La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha deparado diversas reacciones. Por un lado, alarmismo: el largo listado de promesas electorales del republicano hacen temer un importante retroceso en numerosas áreas, desde política medioambiental hasta derechos LGBT. Por otro, tranquilidad: han sido diversos los articulistas que han llamado a la calma recordando que Trump, una vez en el poder, se moderará, y que muchas de sus medidas serán tumbadas por los contrapesos del sistema político.
Pese a que, como explicamos en su día, Donald Trump y Adolf Hitler tienen poco que ver, hay algo que sí comparten: el relato de moderación que la prensa hizo de ellos cuando, desde un discurso radical, tomaron el poder.
La imagen ha circulado como la pólvora durante los últimos días en las redes sociales gracias a su carácter profético, uno de los muchos atributos que un virual suele poseer. En este caso, nos remontamos a 1932, año en el que Adolf Hitler y su partido, el NSDAP Nazi, ganaron las elecciones federales de julio. Tras su impresionante crecimiento electoral entre 1928 y 1930, los Nazis, propulsados desde una plataforma demagoga, racista y de tintes populistas, se convertían en la fuerza política líder de Alemania.
¿Qué creían sus rivales políticos? Que el mejor modo de neutralizar su peligrosa deriva antisemita y belicosa era introduciéndoles en la ardua tarea de legislar y gobernar. Así lo recogía The New York Times:
Centrists thought that Hitler & Nazis, given power & forced to govern, might moderate their extremism (NYT, 4/26/32) pic.twitter.com/R7Ow15nONk
— Andrea Pitzer (@andreapitzer) 15 de mayo de 2016
Lo traducimos:
Entre los centristas alemanes hay un creciente sentimiento de que se debería intentar atraer a los Nazis al gobierno antes de que su fuerza crezca más. Creen que una vez los Nazis participen en el gobierno se moderarán, y que al mismo tiempo su crecimiento político se frenará, porque, de forma natural, encontrarán imposible mantener las promesas realizadas en el curso de la reciente campaña electoral. Si el Sr. Hitler se convierte en el factor dominante de una coalición de gobierno en Prusia, marcará el punto álgido del movimiento fascista que él mismo ha evolucionado desde una broma hasta el poder político más importante de Prusia.
El artículo se refiere al Zentrum, el partido político católico, muy fuerte en los estados del sur de Alemania (especialmente en Baviera) que tuvo un papel singular dentro de la oposición democrática al nazismo, antes de acabar votando a favor de la insturación de facto de la dictadura de Hitler.
Durante los convulsos años posteriores al crac de 1929 en Alemania, tanto algunos partidos conservadores como figuras políticas de corte autoritario, ya fueran Franz von Papen o Paul von Hindenburg, creyeron que el mejor modo de frenar la deriva extremista de los Nazis, cada vez más poderosos electoralmente, era sumándoles a fuerzas de gobierno. Todos fracasaron. En noviembre de 1932 se repetirían las elecciones, los Nazis aumentarían su mayoría y, en 1933, disolverían efectivamente la democracia.
Otro ejemplo, de 1931:
1931, American newspaper: Sure, Nazis may seem like wild men, but in office they'd probably be much more practical @joanwalsh @SheWhoVotes pic.twitter.com/rNU2ocX9rX
— Adam Khan (@Khanoisseur) 11 de noviembre de 2016
Pero la letanía de la "moderación" entre las élites y la prensa no era nueva. También se repetía una década antes, en 1924, cuando Adolf Hitler abandonó la prisión tras su fallido golpe de estado desde Múnich. Entonces, The New York Times explicaba que el clima político en Alemania creía que Hitler, veterano de guerra y agitador con poco nombre en la República de Weimar por aquel entonces, optaría por el retiro de sus funciones políticas.
Lo traducimos:
Adolf Hitler, una vez el semidios de los reaccionarios extremistas, fue liberado en libertad condicional del Fuerte Landsberg, en Baviera, e inmediatamente se subió en un automóvil hacia Múnich. Tenía un aspecto mucho más triste y sabio hoy que durante la última primavera, cuando, junto a Ludendorff y otros extremistas, apareció frente a un jurado de Múnich acusado de conspiración para derribar el gobierno. Su comportamiento durante su estancia en prisión convenció a las autoridades que él, al igual que su organización política, conocida como Völkischer, no debía ser temida en adelante. Se cree que se retirará a su vida privada y que volverá a Austria, su país natal.
Obviamente, todos fallaron en sus predicciones.