La pasión de Alfred Hitchcock por el arte no es ningún secreto, como tampoco lo es la pasión que sentía por introducir obras en sus películas, obras que a menudo conseguían remarcar la fuerza de por sí ya implícita en sus imágenes. También es conocida su escrupulosidad a la hora de diseñar concienzudos escenarios. Hitchcock daba indicaciones muy específicas a los diseñadores de producción y decoradores sobre qué cuadros y lienzos usar.
No cabe duda de que el director entendió muy bien el valor de lo artístico, y en sus elecciones hacia gala de un gusto burgués pero muy ecléctico, como veremos a continuación.
Todo esto lo hizo de manera ininterrumpida durante su carrera y para más de cincuenta películas. Las obras que el director elegía denotaban un gusto bastante sutil; no en vano, conocía el mundo del arte desde bien pequeño. En casi todas sus biografías se recuerda como algo fundamental para su formación intelectual las clases de arte y dibujo que recibió cuando era adolescente. De hecho, su primer trabajo en el mundo del cine fue como ilustrador de tarjetas intertitulares para películas mudas.
Sin embargo, el gusto por el coleccionismo llegaría más tarde, alrededor de 1944 cuando él y su esposa, Alma Reville, decidieron adquirir algunas obras. Según las declaraciones del propio Hitchcock, nunca seleccionaron ninguna pintura al menos que les gustara a ambos. Sabemos que Reville tenía una especial inclinación por Maurice Utrillo y sus escenas callejeras de París: la pareja poseía dos obras del francés. Hitchcock, en cambio, tenía en Paul Klee a uno de sus predilectos, pintor del que poseía tres cuadros y del que el director británico pensaba que hubiera sido un genial storyteller.
La pareja también poseía un Vlaminck y algún vibrante Chaim Soutine.
La oficina de Hitchcock en Universal Studios tenía una sorprendente cantidad de libros de arte que solía consultar a menudo, buscando inspiración para sus decorados, u obras que poder introducir en escenas. Sin duda, su interés por el arte se coló en su realización cinematográfica.
De su hogar a las películas
Si pensamos en la decoración de Psicosis a lo largo de las habitaciones y en la oficina de Norman Bates encontraremos referencias a la taxidermia y desnudos femeninos, entre los que se incluyen una Venus del Espejo de Tiziano y una copia colocada estratégicamente de Susana y los viejos. En esta obra, una mujer es sorprendida por dos viejos depredadores que observan su baño. El cuadro emerge como una versión barroca de la propia escena de la mirilla, en la que el personaje interpretado por Anthony Perkins observa a la mujer.
Basándonos en las elecciones de Hitchcock, podemos adivinar una inclinación muy particular y un gusto muy refinado. Hitchcock eligió, por ejemplo, un cuadro de Rosa Bonheur en Crimen Perfecto; de Paul Cézanne para Falso Culpable; y una naturaleza muerta de Picasso en Sospecha. Las obras de arte perfectamente integradas en la narración existen en los films para subrayar y remarcar o incluso amplificar los temas de sus películas.
Si las obras elegidas por Hitchcock para apuntalar los temas de sus películas siempre fueron muy interesantes, la forma en la que eligió vestir las paredes de su mansión es bastante menos arriesgada de lo que se esperaría del maestro del suspense. La de Alfred Hitchcock es una colección ecléctica, con gustos burgueses y un tanto convencionales. Eso es lo que opina Nathalie Bondil, directora y curadora principal del Museo de Bellas Artes de Montreal, quien colaboró en la exposición Hitchcock and Art: Fatal Coincidences.
Las obras que él y Alma decidieron incluir en su colección reflejan una amplia variedad de estilos, artistas y temas. En la casa de Bel Air, sobre la chimenea, había un retrato de su hija. En aquel salón, en el que había un gran piano de cola, se podía ver un también un dibujo de Dalí, El Caballero de la Muerte (recordemos que ambos colaboraron en la secuencia de Spellbound en 1945). Hitchcock también tenía figuras de terracota china y cerca de ellas una litografía expresionista del pintor George Rouault, un artista que el director admiraba.
También poseía un bodegón floral del artista moderno Bernard Buffet y una serie de acuarelas de miniatura persas donde las doncellas preparaban el baño para ir a la cama. De una de las habitaciones destinadas a los invitados colgaba una escena de ópera atribuida al pintor Henri Matisse, y un bosquejo de una niña de la artista figurativa Marie Laurencin. Pero lo más llamativo de la colección es un falso bodegón de Pablo Picasso que estuvo colgado en la casa del director durante décadas, hasta que una evaluación de arte en los años setenta reveló que se trataba de una falsificación.