Sin recurrir a Google, ¿sabrías decir quién es Ondrej Sosenka y por qué será recordado, casi con toda probabilidad, durante el resto de su vida? Si la respuesta es negativa, no te preocupes: ni siquiera la mayoría de los más fieles seguidores del ciclismo en sus distintas modalidades acertarían a identificar a este semi-anómico ciclista checo como el actual poseedor del Récord de la Hora. Hace ya casi nueve años, el diecinueve de julio de 2005, en Moscú, Sosenka recorrió 49 kilómetros y 700 metros en sesenta minutos.
De este modo, el campeón checo, enrolado en las filas del humilde equipo italiano Acqua & Sapone, realizaría su sueño particular y la gesta que, años atrás, gozaría de tanto prestigio y reconocimiento profesional como la victoria total en el Tour de Francia. ¿Qué ha sucedido en el camino del Récord de la Hora para que, tras ser un anhelo en la mente de todo ciclista profesional, su carácter haya quedado tan devaluado?
Retrocedamos algo en el tiempo para observar el cuadro con mejor perspectiva. En 1965, durante su primer año como profesional, Eddy Merckx, a la postre el ciclista con el palmarés más impresionante de todos los tiempos, era preguntado por sus ambiciones como joven y prometedor corredor. El belga, conocido durante sus años como profesional como El Caníbal por su ambición desmesurada en cada nimia prueba que corría –cariz que engrosó su palmarés de forma exponencial–, no dudó: "Ganar el Tour de Francia y establecer un nuevo Récord de la Hora".
Volvamos al presente: la noticia el pasado mes de febrero de la intención formal de Fabian Cancellara de establecer un nuevo Récord de la Hora se recibió con tibia algarabía entre los foros ciclistas. El ciclista suizo ha sido uno de los más destacados contrarrelojistas de la pasada década –cuatro títulos mundiales en la especialidad mediante– y siempre ha mostrado un más o menos velado deseo por enfrentarse a tan histórico reto.
Tras más de diez años de protagonismo indudable en el pelotón internacional, Cancellara, a la edad de treinta y dos años y ya en la recta final de su carrera –en teoría–, sacrificará parte de su calendario anual para, en México, como ya hiciera Merckx en 1972, superar la distancia marcada por Sosenka en 2005. Su propio equipo reconoce el sacrificio, que no el honor: cumplidos con creces sus objetivos de temporada –y de carrera deportiva–, Cancellara se puede permitir el lujo, el capricho, de batir el Récord de la Hora.
El Récord más allá de la bicicleta
Será en agosto y conforme al reglamento incorporado por la UCI tras el inicio del siglo XXI. La progresiva decadencia de la prueba encuentra su razón de ser, primariamente, en los cambios de reglamentos frecuentes y la anulación de récords pasados obtenidos con reglas contemporáneas pero, a la postre, desechadas. Sería un error pensar en Sosenka como el ser humano que más distancia ha recorrido en una hora utilizando sólo su fuerza motriz.
Queda lejos de ello, de hecho, si pensamos en la increíble velocidad media obtenida por Sam Wittingham en julio de 2004 sobre el Varna III, un pequeño vehículo fabricado con forma de bala y fibra de carbono para eliminar por completo la resistencia del aire. Wittingham recorrió 86 kilómetros y 770 metros en una hora. Técnicamente es el auténtico Récord de la Hora.El problema reside en la naturaleza del vehículo empleado: es cierto que Wittingham utilizó sólo su fuerza motriz y que el 'Varna III' estaba propulsado por pedales, pero sólo usando mucho la imaginación podríamos definirlo como bicicleta. El dilema es tan antiguo como lo es el deporte. En 1933 la persecución del hito se dividió entre quienes opinaban que los límites tecnológicos debían ser inexistentes y quienes pensaban exactamente lo opuesto. El resultado son dos asociaciones internacionales regulando el mismo objetivo por distintos medios.
La primera es la UCI, que se encarga del récord de la hora sobre una bicicleta convencional –o no tanto, ahora veremos por qué–. La segunda es la Asociación Internacional de Vehículos de Propulsión Humana –IHPVA por sus sigas en inglés–, bajo cuyo paragüas cabe todo. Aquí la cuestión radica en la tecnología y no tanto en el propio talento físico humano, exactamente al contrario que los valores que en su día enarboló la Unión Ciclista Internacional y que, teóricamente, están más vigentes que nunca hoy en día.
Una pugna emocionante e histórica
No siempre ha sido así. Hablar del récord de la hora sobre una bicicleta convencional nos lleva, inevitablemente, a hablar de sus inicios románticos y a su apogeo dorado entre los cincuenta y los setenta, posiblemente los años más gloriosos del ciclismo en cuanto a talento, espectáculo y popularidad. Antes de la Segunda Guerra Mundial, evento que supone un antes y un después generacional en el ciclismo europeo, el récord de la hora se había roto en numerosas ocasiones, algunas de ellas el mismo año –da fe de ello la gloriosa rivalidad entre el suizo Marcel Berthet y Oscar Egg, que rompieron consecutivamente el Récord de la Hora cuatro veces entre 1913 y 1914–.
Eran tiempos de bicicletas anticuadas y pesadísimas, pero que en esencia no variarían hasta entrada la década de los ochenta. Pero no debemos despreciar la imaginación de sus participantes: se empleaban innovaciones aerodinámicas de todo tipo en busca de más velocidad, algunas de ellas realmente surrealistas. Y era un reto fabuloso por lo que representaba: un hombre frente al tiempo, sin viento, sin colinas, sin asperezas, el momento de la verdad definitivo. La naturaleza de la prueba empujó al óvalo, poco a poco, a los mejores ciclistas de cada era.El primer gran héroe que inscribió su nombre en la leyenda del Récord de la Hora fue Fausto Coppi, en Milán, en 1942, mientras las bombas estremecían la ciudad. Coppi, aún desconocido por entonces, superó la marca vigente de Maurice Archambaud sólo por un puñado de metros, y su anonimato, unido al tiempo turbulento de la guerra, propició que muchos no dieran crédito a las informaciones que llegaban de Milán.
Aún con todo, la gesta de Coppi ganó celebridad con el paso de los años: sus exhibiciones alucinantes en el Giro de Italia y el Tour de Francia hicieron del Récord de la Hora un preciado tesoro. Tanto que su siguiente conseguidor sería el primer gran dominador en serie de la historia del Tour de Francia: Jacques Anquetil, quien alcanzó por primera vez los 46 kilómetros.
Tras Anquetil otros ciclistas superarían la marca. No sería hasta 1972 cuando un hipercampeón volvería a grabar su nombre en los libros del ciclismo: Eddy Merckx, tras una temporada triunfal en todos los terrenos, deseaba coronarse también como el mejor ciclista frente al reloj de siempre. "Yo soy, por encima de todo, un rodador. Debo atacar el récord como una obligación. Debo terminar la temporada en mi pico de forma, de ese modo tendré la oportunidad de batir el Récord de la Hora". Palabras mayores viniendo de alguien que había ganado Paríx-Roubaix, Lieja-Bastoña-Lieja o Giro de Lombardía ese mismo año.
Para Merckx el récord era una prueba por encima de toda consideración, un test definitivo: eligió México en detrimento de Milán para cuajar su hazaña, dispuesto a poner de su propio bolsillo 20.000 dolares para tal fin. Frente a dos mil personas, moviendo un desarrollo de 52x14 y superando en todo momento el registro anterior, Merckx fijó la marca en 49 kilómetros y 431 metros. "No volveré a intentarlo jamás", aseveró cuando se bajó de la bicicleta, exhausto. No lo hizo.
Ni él ni, en sus mismas condiciones, prácticamente nadie más. El récord de Merckx fue batido sucesivamente en las siguientes décadas pero, paradojas del reglamento, sobre el papel no fue superado hasta que Chris Boardman lo logró en pleno siglo XXI. He aquí la historia de la tecnología y la épica de la mano: un paseo por los récords más anhelados y, sin embargo, descatalogados.
La tecnología sobre el físico
La sombra de Merckx fue tan alargada casi como la de Coppi. Su hazaña se mantuvo vigente más de una década y siempre en condiciones tecnológicas mucho más avanzadas que las suyas. El de Merckx fue el último récord clásico, sobre una bicicleta convencional sin modificaciones específicas. Es por ello por lo que la UCI se remitió a él y a su bicicleta cuando introdujo el nuevo reglamento. A partir de 1972 todo cambiaría: Francesco Moser superaría los 50 kilómetros sobre una bicicleta extravagante de diseño clásicamente ochentero, rueda trasera gigante y lenticular y cuadro descendente.
Moser lo rompería primero el 19 de enero de 1984 para, cuatro días más tarde, montando un desarrollo ligeramente más grande –57x15 frente al 56x15–, volver a superarlo otra vez. Una exhibición sin precedentes aupada por la tecnología. La veda se había abierto y la experimentación se impondría sobre las condiciones físicas. Merckx ironizó sobre ello y afirmó que por primera vez el récord lo había superado alguien menos dotado que el anterior poseedor.La máxima podría aplicarse a otro nombre clave de la historia, Graeme Obree, escocés que no sólo revolucionó el diseño de las bicicletas sino también la postura contrarreloj. Primero encogido sobre sí mismo gracias a un manillar extraordinariamente corto y más tarde totalmente expandido en una postura conocida popularmente como "Supermán" –gozó de gran popularidad en el pelotón–, Obree causó auténticos quebraderos de cabeza a la UCI.
Fabricada de una sola pieza, de tan sólo siete kilos, diseñada con el apoyo de un ingeniero de Fórmula 1, pura fibra de carbono, 'Espada' supuso la sublimación de la tecnología frente al esfuerzo humano
El ciclista, muy lejos de los focos del pelotón internacional a principios de los años noventa, fabricaba sus propias bicicletas y ponía de manifiesto lo lejos que podía llegar la disciplina más allá del cuerpo. Mantuvo una rivalidad notable con Chris Boardman, otro británico especialista en el récord que utilizó asimismo diseños de bicicletas específicas para la prueba, de cuadros gigantes y compactos. Grabaría su nombre en el palmarés de la hazaña tres veces. En 1996 llegó más lejos que nadie hasta la fecha: 56 kilómetros.
Acaso el ejemplo paradigmático de la preponderancia de la tecnología, casi obsesiva, sobre la virtud física se encontraba en la bicicleta que Miguel Induráin empleó para batir el Récord de la Hora en septiembre de 1994, pocos meses después del primer triunfo de Boardman y pocos días antes de sendas exhibiciones de Tony Rominger en el velódromo –con un vehículo más convencional pero también específico–.
Induráin, que en 1994 se encontraba en la cima de su carrera deportiva, empleó una bicicleta expresamente diseñada por Pinarello y bautizada como 'Espada'. Fabricada de una sola pieza, de tan sólo siete kilos, diseñada con el apoyo de un ingeniero de Fórmula 1, hecha a la medida del ciclista navarro, pura fibra de carbono, tendría uso en pruebas en ruta y se convertiría probablemente en la bicicleta más famosa de todos los tiempos. Tanto que el récord de Induráin es tan recordado por él mismo como por su bicicleta. El Récord de la Hora había llegado demasiado lejos: simplemente no se competía sobre las mismas condiciones.
Vuelta a los clásicos: el debate
Tanto es así que la UCI decidió hacer tábula rasa en el año 2000: la competición había derivado en una deformación de su ideario original y las máquinas, al igual que en las competiciones de motor, parecían tener tanta importancia como los ciclistas, cuando no más. Asesorada por el propio récordman del momento, Boardman, la unión ciclista estableció reglas muy estrictas sobre las bicicletas que, de entonces en adelante, deberían utilizarse para validar el récord.
Un mínimo de dieciséis radios en las ruedas –no lenticulares y de idéntica medida–, cuadro triangular con tubos de no 2.5 centímetros, manillares tradicionales de entre 50 y 34 centímetros, neumáticos de entre 16 y 25 milímetros y un sinfín de limitaciones tecnológicas más. En esencia, el Récord de la Hora debería acometerse con una bici muy parecida a la que Merckx había utilizado en 1972. Todos los récords desde entonces hasta el 2000 quedaban anulados. Algunos llegaron a afirmar que se había retrocedido treinta años en el tiempo.El propio Boardman se encargaría de demostrar que aún era posible ir más allá de todo límite conocido: con una bicicleta semejante a la que empleó Merckx, recorrería escasos diez metros más que el campeón belga el 27 de octubre del 2000. La diferencia con la bici que él mismo había utilizado en 1996 era evidente. Cinco años más tarde, el desconocido, envuelto en casos de dopaje y ciclista de tercer nivel Ondrej Sosenka fijaría la actual distancia. Desde entonces, un páramo salpimentado por un debate recurrente en el mundo del ciclismo: ¿qué ha sucedido para que el anhelo ancestral de todos y cada uno de los grandes campeones de la historia de este deporte haya quedado reducido a un mero exotismo, a una prueba anclada en el pasado tecnológico y en la memoria del aficionado?
Hay quienes opinan que el Récord de la Hora se ha convertido en una estatua petrificada en el pasado. La UCI ha creado reglas específicas y particulares para una modalidad que niega la tecnología como un modo de mostrar la fuerza humana pura. Ni siquiera los modelos más avanzados pero acordes a la legalidad vigente de las pruebas de pista están permitidos. Las consecuencias de esta política son evidentes: la competición ha perdido comba porque los fabricantes ya no la perciben como un espacio publicitario. Pinarello encontró un filón comercial gracias a su Espada y a Induráin.
Trek no correría la misma fortuna con una bicicleta convencional, por más que la misma estuviera dirigida por Fabian Cancellara e incorporara los mejores materiales. Del mismo modo, la tan anhelada igualdad de condiciones a lo largo de los tiempos, la del paradigma universal e inalterable, es inalcanzable: Cancellara emplearía una bicicleta de fibra de carbono frente a la pesadez de los materiales de antaño, por mencionar sólo una diferencia significativa. Puede que Merckx empleara un vehículo en esencia idéntico al del pionero Desgrange, pero la industria le había regalado décadas de ventaja e investigación.Dada esta situación, ¿tiene sentido cercenar la evolución lógica de la tecnología? En cierto modo sí: basta echar un vistazo a la clase de vehículos y posturas empleadas en el otro récord. Más allá de los elementos básicos de la bicicleta, el Récord de la Hora se convierte en un pulso tecnológico. Su sentido primario y genuino, su espíritu irreductible y el reto intergeneracional que presenta a todos los ciclistas de cada época se anula en favor de innovaciones técnicas.
El mayor atractivo del test, su capacidad casi incontestable para juzgar pasado, presente y futuro del ciclismo a un mismo tiempo gracias a condiciones más o menos predecibles y semejantes, se evaporaría. ¿Es esto lo más conveniente desde un punto comercial y tecnológico? Posiblemente no. Pero el espíritu del Récord de la Hora nunca se ha preocupado tanto de convencionalismos publicitarios como de los héroes que sin más ayuda que sus piernas y su cabeza se enfrentan a él.
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