Tenemos una mala noticia para los amantes de los yogures de sabores. En realidad, no existen

Llevamos demasiado tiempo desprestigiando al olfato. Los científicos tienen claro que va siendo hora de reivindicarlo

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Casi al final del primer acto, Hamlet mira a su amigo Horacio y le dice que "hay más cosas en los cielos y la tierra [...] que las que sueña tu filosofía". Aunque los expertos han tratado de averiguar sin éxito cuando se le ocurrió esa frase a Shakespeare, mi teoría (algo anacrónica, delirante, quizás propia de la ciencia ficción) es que tuvo que ser mientras paseaba por el pasillo de los yogures de un supermercado.

Pensadlo un momento: naturales, azucarados, griegos o edulcorados; con frutas, cereales, chocolate o miel; skyr, kéfir, laban; con Bífidus, desnatados, líquidos o de cien mil sabores distintos... la sensación de irrelevancia existencial frente a la irreductible diversidad del mundo que se vive en ese pasillo es apabullante.

Tanto que hay cosas que se nos pasan: como que, en realidad, los yogures de sabores no existen.

¿Que no existe qué? Eso es lo que sostenía en The Conversation Laura Culleré, doctora en química analítica y profesora de la Universidad San Jorge: que los yogures de sabores no existen.

Su argumento es sencillo. Pese a que los seres humanos tenemos de media unas 10.000 papilas gustativas, el rango de sabores que somos capaces de detectar es muy limitado. "Solo hay cinco sabores básicos para los que se ha descubierto un receptor químico en la lengua, y se trata del dulce, salado, ácido, amargo y umami", dice Culleré.

En cambio, la nariz con apenas 347 receptores olfativos, puede diferenciar "hasta un billón de olores distintos". En este sentido, se pregunta que si "los  humanos solo diferenciamos cinco sabores básicos, y [como nos dicen los estudios] el 80 % del sabor es, en realidad, aroma", ¿tiene sentido que hablemos de "sabor a fresa", "limón", "coco" o "galleta"? ¿No sería más apropiado hablar de "aroma a fresa", "limón", "coco" o "galleta"?

Parece un tecnicismo y, de hecho, es un tecnicismo. Pero es un tecnicismo interesante. Si nos vamos al Real Decreto 271/2014, de 11 de abril, por el que se aprueba la Norma de Calidad para el yogur comprobamos que hay seis tipos de yogurt: natural, natural azucarado, edulcorado, con fruta, zumos y/u otros alimentos, pasterizado después de la fermentación y aromatizado. Los yogures de sabores están en esta última categoría.

El olfato, ese gran desconocido. Como defendía Federico Kukso en su estupendo 'Odorama', "el olfato ha tenido mucha injerencia en el desarrollo de la humanidad, determinando desde hechos históricos a la organización de nuestras ciudades y hábitos de vida". Sin embargo, históricamente ha sido uno de los sentidos más infravalorados. El gusto, como estamos viendo, tiene mucho más prestigio.

Pero el olfato es fundamental porque, como la música de fondo de las películas, es lo que da textura a nuestra experiencia sensorial del mundo. Sin él se puede vivir, sí; pero de una forma más pobre, menos llena de matices, más monodimensional.

Reivindicar la nariz. Culleré sostiene que, en otras culturas como la inglesa, hay formas de hablar de las propiedades organolépticas en conjunto. No estoy seguro de que sea así, pero poco importa: lo que parece claro es que más pronto que tarde es algo que el resto de culturas tendremos que hacer. 

Cada vez está más claro que el olfato es fundamental y, aunque sea por los yogures, es momento de reivindicarlo.

Imagen | Miki Yoshihito

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