Un fenómeno llamó la atención de analistas y medios de comunicación a finales de la pasada primavera, cuando lo peor de la epidemia parecía haber pasado. Muchos líderes europeos habían conseguido repuntes en su popularidad gracias a la gestión de la pandemia. El caso más significativo era el de Angela Merkel, interpretada por el electorado alemán como una pieza clave en los buenos resultados sanitarios del país. Otros políticos disfrutaban de similares oleadas de popularidad.
Es agua pasada.
Nuevas cifras. Un año después aquellas lunas de miel entre votantes y gobernantes han terminado como el rosario de la aurora. Lo ilustra este gráfico elaborado por Luis Cornago (@LuisCornagoB) a partir de las encuestas recabadas por YouGov: allá donde miremos los índices de popularidad de los líderes políticos se han desplomado. Volviendo a Merkel, si en abril del año pasado gozaba de una aprobación del 70% hoy a duras penas llega al 20%. Ha pasado de ejemplo a seguir en la gestión política de la pandemia a juguete roto del coronavirus.
The "rally around the flag" effect is definitely over in Europe. The most striking case is Germany, where less than one quarter of the population is satisfied with the government's handling of the pandemic – 40 points lower than four months ago. pic.twitter.com/VYKawKlyoX
— Luis Cornago Bonal (@LuisCornagoB) March 29, 2021
Más casos. Italia ofrece otro ejemplo llamativo. Giuseppe Conte cosechó un consenso transversal (71% de aprobación) entre el electorado gracias a una mezcolanza de medidas duras (Italia fue el primer país en confinarse domiciliariamente) y a una posición central en el tablero político (era un primer ministro independiente). Duró poco. A las puertas de su dimisión su gobierno raspaba un 40% de aprobación popular. Sánchez y Macron, mucho más discutidos desde un primer momento, tampoco han mejorado sus números. Los han empeorado, aunque muy poco.
Transversal. Incluso allá donde la epidemia se ha gestionado con relativo éxito, como Noruega o Dinamarca, el electorado parece cansado. De un apoyo unánime han pasado a porcentajes de en torno al 60%. Un año después la pandemia ha agotado la paciencia de los europeos, su capacidad para "unirse en torno a la bandera", tan útil durante aquellos meses para impulsar un repliegue nacional. Todo gobernante tiene un periodo de gracia limitado para solventar una crisis excepcional.
Merkel, de nuevo, es el mejor ejemplo. Sus discursos ejemplares han dado paso a rectificaciones públicas, giros de timón y restricciones contradictorias, todo ello para pasmo, confusión y descontento de los alemanes.
Relanzando. ¿Hay esperanza? Si uno aguanta lo suficiente, sí. Reino Unido marca la pauta: Boris Johnson sufrió un descalabro igual de paulatino y pronunciado durante los meses posteriores al confinamiento, pero ahora rema con el viento a favor. El buen rumbo de la vacunación en Reino Unido, exitosa en gran medida por una política restrictiva en materia de suministros y exportaciones, le ha permitido marcar músculo. Ya no es sólo el primer ministro de una gestión deficiente durante la pandemia; también es el primer ministro de la rápida inmunización.
Otros lugares. Los brotes verdes de Canadá, donde Trudeau comienza a recuperar algo de terreno, quizá sean indicativos de los frutos a cosechar por los gobernantes que cuadren un ciclo de vacunación exitoso. Estados Unidos es un punto y aparte. El cambio de administración y el ascenso de Joe Biden al poder ha roto la continuidad de la serie. Su tasa de aprobación es hoy del 54%, más alta de lo que Trump, un presidente muy divisivo, jamás obtuvo. Con todo, la epidemia no le pasó factura. En India, Malasia e Indonesia los gobernantes siempre fueron populares.
Lecturas difíciles. ¿Podemos extraer lecturas políticas firmes a partir de la epidemia? Es complicado. Si algo hemos aprendido del coronavirus es la pronta fecha de caducidad de cualquier análisis. Pensemos en el escaso rédito que los populismos europeos habían extraído de la pandemia, en un contexto de repliegue en torno a los expertos y los gobernantes serios, estables; las elecciones catalanas ilustraron el corto recorrido de aquella hipótesis, y las inminentes de Madrid podrían reafirmar esta idea. No todo rota en torno al coronavirus. No al menos en la política.
Imagen: Fabrizio Bensch/DPA