El Da Vinci pintor. El escultor. El ingeniero. El sabio toscano que ideó máquinas voladoras a finales del siglo XV. El de la escritura especular y la musa de turbadora sonrisa. El del enigma que no se apaga cinco siglos después de su muerte. De larga barba, mirada sobria y frente despejada, Leonardo di Ser Piero da Vinci es de lejos uno de los personajes más magnéticos de la historia.
Sobre su genialidad se han cimentado centenares de mitos y teorías, han corrido ríos de tinta y hasta se han escrito bestsellers y rodado pelis al más genuino estilo Hollywood. La última ración de conspiraciones se sirvió hace poco, cuando a la venta del lienzo Salvator Mundi por la astronómica cantidad de 450 millones de dólares le siguieron noticias que vuelven a cuestionar la autoría del cuadro.
Sin embargo, antes que artista consumado, de curioso de apetito voraz e incluso de científico moderno (algunos sostienen que fue el primero, adelantándose a Galileo), Da Vinci fue simple y llanamente un señor de la Toscana. Con sus manías y sus defectos, eclipsados por la fascinación que despierta el personaje. Un vinciano cachas, coqueto y con un peculiar sentido del humor, que aborrecía la carne y al que le gustaba ir hecho un pincel.
Este es el Da Vinci menos conocido.
Da Vinci, metrosexual renacentista
El autor de La Gioconda era un tipo bien parecido, de rostro agraciado y cuerpo atlético. Y para evitar que el paso de los siglos borrase esa imagen, testimonios hay de sobra que nos recuerdan que el toscano era un auténtico bellezón. "Era por naturaleza cortés, cultivado y generoso, y su rostro era extraordinariamente hermoso", dejó escrito el humanista Paolo Giovio. Quizás para rizar el rizo y elevarlo casi a la categoría de Adonis, su biógrafo Vasari (que no llegó a conocer al toscano) nos lo describe como un galán "alto, de belleza extraordinaria e infinita gracia".
De lo que no hay duda es que le gustaba vestirse bien y cuidar su aspecto. Acostumbraba a engalanarse con túnicas de color rosa que le llegaban por las rodillas, mantos de piel y anillos. También peinar con cuidado su cabello, rizado y largo. En uno de sus cuadernos de notas escribió un consejo para ir hecho un auténtico dandi. ¿Quieres que se giren en la piazza a tu paso? Pues (recomienda el toscano) "toma agua de rosas frescas y humedécete con ellas las mano".
En cualquier caso, era mejor no criticar su aspecto. Aunque hay muchos testimonios de su talante pacifista, las crónicas nos hablan de un Da Vinci dotado de una fuerza excepcional. "Con la mano derecha podía torcer una herradura o el aro de hierro de una aldaba como si fueran de plomo", detalló Vasari, quien una vez más parece inclinado a exagerar un poco las cualidades de Leonardo.
La fijación del toscano por la elegancia iba mucho más allá de su aspecto. Da Vinci era un hombre limpio y concienzudo al que le gustaba rodearse de un orden riguroso. "Si quieres saber cómo habita su cuerpo el espíritu de una persona", se lee en uno de sus cuadernos, "fíjate en cómo trata su morada; si está desordenada, de la misma forma mantendrá el espíritu el cuerpo de una forma confusa".
El Pantomima Full de su época
A Leonardo se le recuerda como un hombre reflexivo, severo, taciturno y de carácter reservado. Aunque esas eran sin duda aristas fundamentales de su carácter (así se mostró él mismo en su famosísimo autorretrato de Turín, en el que se presenta con una expresión melancólica), no era ni mucho menos la única. A lo largo de su vida dedicó grandes esfuerzos a hacer reír a la gente.
En el libro Leonardo, el vuelo de la mente, Charles Nicholl señala la ironía de que su cuadro más famoso sea La Gioconda (la jubilosa, en español). De lo que no hay duda es que al toscano le gustaban los chistes. Los satíricos y sofisticados juegos de palabras, pero también los más burdos. En sus cuadernos de notas encontramos gracietas anotadas con relativa frecuencia. Una de ellos (que nos invita a pensar en un Leonardo sujetándose la tripa entre grandes carcajadas y con lágrimas en los ojos) dice: "Preguntaron a un pintor por qué pintaba imágenes tan hermosas, aunque eran de cosas muertas, mientras que sus hijos eran tan feos. A lo cual él replicó que hacía sus pinturas de día y a sus hijos de noche".
Su sentido del humor asomó también en su obra artística. Sus caricaturas son muy conocidas. También los decorados y artilugios que diseñó para las celebraciones de los Sforza o en la corte de Francia, lo que en cierto modo lo convertía en "el rey de la fiesta". Vasari vuelve a recoger otra anécdota que, en esta ocasión, nos da un destello del humor de Da Vinci.
En una ocasión un jardinero le regaló un gran lagarto que había cazado. Leonardo decidió pegarle sobre el lomo unas alas fabricadas por él mismo con escamas. Cada vez que el sufrido reptil caminaba, aquellas membranas temblaban para pavor del público. "Le hizo ojos, cuernos y barbas y luego lo domesticó", reseña Vasari, "solía guardarlo en una caja y siempre que lo sacaba para que lo vieran sus amigos, estos huían espantados".
Da Vinci, estrella pop y veggie
Sí, músico. Ingeniero, pintor, anatomista, escultor, arquitecto... ¡Y músico! Los dedos del toscano no solo mostraban su virtuosismo con el pincel. Hay múltiples referencias de que no era nada malo con la lira de braccio, un instrumento con el que le gustaba dejarse llevar de vez en cuando por la inspiración. Y así como Jimmy Page (Led Zeppelin) tiene su emblemática Gibson de dos mástiles, también Leonardo lucía su peculiar instrumento cuando actuaba: una elegante lira de plata con forma de una cabeza de caballo construida por él mismo.
Aunque a menudo se pasa por alto la faceta musical de Leonardo, hay pistas que indican que jugó un papel importante. Por ejemplo, fue en calidad de intérprete cómo llegó a la corte de Milán. La sensibilidad de Leonardo también hizo que se interesase por la literatura. Hacia finales de la década de 1480 empezó a crear una pequeña biblioteca con volúmenes de poesía y prosa y hay constancia de que era amigo de literatos como Antonio Cammelli o Bernardo Bellincioni. Armado con su lira solía improvisar poesías y era muy aficionado a los juegos de palabras y las adivinanzas.
A la mesa, Leonardo tenía sus costumbres. Se sabe que al menos hacia el final de su vida era un vegetariano convencido, algo nada sorprendente si se tiene en cuenta el enorme respeto que sentía por los animales. Solía comprar pájaros enjaulados solo para liberarlos. A pesar de esa filosofía parece que Da Vinci era tolerante con los comensales que se sentaban a su mesa, a los que no dudaba en servir sabrosos guisos de perdices y otras carnes.
Sobre su afición por la cocina se ha escrito mucho. En el prólogo de Notas de Cocina de Leonardo Da Vinci, el reputado crítico gastronómico José Carlos Capel apuntaba en 1999 cómo el artista era también "un impenitente gastrónomo". Capel explica que, en su juventud, Da Vinci ejerció sin demasiado éxito el papel de jefe de cocina en la taberna Los Tres Caracoles, en Florencia, y que años después regentaría otra osteria en la misma ciudad mano a mano con Sandro Boticelli.
En Notas de Cocina, sus autores, Shelagh y Jonathan Routh, cuentan cómo Da Vinci y Boticelli decidieron abrir el negocio en 1478, después de que un incendio calcinara la taberna. Echando mano de lienzos viejos sacados del taller de Andrea del Verrochio, los futuros autores de La Gioconda y El Nacimiento de Venus habrían levantado y decorado La Enseña de las Tres Ranas de Sandro y Leonardo. Su nouvelle cousine, con platos minimalistas, lo condenó sin embargo al fracaso. En el libro de Routh se apunta que Da Vinci ideó además primitivos electrodomésticos, como un asador automático, una rebanadora de pan o una enorme picadora de carne.
¿Cuál es el problema de Notas de Cocina? En su prólogo ya se avanza que "el libro es un juego de especulación y un ejercicio de presunción histórica". Más de una década después de su publicación en España, de que se vendieran 75.000 ejemplares y de que inspirara buen número de artículos, Capel reconocía en 2011 que el contenido del libro es "pura broma" y que el supuesto manuscrito en el que se sustenta, el Codex Romanoff, no existe. En resumen: una ficción escrita por Shelagh y Jonathan Routh para divertir a los lectores.
El célebre crítico gastronómico señala en cualquier caso que es cierto que Leonardo y Boticelli tuvieron una taberna a medias en Florencia. Biógrafos reconocidos del genio toscano, como Nicholl o Fritjof Capra, no mencionan nada sobre el tema. Eso sí, este último reconoce que poco se sabe de lo que hizo Leonardo entre 1477 y 1478 en Florencia, tras abandonar el estudio de Verrochio para establecerse por su cuenta.
El misterio resuelto de su sexualidad
La mayoría de expertos en la vida y obra de Da Vinci coinciden en que era homosexual. El toscano era poco dado a dejar anotados detalles de su vida personal y fue igualmente discreto en cuanto a lo que hacía en la alcoba. Los expertos que sostienen esa teoría apuntan a menudo a su obra. Tal vez el más revelador de sus cuadros sea San Juan Bautista, datado entre 1508 y 1513, cuando Leonardo rondaba ya las 60 primaveras. En el lienzo no hay ápice del ascetismo que se supone al profeta. Al revés, en él vemos a un joven de rizos largos y ensortijados, de expresión seductora y con el pecho descubierto.
La homosexualidad de Leonardo no requiere entrar en esas profundidades. Hay pruebas más palpables. Por ejemplo, que entre los primeros en sostener que se sentía atraído por los hombres está el pintor Giovanni Paolo Lamazzo, en el siglo XVI, uno de los biógrafos de Da Vinci más próximos a la etapa en la que vivió el toscano. Bastantes reveladores son también algunos dibujos de los cuadernos de Da Vinci, como el bosquejo de un ángel con una pronunciada erección.
El dato más sugerente lo encontramos sin embargo en un escándalo en el que Da Vinci se vio envuelto en su época en Florencia. A principios de abril de 1476 las autoridades habían repartido por la ciudad los buchi della verità (bocas de la verdad), unos buzones en los que cualquiera podía arrojar denuncias anónimas. Una de ellas señalaba a Leonardo (junto a otros tres nombres) como autor de "sodomía". El escrito dio pie a una investigación que se zanjaba meses después.