La selección española femenina de fútbol ha conseguido un hito en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda: por primera vez en su historia, ha conseguido clasificarse para las semifinales. En los dos mundiales anteriores en los que participó, 2015 y 2019, cayó en fase de grupos y octavos de final respectivamente.
Algo sorprendente de esta Copa del Mundo es que Estados Unidos ha hecho las maletas antes de lo esperado. Fueron apeadas por Suecia, liquidando las posibilidades de que la gran favorita (de ocho mundiales jugados, ha ganado cuatro trofeos y fue finalista en otro) repitiese como campeona.
Con este hito, que todavía no sabemos hasta dónde puede llegar, quizás en España podamos plantearnos un escenario que dé alas a que aquí ocurra algo similar, salvando distancias, a lo que ha ocurrido en el fútbol femenino en Estados Unidos.
Licencias femeninas duplicadas... y en semis
El contexto de ambos países es distinto: históricamente, el fútbol ha sido el deporte masculino por excelencia en España. En Estados Unidos, ensombrecido por fútbol americano, baloncesto, béisbol y hockey sobre hielo, ha tenido una mayor cuota de mujeres, especialmente niñas y adolescentes, pareja a la masculina.
Y bastante más éxito deportivo. Posiblemente por motivos culturales, entre otras causas: algunos de esos deportes dominantes, como el fútbol americano o el hockey sobre hielo, son mucho más agresivos.
El caso es que mientras que chicos y chicas llevan tiempo jugando casi por igual en Estados Unidos (demandas de equiparación salarial al margen), en España no. Dos gráficos para verlo: por un lado, el de las licencias de la RFEF desglosadas por género.
Por otro lado, el del número de jugadores de fútbol en edad de educación secundaria en Estados Unidos, también desglosados por género.
En España la evolución femenina es enorme: mientras que las licencias masculinas han crecido casi un 30% en estos últimos diez años —nada mal para tratarse de un deporte ya consolidado en un país de baja natalidad—, las femeninas han aumentado en un 120%. Así y todo, la proporción sigue lejos de la que muestra Estados Unidos.
La selección estadounidense ha tenido muchos iconos, como Alex Morgan o Megan Rapinoe, que trascendiendo a su deporte han ayudado a que se fuese consolidando el fútbol. Su avance arrollador en los mundiales, también.
Ese éxito, además de motivos culturales por los que hay casi paridad en el fútbol en Estados Unidos, también tiene que ver con la inversión económica y el apoyo mediático. No hay una sola causa, pero todas van sumando.
En España, el panorama del fútbol femenino en los últimos diez años ha sido el de un vuelco total: de estadios poblados por familiares de las jugadores y poco más, y un papel mediático irrisorio, hemos pasado a seguimiento en prensa (en 2015 el primer Mundial en el que participaba España apenas fue contado) y una cierta relevancia creciente. Lejos del fútbol masculino, pero en movimiento. Hasta DAZN ha sacado un plan específico para su OTT dedicado al fútbol femenino español y europeo.
Ahora que España ha llegado más lejos que nunca, y quién sabe si podría llegar a la final e incluso ganarla, quizás sea el momento del próximo gran empujón para una competición que ha sufrido de lo lindo para llegar hasta el escenario actual, pero que ya ha recogido frutos con las dos Champions del Barça, el primer club español en conquistarla; los llenazos en estadios de Primera División masculina, o esta primera semifinal de su historia.
Una llegada sostenida a las últimas fases de eurocopas y mundiales, un mayor éxito en Champions no solo del Barça, una elevada asistencia regular a los estadios, menos lejos de los clubes masculinos; o una mayor capacidad para generar ingresos son esos próximos hitos una vez se ha llegado más allá de cuartos.
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