Uno de los grandes retos de los arqueólogos es el de estudiar objetos, lugares y restos sin dañar aquello que analizan o sin alterarlo de manera significativa. Por fortuna las herramientas a disposición de los investigadores han avanzado mucho desde los albores de la egiptología. Prueba de ello es lo que han conseguido ver en el interior de una momia de 2.300 años sin necesidad de abrir más que su sarcófago.
El trabajo fue realizado por arqueólogos de la Universidad de El Cairo y el Museo Egipcio, y logró desentrañar muchos de los secretos guardados por la momia, entre ellos los 49 amuletos con los que se enterró al joven y algunas pistas sobre su identidad.
Para echar un vistazo en el interior del sarcófago lo investigadores se valieron de una tomografías computarizadas (TC), la tecnología que se utiliza en medicina en los escáneres TAC. El resumen del trabajo de los investigadores fue publicado a modo de artículo en la revista Frontiers in Medicine.
Los 49 amuletos que portaba consigo la momia han sido uno de los aspectos remarcados por el equipo responsable de la investigación. Se trata de amuletos de distinta índole (un total de 21 formas distintas).
“Aquí mostramos que el cuerpo de esta momia fue extensivamente decorado con 49 amuletos, hermosamente estilizados en una disposición en tres columnas entre los pliegues de las vendas e interior de la cavidad corporal de la momia. Estos incluyen el Ojo de Horus, el scarab, (…) y otros”, explicaba Sahar Saleem, uno de los autores del trabajo.
Saleem también explica que muchos de estos amuletos estaban hechos de oro, mientras que otros contenían piedras semipreciosas, y que su función era “proteger el cuerpo y darle vitalidad en la vida después de la muerte”.
Según continúa explicando Saleem, el sacrab era una de las piezas más importantes en los ritos funerarios egipcios. Mencionado en el Libro de los muertos, el scarab apaciguaba el corazón en el “día del juicio”, cuando la diosa Maat pesaba el corazón del difunto frente a una pluma.
Entre los amuletos también se contaba una lengua de oro, presuntamente para permitir al muerto hablar en el más allá. A los amuletos podían sumarse también unas sandalias, blancas, también de significancia en el rito funerario. Su función sería permitir al muerto caminar fuera de su tumba.
¿Y quién era el chico? El trabajo de los arqueólogos ha logrado compilar algunos datos sobre la identidad del chico pero sin lograr dar con una identidad concreta. Así, por ejemplo se sabe que se trataba de un adolescente de 14 o 15 años de alto estatus socioeconómico.
La momia fue hallada en 1916 en Nag el-Hassay, al sur de Egipto y data de hace 2.300 años. Esto implica que el joven vivió durante el ocaso del antiguo Egipto, durante las últimas décadas de la dinastía Ptolemaica, la estirpe greco-egipcia que gobernó la ribera del Nilo entre la conquista de Alejandro Magno y la llegada de Roma.
La llegada de métodos no invasivos ha supuesto un antes y un después para los arqueólogos, pero aún se requieren nuevos avances para solucionar algunos problemas. El motivo para abrazar estos métodos es doble. Por una parte se evita causar daños al patrimonio arqueológico, algo contraproducente a la hora de analizarlo.
Por otra, por una cuestión de respeto. Muchos de los remanentes analizados por los expertos pertenecen bien a tumbas de personas bien a templos religiosos. Es por ello lógico que quienes los estudian traten de guardar cautela en su exploración. Aunque no siempre haya sido así.
Imágenes | S. N. Saleem, CC BY
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