"Te has equivocado. Me acabas de repetir la misma secuencia". Estamos en un laboratorio de Alicante durante el verano del 92 y ese que habla es un tal Mojica, un estudiante de doctorado, que, aunque no lo parezca, está regañando al becario.
Decía Isaac Asimov que la frase más excitante que se puede oír en ciencia no es "¡Eureka!", sino "¡Qué raro!". Parece una frase escrita para esta ocasión. Nadie sospechaba que en esa 'equivocación' se encontraba la llave que abría las puertas de la genética.
Un pequeño fallo en un laboratorio de Alicante
De estudiante de doctorado hablaremos más tarde, pero el becario solo estaba ahí porque, recién licenciado en farmacia, le pareció buena idea probar durante un par de meses qué era eso de la investigación científica.
En el laboratorio, le asignaron a Francisco Martínez Mojica, un doctorando estaba haciendo su tesis sobre un microorganismo muy raro encontrado en las playas de Santa Pola y con una tolerancia extrema a la sal.
Supongo que al becario aquello le pareció bastante más interesante de lo que en realidad era. Mojica le encargó una tarea sencilla: dictar en voz alta el montón de letras resultante de la secuenciación del ADN del Haloferax mediterranei, que así se llamaba el microrganismo.
La historia es curiosa. El becario, muerto de aburrimiento, desapareció al acabar el verano. Mojica está muy cerca de ganar un Nobel. En aquel momento, nadie podía saber que estaban ante un descubrimiento que abriría una nueva fase de la medicina (y, si me apuran, de la sociedad).
De Santa Pola a las puertas del Nobel
Ese estudiante de doctorado había nacido en Elche el 5 de octubre de 1963 y estudió en varios centros de la ciudad. En cambio, para poder estudiar biología viajó a Murcia donde pasó tres años (el primer ciclo de la licenciatura) y dos en Valencia.
En 1993, un poco después de la conversación con la que empezábamos el artículo, se doctoró en a la Universidad de Alicante con un trabajo sobre la "influencia de factores ambientales sobre la estructura del ADN y la expresión génica en el género Haloferax". Ahí estaba ya estaba la semilla fundamental.
Porque aquellas secuencias repetidas no eran un error. Sin embargo, no estaba claro qué eran. Quizá por eso, se quedaron dando vueltas en la cabeza de Mojica y ahí estuvieron más de una década. Hasta que las piezas encajaran.
El descubrimiento de CRISPR
Porque quizá lo más curioso no eran las secuencias repetidas, sino los trozos de ADN que había entre ellas. En 2003 y también en verano, Mojica pasó una tarde por el despacho para soportar las horas de calor gracias al aire acondicionado.
Como digo, lo más probable es que se momento valga (por sí solo) un premio nobel. El momento en que se dio cuenta de que esas secuencias de ADN eran trozos de virus, souvenirs de antiguas infecciones.
Era un primitivo sistema de inmunidad adquirida que se pasaba de unas bacterias a otras. En esencia, funcionaba como los carteles de "los más buscados": permitía identificar al enemigo y atacarlo antes que hiciera de las suyas.
Otros diez años se tardó en entender cómo funcionaba CRISPR y en demostrar que era LA herramienta universal para editar cualquier genoma. Eso lo hicieron Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna.
Camino al premio más importante del mundo
Tras el olvido del Princesa de Asturias, los tres acaban de ganar el premio científico más importante de EEUU, el premio Albany, y están en todas las quinielas del Nobel. En buena parte porque la famosa revista Cell reivindicó el papel de Mojica en el desarrollo de esta tecnología revolucionaria.
Charpentier, Doudna and Mojica announced recipients of the 2017 FBBVA Frontiers of Knowledge Award in Biomedicine https://t.co/GgapmW6d51 pic.twitter.com/KdnrDgtkZ8
— Lluis Montoliu (@LluisMontoliu) January 31, 2017
Es cierto que Mojica siempre ha reconocido que posiblemente él nunca hubiera llegado a lo que hoy tenemos entre manos: "el haber pensado que las CRISPR valían para la edición [del ADN] es un mérito que no se les puede quitar a las dos investigadoras". Sin embargo, es exactamente lo mismo que le ocurrió a Alexander Fleming.
Todos sabemos que Fleming fue "quien descubrió la penicilina". Sin embargo, muy poco tiempo después de descubrirlo abandonó el proyecto. Si nos hubiéramos quedado ahí, los antibióticos no existirían. Es decir, justo lo que ocurrió cuando en 1896 Eric Duchesne descubrió lo mismo que había descubierto Fleming.
Si los antibióticos han salvado millones de vidas es porque otras tres personas Florey, Chain (y Norman Heatley) desarrollaron la tecnología clínica para hacerlo: estabilizaron la molécula y descubrieron cómo fabricarla a gran escala. Si CRISPR merece un Nobel: Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna son las Florey y Chain de esta historia; Mojica es Alexander Fleming. Y es bueno recordarlo.
¿Quién lo hubiera dicho?
El Gobierno español desde luego que no. En varias ocasiones (al menos, en 2008 y 2011) el grupo de Mojica intentó conseguir financiación para seguir investigando aquello que tenía entre manos, pero no hubo manera. Son las cosas de la ciencia básica, nadie sabe para qué sirve hasta que cambia el mundo.
De hecho, ahora que llega el reconocimiento siempre dice que espera que su caso se tome como ejemplo: "Que los políticos no tuvieran la mirada tan obtusa y no exigieran un beneficio inmediato a una inversión, porque eso limita mucho las posibilidades de conseguir cosas importantes”, decía en una entrevista para El País Semanal. Ojalá sea así y el futuro esté lleno de Mojicas. Siempre hacen falta.
Imágenes | Cátedra Pedro Ibarra
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