Tres meses de gastos. Esa fue la recomendación que hizo el Banco de España en junio de 2022: ahorrar "tres meses de gastos"; es decir, lo suficiente para "hacer frente a los imprevistos del día a día". Basta con echar un vistazo las tasas de ahorro de los españoles para darnos cuenta de que, en fin, suena a ciencia ficción.
Y, sin embargo, con una inflación galopante y una inestabilidad social inaudita parece que ahora más que nunca es el momento de pararnos a pensar cómo podemos recortar gastos y sanear nuestras finanzas personales, familiares o empresariales. ¿Qué dice la ciencia (psicológica) sobre todo esto?
La difícil tarea de cuadrar las finanzas personales
Como explicaba nuestro compañero Alejandro Nieto, "tres meses de gastos" es una cifra razonable, pero poco específica. En esto casos, el "consejo canónico" es el de Harold Pollack: que nuestro objetivo de ahorro debía estar entre un 10% para los sueldos más bajos y un 20% para los altos.
Esto, seamos realistas, no es fácil. Entre 2013 y 2019 los españoles ahorrábamos el 6,9% de la renta disponible (de media). Eso significa, que un ahorrador promedio tardaba "tres años y cinco meses" en tener esos tres meses ahorrados. Es cierto que en 2020, pandemia mediante, ese ahorro subió hasta el 16%, pero en 2021 los porcentajes volvieron a caer (al entorno del 11%) y la inflación amenaza con dejar ese porcentaje de ahorro en mínimos históricos cuando acabe 2022.
Y tampoco es una sorpresa. Hay enorme conjunto de sesgos que distorsionan la visión que tenemos sobre nuestras finanzas personales e "impiden" que tomemos las decisiones que (económicamente hablando) tendrían mayor sentido que las que finamente tomamos.
Entre todos esos sesgos, el sesgo del presente (la tendencia a valorar más lo que 'está' en el futuro cercano que en el lejano) y la aversión a la pérdida (la tendencia a preferir evitar pérdidas monetarias antes que conseguir ganancias monetarias equivalentes) son, muy posiblemente, los que tienen un impacto más directo en las decisiones financieras que tomamos. Por suerte, la ciencia tiene mucho que decir a la hora de ayudarnos a usar esos sesgos a nuestro favor y "darnos un empujoncito".
¿Un empujoncito?
Seamos directos: somos máquinas. Máquinas de carne y huesos y piel y nervios, pero máquinas al fin y al cabo. De eso va la 'nudge theory', la teoría del empujón. No contiene ninguna novedad de gran calado, se trata de un framework que permite aplicar la psicología conductual y cognitiva en nuestro día a día: ya sea el diseño de políticas públicas o, como en este caso, conseguir pequeños objetivos personales.
Es más, si tuviéramos que resumir la idea fuerza de la 'nudge theory', bastaría con repetir uno de los consensos básicos de la ciencia de la conducta: que cuando hablamos de modificar conductas, el refuerzo positivo y la sugestión indirecta son más efectivos que la prohibición y el castigo. Si somos azar y las leyes conductuales, ¿por qué no aprovecharlo?
El ejemplo más conocido del potencial de esta teoría tiene mucho que ver con el sistema de pensiones del Reino Unido. Pese a que las encuestas y estudios de opinión decían que los trabajadores estaban sensibilizados ante la necesidad (y la conveniencia) de ahorrar para la jubilación, lo cierto es que las tasas de ahorro eran diminutas. E hiciera lo que hiciera el Gobierno, las tasas seguían sin aumentar.
En ese contexto, la Behavioral Insight Team del gobierno británico (una unidad especial dedicada a esto liderada por el psicólogo David Halpern) propuso una idea tan sencilla que parecía descabellada. Halpern y su equipo propusieron cambiar las opciones por defecto en el formulario que se usaba para gestionar las jubilaciones. Hubo mucho escéptico, pero los datos hablaron por sí solos: en tres años, la proporción de trabajadores aumentó del 55% al 83% en las grandes empresas.
La moraleja de esta historia (y de otras muchas) es que cambios simples, limpios, absurdamente tontos... pueden provocar grandes resultados. Y si la moraleja es esa, la pregunta es aún más sencilla: en una situación como la actual ¿podemos usar esos principios para maximizar nuestro ahorro? ¿Podemos cambiar nuestros hábitos y conductas para ser más sólidos y resilientes (financieramente hablando)?
Estrategias para tomar mejores decisiones y ayudarnos con el ahorro
Hoy, de hecho, nos vamos a centrar en pequeños cambios que pueden ayudarnos a tomar mejores decisiones. Las vías en que la psicología puede ayudarnos son muchas más amplias, pero quizás no sean tan rápidas de implementar.
Tener un objetivo (realista) para el futuro y usarlo a nuestro favor
Es curioso que, a veces, cosas tan simples como "proyectarse en el futuro" (es decir, imaginarnos en el largo plazo) nos ayuda a tomar mejores decisiones. De hecho, cuanto más vívida sea esa proyección, más impactaría en la conducta: los estudios que han usado esas técnicas ante decisiones como la contratación de cuentas de ahorros automáticas, elegir recompensas a largo plazo o realizar exámenes parecen bastante sólidas.
Y es que, en general, una de las estrategias más efectivas para combatir los sesgos es "comprometerse". Pese al cliché, las personas no somos buenas mintiendo (ni mintiéndonos) y tendemos a escapar de situaciones que nos obliguen a desmentir o actuar contra las cosas en las que creemos. En el caso del ahorro, cada decisión de compra es, en el fondo, una ocasión de ser consistentes con nuestros objetivos y metas. Por ello, haber tomado un compromiso, haber sido explícito con ello y examinar (de la forma más trasparente posible) cada decisión relevante a la luz de dicho compromiso es una gran manera de usar "nuestra conciencia" a nuestro favor.
Para ello, no obstante, nuestros objetivos deben de ser concretos y realistas (aunque, evidentemente, no fáciles de alcanzar). De nada sirve comprometernos a ahorrar el 20% de nuestro sueldo si, a la hora de la verdad, los gastos imprescindibles superan el 80% del mismo. Si nuestros objetivos de ahorro son desmesurados (es decir, no dependen realmente de nuestras decisiones marginales), dejarán de sernos útiles rápido: en cuanto contrastemos que son imposibles de alcanzar.
En cambio, si queremos crear un objetivo realista con el que comprometernos a fondo, necesitaremos hacer presupuestos domésticos, analizar minuciosamente gastos e ingresos y averiguar hasta dónde podemos llegar. Con eso en mente, los compromisos y las proyecciones personales en el futuro se vuelven herramientas que mejoran nuestra toma de decisiones.
Hacer el ahorro automático y el gasto, doloroso
La otra gran estrategia es ahorrarnos esa toma de decisiones. Uno de los temas centrales del comercio minorista es la reducción de lo que Loewenstein denominaba 'dolor de pagar' (malestar que nos produce gastar dinero y que mina la satisfacción del cliente). La gran carrera de los últimos años ha sido hacer que el proceso de compra sea tan rápido y aséptico que casi no seamos conscientes de que tiene lugar. La "compra en un click" o las subscripciones van de eso.
Si os fijáis, el apartado anterior se centra básicamente en aumentar ese "dolor de compra" para que las decisiones que tomemos sean lo más conservadoras que puedan ser a nivel financiero. El otro camino es, sencillamente, evitarnos tener que tomar las decisiones que sí queremos tomar: las relacionadas con ahorrar. El mejor ejemplo es la automatización del ahorro. Si en lugar de enviar dinero de una cuenta a otra a mano, lo automatizamos: nos evitamos tener que valorar cada mes si es "buen momento" de hacer esa transferencia. Es más, invertimos la carga: la decisión que tenemos que tomar es si es "buen momento" para sacar dinero de la cuenta de ahorro.
Como este ejemplo hay decenas. Desde crear listas de la compra que nos "defiendan" de las promociones o descuentos de los supermercados (que suelen utilizar nuestra "aversión a la pérdida" para que hagamos gastos que realmente no necesitamos) o utilizar tarjetas de prepago para cosas como el ocio (que nos protegen de los gastos impulsivos). Como a menudo repite nuestro compañero Javier Lacort, merece la pena dedicar un tiempo a pensar cómo este tipo de herramientas pueden ayudarnos en nuestro día a día.
Imagen | Alexander Grey
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