Los insectos. Pican, chupan, arañan, zumban, molestan, hacen cricri bajo la ventana durante toda la maldita noche. Ah, y propagan enfermedades. Pocos seres son más odiados e incomprendidos que los insectos, es cierto. Pero hay que reconocer que se lo han buscado a pulso.
No obstante, por molestos que sean también son fundamentales: cosas como la regulación del ecosistema, la cadena alimenticia o la industria agrolimentaria dependen directamente de la acción de los invertebrados. Y nos estamos quedando sin ellos.
Primero vinieron a por las abejas
En 1988, había un total de 5 millones de colmenas en Estados Unidos. El año pasado, en 2015, había aproximadamente 2,5 millones. Según Kurz Gesagt, los apicultores de todo el mundo están experimentando caídas de entre el 30% y el 90% año a año. Las abejas se mueren.
Los científicos lo achacan a dos factores: uno natural y otro humano. El natural es la proliferación de dos enemigos, las distintas variedades de Varroa y el Acarapis woodi. El humano es el uso de los neonicotinoides, unos pesticidas que se comenzaron a usar para sustituir al DDT y que tienen como principal víctima colateral a las abejas. Es un hecho constatado pero aún no sabemos al cien por cien ni cuál es el motivo, ni cuál es su alcance real.
No debemos olvidar que las abejas y otros insectos tienen un papel clave en el el equilibrio natural y en el desarrollo de la agricultura. La preocupación entre los investigadores ha ido aumentado progresivamente. Más aún cuando descubrieron que las abejas son solo el principio y podemos estar camino de una extinción en masa.
Y después... no había nadie más.
Cada verano desde 1989, la Asociación Entomológica Krefel ha estado midiendo el volumen de insectos de Renania del Norte - Westfalia. Según sus datos la reducción de insectos es muy significativa. Los insectos atrapados en sus trampas han disminuido de forma constante desde el 1,6 Kg por trampa de 1989 a los 300 gramos en 2014.
Según Martin Song, de Krefel, "el descenso es dramático y deprimente". Y afecta a todo tipo de insectos. Esto hace que no solo sea un problema de la polinización, sino de recursos: muchos animales y aves se alimentan de ellos. En entornos urbanos, el fenómeno es parecido. Otro estudio de la Universidad Tecnológica de Munich y el Museo de Historia Natural Senckenberg de Frankfurt aseguran que el número de mariposas y polillas se ha reducido a casi la mitad entre 1840 y 2013.
En 2014, Rodolfo Dirzo, profesor de la Universidad de Stanford, desarrolló un índice global para la abudancia de invertebrados que mostró un descenso del 45 por ciento en los últimos cuarenta años. De las 3623 especies de invertebrados terrestres de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el 42% están en peligro de extinción. En una encuesta realizada en 2012 por la Sociedad Zoológica de Londres descubrieron una disminución del 45% de la abundancia de invertebrados.
Cuando nuestros esfuerzos de conservación fallan por la base
Los invertebrados son fundamentales para la salud de los ecosistemas de los que dependemos. Como explica Geoff Boxshall, casi todos los peces marinos que forman parte de la cadena alimentaria humana se han alimentado en un momento u otro de invertebrados. Sean moluscos o miel, consumimos miles de toneladas de invertebrados cada año y por si fuera poco, estos tienen un papel fundamental en prácticamente toda la agricultura actual y en la regulación de todo el ecosistema.
No nos damos cuenta, pero vivimos sobre un castillo de naipes. Cuando hace unos meses se planteó la extinción de los mosquitos, la alegría y el alborozo duró poco. Los insectos tienen un papel fundamental en el mantenimiento del status quo ecológico mundial. Pero mientras prestamos atención a los grandes cambios sociales, ecológicos y políticos, nuestros esfuerzos medioambientales están fallando por la base. Y eso es algo que tenemos que solucionar.
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