Ciudades fantasma de la URSS: un viaje a través de los no-lugares abandonados tras el comunismo

Prypiat
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No todos los cadáveres han llegado a respirar. Algunos nacen ya sin vida y tras una existencia artificial y una muerte de puro trámite terminan fundidos con el barro, descascarillados y con las tripas desparramadas. Sus costillas se alzan al cielo como un pelotón con las bayonetas en alto. Tras su disolución la URSS dejó su geografía salpicada de despojos así, aunque sus esqueletos eran de hormigón y las tripas de asfalto: ciudades fantasma que no sobrevivieron a la muerte de la Unión Soviética.

Muchas de esas urbes habían sido diseñadas ex profeso por la URSS, levantadas con mano de obra sacada de los Gulag para acoger a trabajadores de las minas, personal de centrales nucleares o a los militares de bases secretas. Prosperaron mientras eran útiles. Y desaparecieron después. Al caer el soporte soviético, sus precarias economías no resistieron y terminaron estampándose contra el suelo. Con el paso de los años sus vecinos emprendieron un éxodo que las convierte hoy en villas fantasma, espectros del pasado.

No son las únicas ciudades de la extinta URSS que se han convertido en asentamientos fantasma. A lo largo de su ¡ antiguo territorio se reparten también poblaciones que quedaron desiertas por catástrofes naturales, incendios, accidentes como el de Chernóbil o guerras. Algunas quedaron sepultadas bajo presas y hoy asoman solo de tarde en tarde Otras son estampas de desolación que recuerdan a escenarios postapocalípticos como los de Silent Hill.

Para entender el fenómeno de las ciudades fantasma de la URSS hace falta conocer algunos datos. El primero es la increíble superficie que llegó a ocupar la Unión Soviética: 22,4 millones de metros cuadrados. El continente europeo no alcanza ni la mitad (10,2 millones de m2) y EEUU ronda los 9,8. La extensión de la URSS superó el equivalente a 40 veces España. Tras su colapso surgieron 15 estados postsoviéticos. En el momento de su disolución sumaba más de 290 millones de habitantes.

Aquí algunos ejemplos de los cadáveres de hormigón que la URSS dejó tras su muerte.

Kadykchan

Ubicada a algo menos de una hora y media en coche de Susuman, Kadykchan se puso en marcha en la década de 1930 por orden de Stalin. Su objetivo era explotar los recursos mineros de la zona para impulsar la industrialización de la Unión Soviética. Con el fin de sacar adelante el proyecto recurrió a prisioneros de los Gulag. Según recoge la BBC, a lo largo de 20 años pasaron por Kolyma (como se conoce a la comarca por el río que la atraviesa) casi un millón de prisioneros.

K1 (Laika Ac/Flickr)
K2 (Laika Ac/Flickr)
K3 (Laika Ac/Flickr)

La explotación de las minas de Kadykchan pasó de la mano de obra forzada a civiles a los que se prometían buenos sueldos. El municipio prosperó, incorporó restaurantes, tiendas, un hospital, escuelas... Sin embargo, cuando la URSS colapsó la sostenibilidad del asentamiento empezó a tambalearse. "Los salarios no se pagaban y la gente no podía comprar las cosas básicas, como alimentos", rememoraba a la BBC en 2017 Tatiana Shchepakin, una antigua residente de la ciudad.

En 1992 la mina número 7 cerró por falta de reservas. Cuatro años después una explosión de metano arrasó el otro yacimiento, el número 10. Durante los 24 meses siguientes las autoridades locales negociaron el cierre de la mina, hasta que en 1998 se dinamitó su entrada e inundó su pozo para evitar que accediesen residentes desesperados por arañar algo a las paredes de un yacimiento ya moribundo.

Aunque en 1986 Kadykchan llegó a sumar casi 10.300 vecinos, dos décadas después el dato había bajado a poco más de 200. El censo de 2010 no recogía la presencia de ningún habitante. Hacia 1998 se dio una pequeña compensación a los antiguos colonos para que se labrasen su futuro en otro punto de Rusia. "El dinero se daba en forma de un certificado que expiraba después de un tiempo corto. La situación era tan desesperada que la gente disparaba a los perros para comer", recordaba un viejo inquilino de la villa.

Khalmer-Yu

K4 (El Salvador/Commons)
K5 (El Salvador/Commons)
K6 (El Salvador/Commons)

La historia de Khalmer-Yu, situada en Komi, una de las repúblicas situadas al noroeste del país y que conforman la Federación Rusa, es similar a la de Kadykchan. El pueblo creció impulsado por la minería de carbón de alta calidad. Sus reservas empezaron a explotarse a finales de la década de 1950 y se abandonaron 40 años después, a mediados de los 90. Hoy es un campo de pruebas militares para el ejército ruso, en las cada día más provechosas aguas del Ártico.

Las imágenes de Khalmer-Yu muestran una ciudad ruinosa, con edificios que se mantienen en pie gracias a un equilibrio precario entre pequeñas cordilleras de cascotes. Tras años de abandono lo que hace varias décadas era una localidad viva (a finales de los 80 llegó a acoger a cerca de 4.400 residentes) es hoy una especie de pecio varado a cientos de kilómetros de las costas del gélido mar de Kara.

Pyramiden

P1 (Zairo/Commons)
P2 (Kitty Terwolbeck/Flickr)
P3 (Christopher Michel/Flickr)

Pyramiden toma su nombre de la montaña con forma piramidal que custodia la ciudad, en la isla Spitsbergen (Noruega). Aunque hace décadas (durante la época dorada de su explotación minera) fue un asentamiento prácticamente autosuficiente, hoy en día hace honor a su nombre y recuerda más a las pirámides de Giza, Dahshur o Meroe: es un vestigio polvoriento que evoca un pasado de esplendor.

Antes de que se arrancase el último gramo de carbón a la mina de Pyramiden, en 1998, en el asentamiento llegaron a vivir más de un millarde personas. Hoy su censo es muy distinto. Su padrón no suele pasar de la decena y media de vecinos, aunque la localidad empieza a convertirse en una atracción turística. Celebridades como Kjartan Flogstad o Tove Styrke le han dado visibilidad y la villa incluso ha protagonizado documentales.

P4 (Christopher Michel/Flickr)
P5 (Christopher Michel/Flickr)
P6 (Christopher Michel/Flickr)

Uno de los principales problemas que encara Pyramiden, de hecho, es el vandalismo. Antes de que las autoridades adoptasen medidas, los visitantes se colaban en los edificios para llevarse objetos a modo de recuerdo. Aunque el asentamiento lo fundaron los suecos en 1910, al cabo de tres décadas (en 1927) se lo vendieron a la URSS, interesada en sus minas. Desde hace una década se intenta afilar su tirón turístico

Mologa

Cuando el río Mologa (uno de los afluentes del Volga) pierde caudal asoma desde su lecho la ciudad del mismo nombre. Los tejados y torres despuntan para recordar que la ciudad que se tragó el agua hace medio siglo sigue anclada en su fondo. En 1941 las autoridades soviéticas decidieron sumergir la antigua urbe de Mologa para favorecer al embalse de Rybinsk. No fue la única. Durante el proceso tuvieron que abandonar sus casas 130.000 personas de 663 pueblos. 

Gudym

Hasta que cayó en desgracia en la década de 1990, la vida en Gudymtranscurría entre los rigores de la tundra rusa, un desfile constante de miliares soviéticos, búnkeres atestados de armas, intrigas internacionales y ojivas nucleares. La ciudad se creó a finales de los años 50 (en plena Guerra Fría) para dar una respuesta rápida a EE UU en caso de que la URSS sufriese un ataque militar. Hoy de la vieja base militar queda solo el cadáver, enclavado en Chukotka: edificios ruinosos y almacenes con las paredes repletas de murales e insignias bélicas.

El frío que castiga la zona parece conservar a Gudym en una eterna Guerra Fría. Las crónicas la recuerdan también por sus otros dos nombres: Anádyr-1 o Magadán-1.

Skrunda-1

S1 (Modris Putns/Commons)
S2 (Laima Gūtmane/Commons)
S3 (Laima Gūtmane/Commons)

La base militar de Skrunda-1 creció al aliento de la Guerra Fría y se desmoronó tras el colapso de la URSS. El asentamiento se ubica en Letonia y desde la década de 1960 acogió varios radares soviéticos. La cúpula de la URSS puso sus ojos en la pequeña localidad letona por su ubicación estratégica: con los radares anclados en aquel territorio, la Unión Soviética podía cubrir Europa Occidental y explorar los cielos a la caza de bombarderos o misiles enemigos.

El desmoronamiento de la URSS a finales de 1991 precipitó la desaparición de Skrunda-1. En 1994 Letonia y Rusia acordaron que esta última mantendría parte de la actividad durante cuatro años más. Cuando se cumplió ese plazo la federación intentó prolongarlo, pero Riga se mostró inflexible y la base pasó a ser historia en el verano de 1998. En el 95 los expertos de EEUU ya habían accedido a Skrunda-1 para derribar una de las antiguas torres soviéticas.

S4 (Laima Gūtmane/Commons)
S5 (Laima Gūtmane/Commons)
S6 (XEON/Commons)

El complejo de Skrunda-1 abarca más de medio centenar de edificios, entre los que se cuentan viviendas, una escuela, un cuartel, una discoteca... Inmuebles ahora en ruinas en los que llegaron a residir 5.000 personas y que brindan una estampa postapocalíptica.

En 2015 The Guardian se hacía eco de que Letonia estaba buscando fórmulas para recuperar el espacio. Sus planes pasaban por destinar la mitad del suelo al ejército del país y arrendar el resto de la superficie con el compromiso de que la empresa adjudicataria "crease empleos e infraestructuras". Antes de optar por esa vía, se habían intentado subastasque no lograron despejar el futuro del viejo asentamiento. Veinte años después de que Rusia hiciese las maletas, Skrunda-1 es ahora una atracción turística al alza.

Pripyat

C1 (Jorge Franganillo/Flickr)
C2 (Jorge Franganillo/Flickr)
C3 (Jorge Franganillo/Flickr)

La vida en Pripyat se apagó de un soplo el 26 de abril de 1986, después de que el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil se sobrecalentase y saltara por los aires. Debido a los altos niveles de radiación a los que se vio expuesta la ciudad, el Ejército Rojo tuvo que evacuar Pripyat solo 36 horas después del accidente.

Se ponía fin así a la historia de una ciudad joven, que había construido la URSS en 1970 para acoger a los empleados de la central de Chernóbil y que (gracias a la calidad de vida que alcanzó) llegó a acoger a más de 40.000residentes. Solo una década y media después de iniciarse su construcción la ciudad disponía ya de centro cultural, biblioteca, cine, hotel, escuela, tiendas, cafeterías... Buena prueba de la juventud del pueblo es que llegó a sumar una decena de guarderías y que su media de edad rondaba los 30 años. En la URSS se conocería a Pripyat, de hecho, como "la ciudad del futuro".

C4 (Jorge Franganillo/Flickr)
C5 (Jorge Franganillo/Flickr)
C6 (Jorge Franganillo/Flickr)

Cuando después del accidente de Chernóbil la situación se hizo insostenible en Pripyat, las autoridades soviéticas se movilizaron para evacuar a 44.600 residentes. A unos y otros se les informó de que tendrían que abandonar sus hogares durante un par de días. Se equivocaron. La mayoría de los habitantes de Pripyat no solo no han podido volver a sus hogares, sino que la URSS se vio obligada a extender el área de evacuación varias decenas de kilómetros alrededor.

Pripyat es hoy una gigantesca y tétrica cápsula del tiempo. En lo alto del edificio gubernamental, que preside un entramado de calles por donde ya solo transitan jabalíes, jaurías de lobos y algún turista adicto a la adrenalina cargado con un contador Geiger, luce aún el escudo de la URSS y de la República Soviética de Ucrania.

Se puede apreciar toda su decadente magnificiencia en este álbum de Jorge Franganillo.

Neftegorsk 

El final de Neftegorsk (un asentamiento fantasma enclavado en el óblast de Sajalín) no lo precipitó el colapso de la URSS, ni una catástrofe nuclear, ni las guerras. Simple y llanamente la tierra se tragó la ciudad. Durante años sus vecinos se dedicaron a la obtención de petróleo. En mayo de 1995 sin embargo un fuerte terremoto de 7,6 grados en la escala Richter asestó el golpe de gracia a la villa, construida con materiales que no estaban preparados para el seísmo.

La mayoría de la población (a finales de la década de 1970 la urbe llegó a rozar los 4.000 residentes) terminó sepultada entre escombros. Hoy Neftegorsk es un gran monumento a las víctimas del terremoto.

Agdam

A1 (KennyOMG/Commons)
A2 (KennyOMG/Commons)
A3 (Yerevantsi/Commons)

En azerí Agdam significa "casa blanca". Hoy a esta localidad, situada al suroeste de Azerbaiyán, que hasta la década de los 90 llegó a acoger a decenas de miles de vecinos, le encaja mejor el nombre de "casa destruida". La ciudad se fundó a principios del siglo XIX y creció durante los años de esplendor soviético. En el verano de 1993 sufrió en primera fila las consecuencias del conflicto de Nagorno-Karabaj. Los residentes abandonaron sus hogares y huir para refugiarse en el este.

El documental Champions without a home relata la historia del Qarabag Agdam, el equipo de fútbol de la localidad y que ostenta el triste récord de llevar más de dos décadas sin poder disputar ni un solo partido en casa. Al Qarabag también se le conoce como el club de los refugiados. En mayo un reportaje de La Vanguardia se hacía eco del abandono de Agdam. Al menos en 2010 aún viviría gente en Agdam, lo que no impide que sea considerada como una "ciudad fantasma".

Una versión anterior de este artículo fue publicada en agosto de 2018.

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