y sin demora, con una rapidez con la que —en caso de ser, efectivamente, un movimiento ruso—, la EEUU se jugaba la eficacia de su ofensiva.
No cuesta imaginar el ambiente en la base de Omaha bajando varios grados y volviéndose lo suficientemente denso como para poder cortarlo con un cuchillo. La cuestión se las traía. El suceso había afectado a radares que se integraban, precisamente, en el Sistema de Alerta Temprana de Misiles Balísticos que se dedicaba a rastrear los cielos a la caza de amenazas soviéticas. Al darse cuenta de la gravedad de lo que estaba ocurriendo, el Equipo de Acciones de Emergencia del SAC contactó con el Mando de Defensa Aeroespacial (NORAD) y el Centro de Comando Militar Nacional (NMCC), en el Pentágono. La pregunta era : ¿Cuál debía ser el siguiente paso?
Las autoridades esperaban.
Los bombarderos esperaban.
El sistema de defensa, en alerta, estaba listo para entrar en acción.
Una decisión clave, en el momento justo
La amenaza se desvaneció con la misma rapidez con la había cuajado minutos antes —no sabemos si ocurrió lo mismo con los nervios del equipo del SAC y NORAD—. Tras evaluar los datos, el SAC y sus colegas concluyeron que la causa de la interrupción de las comunicaciones no era un ataque de la URSS, sino una tormenta solar que había interferido con el radar. Sencillamente, su radiación electromagnético había afectado al sistema defensivo de Estados Unidos.
Cincuenta y cinco años después recordamos la Gran Tormenta de mayo de 1967 como eso, precisamente, un potente fenómeno natural, una violenta erupción solar acompañada de radiación electromagnética y cuyos efectos se dejaron sentir de forma amplia y extensa; pero no como la chispa que hizo saltar por los aires la Guerra Fría y derivó en la Tercera Guerra Mundial.
Si hoy sabemos lo cerca que estuvo de complicarnos el siglo XX el Sol es, de hecho, gracias a Dolores Knipp, física espacial, quien relató la historia en un artículo publicado en Space Weather: "La tormenta dejó su huella inicial con un colosal estallido de radio solar que provocó interferencias de radio en frecuencias entre 0,01 y 9,0 GHz e interrupciones casi simultáneas de las comunicaciones de radio diurnas por intensos flujos de rayos X solares ionizantes".
Por fortuna, el incidente de 1967 pilló a Estados Unidos con los deberes hechos. Poco antes el Servicio Meteorológico Aéreo del país había lanzado un manual sobre clima espacial y se emitían ya pronósticos con cierta frecuencia. La propia Administración de Servicios de Ciencias Ambientales del país había detectado manchas solares días antes que, con el paso del tiempo, parecían haber ido creciendo hasta estallar en una potente llamarada solar y varios observatorios lograron captar las erupciones en tiempo real, información a la que pudo acceder la propia NORAD.
"A raíz de este casi incidente, se hizo evidente para muchos la necesidad de incorporar información meteorológica espacial en tiempo real al proceso de toma de decisiones de las Fuerzas Aéreas, y se emprendieron varios esfuerzos importantes para mejorar en gran medida la capacidad operativa del sistema de apoyo ambiental espacial AWS", comenta la propia Knipp en su artículo.
No es mal epílogo para un incidente que podría haber dado una vuelta a la historia.
Imagen de portada | NASA
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