Durante las últimas décadas las grandes ciudades han vivido un fenómeno común y continuado: la tendencia a que la población se aglutine en núcleos urbanos cada vez más grandes. Hay varios elementos que lo han impulsado: la especialización de los trabajadores, las oportunidades laborales, la mejora tecnológica y la inmigración. Sin embargo, la pandemia ha roto esta tendencia. Un claro ejemplo es el éxodo masivo de Madrid y otras regiones hasta la costa mediterránea y la España de interior.
Pero lo sorprendente es que cuando la pandemia pasó, aquellos que se fueron no han querido regresar a sus ciudades. Y no parece que lo vayan a hacer, de momento.
Un éxodo masivo. En la primera mitad del año hubo 12.862 madrileños que salieron de su comunidad autónoma para instalarse en otras regiones, de acuerdo con los datos del INE. Otros tantos (20.836) hicieron lo mismo el año pasado. Pero no ha sido la única ciudad que ha visto un movimiento de ciudadanos a otras regiones menos pobladas. Madrid va seguida de Cataluña (2.898 personas), Baleares (2.397), País Vasco (1.602) y Canarias (1.105), mientras que las grandes receptoras fueron la Comunidad Valenciana (6.023 nuevos habitantes), Andalucía (4.071), Castilla-La Mancha (3.625), Castilla y León (2.217) y Galicia (2.116).
Madrid es el lugar al que todo el mundo quiere venir y bla, bla, bla. Pues no está tan claro. pic.twitter.com/BuznthTROw
— Jorge Dioni López (@jorgedioni) December 17, 2021
Lo curioso de todo esto es que se ha producido una salida de población de núcleos que tradicionalmente eran receptores de habitantes de otras regiones hacia aquellas que eran emisoras de estos. Según la Estadística de Migraciones, los residentes en la Comunidad de Madrid se trasladan principalmente a las provincias vecinas de Toledo y Guadalajara, a la costa del Levante (Valencia, Alicante y Murcia), Barcelona y los archipiélagos.
Sigue siendo tendencia después de la pandemia. Un año después del inicio de la epidemia, vivir en los pueblos sigue cotizando al alza. Miles de madrileños han dado el paso de abandonar las ciudades para irse a vivir al campo. Un cambio en busca de más tranquilidad y calidad de vida tras un año de restricciones. Lo que ha llevado a una fuerte subida de precios del alquiler en los pueblos de la sierra madrileña, por ejemplo, de hasta un 30%. Si antes vivir en un chalet de la sierra podía conseguirse por 600 euros al mes, ahora, ya no se encuentran por menos de 900.
La búsqueda de espacios abiertos, unida a la posibilidad abierta de trabajar en remoto, han espoleado a multitud de madrileños a ese cambio de residencia alejados de las áreas metropolitanas. Si bien cayeron las ventas de inmuebles en 2020, la compra de viviendas unifamiliares en el cuarto trimestre de 2020 registró un incremento de 2,1 puntos porcentuales. En total 69 de los 78 municipios de la Comunidad de menos de 2.500 habitantes han visto incrementada su población en torno a un 10 o 15%.
¿Por qué sucede? Fundamentalmente por tres factores: el coste y la calidad de vida y las nuevas posibilidades tecnológicas. Por un lado, la creciente aglomeración demográfica en algunos núcleos urbanos había llevado a que el coste de la vida en estas zonas creciera muy por encima de los salarios, debido a la escasez de vivienda. Y ahora con las nuevas posibilidades tecnológicas abiertas durante la pandemia como el teletrabajo podría estar produciéndose un movimiento hacia ciudades más baratas y con mayor calidad de vida.
Teletrabajo. Un estudio publicado por Randstad Research estima que ahora hay 1,9 millones personas teletrabajando en España, de los más de tres millones de personas que lo hicieron durante el confinamiento. Los datos en Madrid cifran en 788.000 las personas lo hicieron. Y casi un 40% de los madrileños cree que sus condiciones laborales mejoraron durante la pandemia por el teletrabajo, según un estudio de la Comunidad de Madrid. Y cada vez más empresas son flexibles en este punto.
Y llegan menos extranjeros. Al mismo tiempo, durante esta primera mitad del año se ha producido también un estancamiento del saldo migratorio internacional, que tradicionalmente era positivo, lo que ha llevado a la pérdida de 72.007 habitantes en el primer semestre del año. El gran cambio ha llegado, fundamentalmente, de la menor llegada de inmigrantes, pero también de la mayor salida de extranjeros, quizá debido a los problemas de empleo durante la fase más grave de la pandemia o bien por la posibilidad, en algunos casos, de desempeñar su trabajo desde otro país más barato.
Por comunidades, Aragón es la región más perjudicada por esta migración internacional (con la salida de 15.874 habitantes), seguida de Madrid (5.007) y País Vasco (2.081), mientras que Comunidad Valenciana es de nuevo la más beneficiada (8.156 nuevos residentes), junto con Canarias (5.365) y Andalucía (4.815) y Baleares (1.969). Es decir, se repite el patrón de la búsqueda de una mejor calidad de vida, pero en este caso el coste de la vida no tiene tanta importancia. Por nacionalidades, aumentó especialmente la población sudamericana (sobre todo procedente de Colombia, Venezuela y Perú), la de Centroamérica (desde Honduras, principalmente) y, dentro de Europa, la procedente de Italia y Francia.
Está pasando en todo el mundo. Reino Unido está sufriendo también la mayor caída de su población desde la Segunda Guerra Mundial. Un descenso impulsado por un éxodo masivo de migrantes que tiene su epicentro en Londres. Alrededor de 1.300.000 extranjeros han abandonado el país entre el tercer trimestre de 2019 y el mismo periodo de 2020, según datos del ESCOE. Una fuga a borbotones en Londres: 700.000 personas nacidas en el extranjero se han marchado de la ciudad.
Y la pandemia es el catalizador. La ciudad ha salido relativamente mal parada en términos económicos y sanitarios durante la primera oleada de la pandemia. También en EEUU los residentes que buscaban más espacio y viviendas más baratas huyeron de las áreas metropolitanas de manera masiva, y las ciudades de Nueva York, San Francisco y Los Ángeles experimentaron una gran emigración en los últimos meses. Este reportaje de The New York Times hablaba de cómo los habitantes de ciudades como París o Roma se han alejado a las llamadas ciudades de "15 minutos", lejos de las urbes y cómo los alcaldes de las capitales se rebanan los sesos para reinventarse en eso mismo de puertas para adentro.
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