Jules Verne no fue el primero que ideó un viaje a la Luna. Aunque ‘De la Tierra a la Luna’, publicado en 1865, adelantó algunas de las características que tendría después el programa Apolo de la NASA (como el lanzamiento desde una base en Florida), y quizás sea el viaje al satélite más conocido de la ciencia ficción, llegaba al final de una larga tradición de historias de aventureros que habían puesto sus ojos en la Luna. Al fin y al cabo, la observación del satélite, de sus movimientos por el cielo y de sus fases era una parte muy importante de la labor de los astrónomos desde la Antigüedad.
De este modo, no era nada raro que hubiera historias mitológicas sobre la Luna en casi todas las civilizaciones. Los griegos identificaban el satélite con Selene, hija de los titanes Hiperión y Tea, que recorría por las noches el cielo en un carro brillante, y un cuento popular japonés del siglo X la personalizaba en Kaguya, una princesa lunar que nace de un árbol de bambú y que crece con una pareja de ancianos que no tenían hijos.
Esa historia está considerada por algunos estudiosos como una especie de ciencia ficción primitiva, y también una de las primeras muestras de las creencias de que la Luna podía estar habitada. Los cuentos de viajeros que soñaban con ir allí serían todo un clásico para escritores y pensadores durante siglos, que idearon los métodos más diversos, acordes con los conocimientos científicos y tecnológicos de la época, para llevarlos hasta la Luna. El mismo Johannes Kepler se animó con una de estas historias en ‘El sueño o la Astronomía de la Luna’, contando cómo un joven islandés y su madre viajaban al satélite gracias a un conjuro mágico. La escribió en 1608 pero no se publicó hasta 1634, después de su muerte.
Cuatro años más tarde, Francis Godwin haría que un español realizara el viaje en un vehículo tirado por gansos en ‘The man in the Moone’, un libro que inspiraría a Cyrano de Bergerac para escribir el satírico ‘El otro mundo: Historia cómica de los estados e imperios de la Luna’. En su caso, el método de propulsión eran fuegos artificiales y, como era de recibo en aquellos tiempos, la Luna estaba habitada por seres con cuatro patas que tenían armas que podían cocinar un animal al mismo tiempo que lo estaban cazando. Aunque era una obra cómica, fue de las primeras en utilizar cohetes, aunque fueran pirotécnicos, para impulsar una nave espacial.
La sombra de Verne
Muchos grandes literatos de los siglos XVIII y XIX probaron suerte con un viaje a la Luna, desde Daniel Defoe a Washington Irving, pasando por Edgar Allan Poe, con ‘La aventura sin par de un tal Hans Pfaall’ o, por supuesto, y ya entrando en el siglo XX, H.G. Wells, que en ‘Los primeros hombres en la Luna’ cuenta en 1901 el viaje de un hombre de negocios y un científico a un lugar habitado por seres con aspecto de insecto y repleto de una flora que sólo aparece de día, cuando la luz del Sol vaporiza la atmósfera helada de la noche. Lo curioso de ese viaje es que estaba impulsado por cavorita, un elemento descubierto por el científico que tiene propiedades antigravitatorias.
Así, puede hacer que la nave escape de la atracción terrestre y llegue a la Luna. Ambos experimentan incluso la ingravidez. Sin embargo, sería Jules Verne el que idearía el viaje a la Luna más completo en ‘De la Tierra a la Luna’ y ‘Alrededor de la Luna’.
Las coincidencias entre los libros de Verne y la misión del Apolo XI, un siglo más tarde, son bien conocidas por todos. Barbicane y sus compañeros son lanzados a la Luna desde Florida, no muy lejos del lugar que ocupa hoy el Centro Espacial Kennedy, aunque el método de lanzamiento mediante un potente cañón sería descartado años más tarde por Konstantin Tsiolkovsky, uno de los padres de la cohetería moderna. Su cápsula se ve desviada de su ruta por el encuentro con un pequeño asteroide y, en lugar de alunizar, acaba orbitando la Luna.
Hasta que no llegó Hergé, ya en los 50, con los álbumes de Tintín 'Objetivo: la Luna' y 'Aterrizaje en la Luna', no se encontrarían unas obras que adelantaran tanto lo que después se vería con el programa Apolo.
Aunque la era espacial como tal no se iniciaría hasta 1957, con el lanzamiento del Sputnik por parte de la antigua URSS, los cohetes de propulsión líquida ya habían empezado a desarrollarse en los años 20 gracias a Robert Goddard, y Wernher Von Braun y otros ingenieros de la Alemania nazi habían desarrollado en la Segunda Guerra Mundial la base sobre la que, años más tarde, la NASA enviaría hombres a la Luna; los cohetes V-2, capaces de realizar vuelos suborbitales y utilizados en bombardeos contra Londres, París y Amberes, entre otras ciudades, ya al final de la guerra.
Con el inicio de la era espacial y el envío de sondas como la soviética Luna 2, en 1959, las descripciones en la ciencia ficción de la superficie lunar como un lugar poblado por una flora extraña dejaron de hacerse ante la vista desierta y desolada que ofrecían aquellos vehículos. Eso no impidió que surgieran algunos de los clásicos más importantes de la historia del género, como 'La luna es una cruel amante', de Robert Heinlein, centrada en una colonia humana en el satélite. De hecho, la colonización de los hombres de la Luna, más que la existencia de selenitas, pasaría a ser el tema fundamental de las obras de ciencia ficción centradas en el satélite, un tema impulsado por aquella pionera visión de Neil Armstrong y Buzz Aldrin bajando del módulo lunar Eagle hacia la "magnífica desolación" lunar.
Foto de la Luna | Gregory H. Revera/Wikipedia En Xataka | La Luna encontrada: así han sido los viajes a nuestro vecino
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