Una versión anterior de este artículo fue publicada en 2017.
A principios del siglo XVI, el mundo había sido parcialmente cartografiado. Durante siglos, diversos artesanos de la geografía habían tratado de plasmar sobre el papel las sinuosas formas de los continentes, la esquiva aparición de las islas, la amplitud infinita de los océanos. Aquellos mapas primigenios de Asia y Europa son hoy auténticas reliquias, obras maravillosas. Pero incompletas.
No sería hasta 1507 cuando un cartógrafo alemán, Martin Waldseemüller, dibujaría en un pergamino la palabra "América" por primera vez en la historia de los mapas. Aquel singular acontecimiento, jalonado por los diversos descubrimientos que los navegantes europeos iban notificando al otro lado del océano Atlántico, abrió un nuevo mundo de posibilidades, a todos los niveles. Y completó, de forma definitiva, la visión del planeta que los humanos de aquel tiempo tenían.
El mapa de Waldseemüller, cuyo desempeño profesional se realizó bajo la corte de Renato II de Lorena, un prominente noble francés de la época, fue el primer testimonio cartográfico tanto de la potencial amplitud del continente americano como del océano Pacífico. Aunque otros cartógrafos habían visionado parte de América del Sur y de América del Norte gracias a las exploraciones de diversos comisionados, el enfoque total de las nuevas tierras aún se desconocía.
Más allá de sus bellas líneas, hay dos aspectos claves que dotan de gran magnetismo y misterio a la obra de nuestro alemán amigo: primero, la inclusión de "América" como nombre a definir aquellas tierras a las que los europeos habían arribado. Por aquel entonces, Américo Vespucio era un hombre célebre: a la vuelta de su largo viaje por el continente hoy americano, Vespucio notificó a la sociedad europea que las tierras descubiertas por Colón no eran, como se creyó, parte de las Indias.
"América" aparecería así en el corazón central de lo que hoy es América del Sur, y aquel bautismo tan preñado de la cosmovisión del momento determinó la identidad de aquellas tierras para siempre. Pero no fue esta la única y mística aportación de Waldseemüller a la cartografía mundial.
Se sabe que al menos cuatro o cinco mapas habían descrito las costas americanas antes que el mapa de 1507. Todas ellas, sin embargo, se limitaban a dibujar la vasta costa este tanto de América del Norte como de América del Sur, así como los territorios del Caribe. Lo que los europeos sabían de las tierras que más tarde colonizarían era limitado en aquel momento. Hay que tener en cuenta que el último viaje de Colón data de 1502, tan sólo dos años antes del regreso de Vespucio y cinco del trabajo de Waldseemüller.
Por aquel entonces, la información viajaba a un ritmo lento, por lo que el espacio de tiempo es extremadamente breve. Más aún si pensamos que el primer hombre que llegó a las costas del Pacífico proveniente de Europa, Vasco Núñez de Balboa, no las hollaría hasta ¡1513! ¿De qué modo pudo Waldseemüller considerar la existencia del Pacífico y la forma más o menos exacta del Cono Sur mucho antes de que el primer europeo llegara al otro lado del istmo panameño? La cuestión sigue siendo un misterio, en tanto que las fuentes del cartógrafo son poco conocidas.
La teoría más consistente habla de un acceso privilegiado del alemán a los documentos secretos que circulaban por las cortes europeas y por las mesas del Papado. Por formación, Waldseemüller tenía contactos dentro del alto mundo eclesiástico europeo, contactos que le permitieron completar el conocimiento trasladado originalmente tanto por Vespuccio en persona como por las descripciones de Colón. Sólo así su mapa podría haberse convertido en el hito que es hoy.
Publicado originalmente en un libro titulado Cosmographiae Introductio, una interesante introducción a la cosmografía, tan en boga entonces, el mapa, titulado formalmente Universalis Cosmographia, desapareció hasta que una copia original fue descubierta en 1901 en el sur de Alemania. Aquel ejemplar es el único que aún pervive a día de hoy, y fue adquirido (y expuesto) por la Librería del Congreso de Estados Unidos en 2003. Sin embargo, hay otras copias, no originales.
El último aspecto singular del mapa de Waldseemüller es su carácter finalista: el cartógrafo lo diseñó para ser pegado a globos terráqueos de madera. Es decir, fue uno de los primeros cuyo mera ideación ya descontaba la forma esférica de la Tierra. De este modo, se hicieron copias específicas para ser empastadas en globos ilustrativos.
Una de estas fue subastada por Christie's hace cinco años, asunto que devolvió al mapa del cartógrafo alemán a la actualidad. Su carácter singular, su misterio aún por resolver, su hito tanto en relación a la palabra "América", que finalmente se asentaría en el acervo popular, como en la descripción del Pacífico y su evidente atractivo estético lo convierten en una pieza codiciada. Quién sabe, si tienes un arcón repleto de oro y deseas tener un pedacito de historia colgado de tu pared, quizá puedas adquirirlo.