Los corsés parecieron inamovibles durante cientos de años. Entre el XVI y el XVII mujeres de la alta sociedad se indujeron, presión social mediante, el desplazamiento de órganos internos, trastornos de digestión y esos famosos vahídos femeninos que impedían a estas damas moverse libremente durante más que unos minutos. ¿Cuál es, en nuestra opinión, el heredero espiritual (aunque sin llegar a las mismas cotas de opresión, desde luego) de esta prenda? El pantalón vaquero o los trajes de varias piezas que llevan millones de hombres entre junio y septiembre.
Hace calor, mucho calor. En Córdoba, en Granada o en Valencia no se puede ni estar, una treintena de ciudades españolas tuvieron en 2020 temperaturas medias un grado o grado y medio superiores a las del período 1980-2010, y no nos cabe ninguna duda de que la cosa no va a ir a mejor, sino a peor, es más, nos dicen que nos preparemos dentro de 30 años para tener en Madrid el mismo clima que en Irak. Las instituciones públicas están trabajando ya en la concienciación de los problemas de salud que suponen las olas de calor, de las que no hay tanta conciencia ciudadana como con las de frío.
Y sin embargo, algo curioso sucede si intentas buscar soluciones de vestuario para el calor en los principales medios de tendencia masculina: no vayas muy ajustado, vale, busca materiales fresquitos y el lino puede ser tu amigo, pero eso sí, ni se te ocurra ponerte pantalón corto para ir a la oficina, y la chaqueta quítatela sólo en el metro. La elegancia en el vestir es arriesgarte a una insolación en pleno agosto.
En pantalones cortos no vengas
Como sabrá cualquier trabajador de oficina, verano es sinónimo de sufrir. “Hago formaciones y asesoramiento a clientes y empresas, y la norma no escrita de llevar pantalones largos y evitar las chanclas está ahí”, nos cuenta un compañero. “El sol y la humedad del verano de Barcelona pueden apretar muy fuerte y dejarte chorreando de sudor con sólo andar cinco minutos por la calle, y mejor no digo lo que ocurre cuando te metes en un bus o en el metro”. Otro consultado: “en una empresa que estuve hubo alguien que intentó ir en pantalón corto y le llamaron la atención enseguida. En realidad, mientras no sea aceptable llevar pantalón corto entre los CEO, el resto pringaremos”. Y pringan.
Si ya es grave que esto ocurra en el ámbito laboral, lo triste es que también ocurre en el civil. Por regla general, aunque hay muchos otros factores que influyen, a más mayor el hombre, más habrá recibido esa educación por la cuál un tío en pantalones cortos es una cosa ridícula y risible. La misma masculinidad del portador puede quedar en entredicho si podemos vislumbrar sus pantorrillas, y de ahí a pagar con una ropa que le puede producir daños a su salud (los hombres sufren más golpes de calor que las mujeres).
El contubernio judeomasónico de la moda influye también poniendo palos en las ruedas del que quiere liberarse: sólo se ven un puñado de opciones, el chino corto de pijos, el vaquero de metalero o el pantalón de Decathlon. Pocas posibilidades para el hombre medio casual. Otro compañero nos reclama: si la Birckenstock ha supuesto una revolución sandálica para las mujeres, ¿por qué este tipo de chancla se ve como una opción denigrante para el portador masculino? ¿Tan ofensivos son los pies del hombre?
Todas las modas de la historia han tenido que ir adaptándose a los cambios de la sociedad o a nuevas circunstancias climatológicas. Las mujeres, por su amplia libertad de expresión física, han podido amoldarse más rápido a distintas circunstancias, el tacón ya no es una herramienta indispensable de trabajo, por ejemplo. Pero los hombres, que pueden dar las gracias a que se esté renunciando al peaje de las corbatas, se resisten más a aceptar el nuevo y abrasador estado de las cosas. No hablamos ya de extender entre los chicos el uso de túnicas o faldas, de entrar en disquisiciones acerca de cómo lo que comprende el buen y mal gusto es, como dirían los sociólogos, un puro constructo social (el rosa era un color de chicos, eran los hombres los que llevaban tacones, etc). Pero enseñar la rodilla no debería suponer, como supone aún a día de hoy para muchos, un acto de valentía. Tampoco en la oficina.
Hagámoslo por nuestros chicos... Y por nuestro planeta
Porque ojo, además están contaminando. De verdad que son todo desventajas. Mucho se compartió hace años un estudio por el que se evidenciaba la desigualdad de género termostática en las oficinas: las mujeres se helaban en la época estival. ¿Por qué? Porque los hombres tienen una temperatura interna más alta que el sexo contrario, pero también por esa tradición multicapilar del vestuario de trabajo masculino, para los que aún es difícil quitarse la chaqueta y que ni en el día casual se atreverían a llevar un top de tirantes aunque sea lo más racional desde el punto de vista ambiental.
Si los hombres se quitaran algunas capas de ropa, la temperatura ambiente de los despachos podría elevarse al menos 3 grados centígrados. Es una proposición radical, pero hay antecedentes: Junichiro Koizumi, primer ministro japonés entre 2001 y 2006, inventó la iniciativa Cool Biz, para que los funcionarios públicos trabajasen en sus puestos en camisas de mangas. En los años siguientes trabajadores de empresas privadas copiaron la iniciativa, y según las cifras oficiales, fueron capaces de ahorrar 1.4 millones de toneladas de emisiones de CO2 anuales, el equivalente a las emisiontes totales durante 15 días de Tokio.
Otro mundo (más fresquito) es posible.