En 1910, un grupo de representantes de las principales cámaras de comercio del mundo se reunió en Londres con un rarísimo orden del día: busca una solución sencilla para saber en qué día de la semana caía una fecha en particular.
La mayoría de países del mundo ya habían adoptado el gregoriano gregoriano que usamos hoy en día (y otros como Rusia, China o el Imperio Otomano lo haría pronto); sin embargo, en un mundo sin ordenadores, los problemas que tenía un sistema tan alambicado resultaban un problema.
Un problema que no era fácil de solucionar.
Un encaje de bolillos. Como contaba David Friedman, "en esta reunión se presentaron varias propuestas sobre cómo gestionar las 52 semanas del año. Algunos sugirieron dividir el año en 13 meses de cuatro semanas cada uno [propuesta fue descartada porque era imposible dividir el año en trimestres de manera uniforme]. Otras personas sugirieron 52 semanas sin ninguna referencia a los meses".
Pero la más celebrada fue la que, diez años antes, había presentado L. A. Grosclaude en Suiza: dividir el año en trimestres de 91 días. De esa forma, tendríamos 12 meses en los que el número de días sería siempre (30-30-31). Además, cada trimestre empezaría en lunes y acabaría en domingo. Y, por si fuera poco: cada fecha caería siempre en el mismo día de la semana.
"Hmmmm.... suena bien, pero 91 x 4 son 364". ¡Exacto! Y eso lo resolvía de una forma muy curiosa: metía un día (el de año nuevo) entre el 31 de diciembre y el 1 de enero. Un día "libre" que no estaría en ninguna semana -- no sería ni lunes, ni domingo. De hecho, los años bisiestos habría otro día (el día bisiesto) que aparecería entre el 31 de junio y el 1 de julio.
La idea tenía algunas cosas raras (esos días libres, por ejemplo), pero tenía muchas buenas (mantenía el nombre y el número de meses) pero entusiasmó a los asistentes de la reunión de Londres que, desde ese momento, intentaron que el mundo adoptara el calendario invariable.
Fracasaron, claro. Pero no sin antes conseguir que el tema se discutiera una y otra vez en la Sociedad de Naciones y en la ONU. La última vez en 1955.
¿Es cosa del pasado? La Sociedad Mundial del Calendario sigue trabajando ahora mismo en la consecución de un calendario permanente. No obstante, hay que reconocer que la idea forma parte de esos esfuerzos de racionalización que, como el esperanto, trataron de crear un mundo nuevo a finales del XIX y principios del XX.
Pero no estaban tan desencaminados. Los ordenadores modernos no usan calendarios al uso. Es bien conocido que Unix y POSIX miden el tiempo como el número de segundos que han pasado desde el jueves 1 de enero de 1970 00:00:00 UT. En Windows se medía el tiempo como "el número de intervalos de 100 nanosegundos que han transcurrido desde el 1 de enero de 1601 00:00:00 UTC".
Preparándonos para el futuro. Pero todo esto es incluso un poco moderado. Desde hace años, dos profesores de la Universidad Johns Hopkins sostienen que hay que abolir los husos horarios. La iniciativa reduciría los problemas de coordinación y, de hecho, es algo que ya hacen las compañías aéreas.
Hasta ahora el tema del calendario no ha generado grandes problemas, pero es cuestión de tiempo. Si finalmente nos convertimos en una especie interplanetaria, ¿qué sentido tiene que sigamos usando un calendario profundamente enrraizado en la Tierra? ¿no sería bueno que empezáramos a plantear cómo será ese cambio, a adaptarnos a él, a planificar el fin de los años "tal y como lo conocemos"?
Imagen | Cassidy Dickens / stefzn
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