Hace tres años, los científicos de Surrey NanoSystems, una empresa británica dedicada a la nanotecnología, tuvieron una idea tan singular como brillante: la creación del color negro más negro que jamás hubiera contemplado el ser humano. El resultado de sus pesquisas fue Vantablack, un pigmento capaz de tragarse el 99,96% de la luz que pueda recibir en un momento dado. Un agujero negro en miniatura.
Pues bien, tres años después y tras una agria polémica en el mundo del arte que relataremos brevemente a continuación, los mismos científicos de Surrey NanoSystems han decidido que Vantablack no era lo suficientemente negro. ¿Solución? Oscurecerlo aún más, generando un negro casi perfecto, una suerte de Vantablack 2.0, que a juzgar por sus primeras imágenes es el caballo-de-Atila de la gama cromática: allí por donde pasa no crece la hierba, no sonríen los niños, no resta vida.
En un vídeo difundido por la compañía podemos ver cómo una careta de bronce (de sospechoso parecido a Vladimir Lenin) es absorbida en su totalidad por el pigmento. Una comparación de ambos resulta casi increíble a primera vista: mientras la careta de bronce no teñida por Vantablack luce real, a su lado hay una suerte de pantalla negra, una compuerta hacia el infinito inframundo, sin relieve ni profundidad. Sólo negro.
Vantablack 2.0 es el resultado de la profundización en el experimento original de la empresa británica. Aquel pigmento, como explicaron nuestros compañeros de Xataka, surgía de nanotubos de carbono con el diámetro de un triste átomo. Según la explicación de Surrey NanoSystems, en un mísero centímetro cuadrado de Vantablack hay alrededor de 1.000 millones de nanotubios de carbono. El resultado, en lengua cervantina, es una matriz capaz de absorber la luz sin reflejarla. De comérsela.
Naturalmente, el hallazgo de Vantablack (por sus siglas en inglés: Vertically Aligned Nanotube Array black), causó furor no sólo entre la comunidad científica (pese a su exorbitante precio, es de gran interés para industrias de todo tipo que buscan espacios donde la luz sea un agente totalmente vedado, como el interior de un telescopio), sino también entre la artística. Al fin y al cabo, era un nuevo campo de creación.
La polémica más absurda del absurdo mundo
Y aquí es donde retomamos la agria polémica de turno, en una espiral de declaraciones, contradeclaraciones, patentes y juegos de egos sólo posible en el siempre escénico y dramático mundo de las artes pictóricas.
Poco después de su creación, el escultor indio-británico Anish Kapoor decidió comprar los derechos de explotación (desde el plano artístico) de Vantablack. De algún modo, Kapoor logró hacerse con los derechos del pigmento para él y para su estudio. ¿Por qué? Por un lado, porque Vantablack es un producto muy delicado y el Reino Unido tiene limitada su exportación incluso para industrias tan poderosas como la aeronáutica. Por otro, porque es un material difícil de tratar y experimental, y requiere de entrenamiento.
Surrey NanoSystems encontró el estudio de Kapoor y se dijo a sí misma que entregarle los derechos de creación con Vantablack sería más sencillo que crear un estudio propio para enseñar a artistas de todo el mundo a manejar el pigmento. Y causó el cisma padre.
Como cabía esperar, la situación provocó toda una catarata de respuestas negativas entre la comunidad artística, celosa de que Kapoor se quedara para sí mismo el juguetito. Entre ellas, la de Stuart Semple otro artista británico asentado en Londres para el que el contrato entre Surrey NanoSystems y Kapoor era un insulto al noble espíritu compartido del arte. Según él, el secretismo y el juego bilateral de ambos agentes no estaba justificado por las circunstancias excepcionales de Vantablack.
De modo que decidió vengarse.
¿Cómo? Primero quejándose por redes sociales y participando en una campaña paralela para liberar el Vantablack: #ShareTheBlack. Y después creando su propio pigmento extremo: el rosa más rosa del mundo, al que llamaría Pink. Semple sí compartió su creación con toda la humanidad, excepto con un sujeto muy particular: los términos de uso del pigmento decían que si te llamabas Anish Kapoor no lo podías utilizar.
El cachondeo podría haber pasado desapercibido, pero la rabieta juvenil también tomó posesión en el cuerpo de Kapoor, que a los pocos días compró el producto, se untó el dedo corazón con él y subió la foto de su peineta a Instagram en clara provocación y dedicación a Semple. A lo que Semple, a los pocos días, subió otra foto en gesto provocativo con sus dedos tintados en lo que parecía ser Vantablack, la materia más oscura de la Tierra que, sobre el papel, ni podía poseer ni podía emplear.
En fin, la historia se hizo viral por su carácter hilarante y, claro, por Vantablack. Cuya evolución probablemente también sea coto privado de Kapoor y su estudio. Sólo les pedimos que, por favor, nos regalen otro flame así.