Madrid o Ciudad de México pueden luchar denodadamente contra la contaminación, pero jamás, por fortuna, contarán con el gigantesco problema de salud pública que tienen las ciudades públicas. En China, país cuyo vertiginoso crecimiento en las últimas cuatro décadas se ha realizado de espaldas al medio ambiente y a la salud de sus ciudadanos, la contaminación juega en otro nivel. En Pekín, la "boina" pasa a "manto" tóxico.
La gran capital china lleva años tratando de paliar sus tremendos problemas de contaminación. A la preponderancia del coche, Pekín y otras grandes megalópolis chinas tienen que añadir otro problema: las centrales térmicas. El país, que necesita grandes cantidades de energía para producir electricidad, depende en gran medida del carbón. El gobierno chino lleva años quitándose: China ya es un país menos dependiente y el carbón es el pasado, pero el peso de las renovables aún es muy pequeño.
Y como las centrales siguen muy cerca de las ciudades, al igual que en Europa a principios del siglo XX, pasan cosas como esta:
Una mañana cualquiera en Pekín: espectacular timelapse de cómo se forma su "boina" de contaminación. pic.twitter.com/BWYwhQdTlO
— magnet (@magnet_es) 3 de enero de 2017
Eso de ahí arriba es Pekín al punto de la mañana. Y cómo en un breve periodo de tiempo, una densa nube tóxica de color verduzco y amarronado se apodera de la atmósfera de sus calles. Es la contaminación, que se adueña del país cuando su economía, en el día a día, comienza a carburar. Lo que tras el amanecer es una calle despejada y un cielo azul, poco después es una bruma a través de la cual cuesta ver incluso las calles.
Es una historia vieja. Se calcula que unas 4.000 personas mueren al día en Pekín por culpa de la contaminación, una auténtica arma de destrucción masiva. Son cifras asombrosas y comparables a las que sufría Londres en el siglo XIX, como vimos en su momento. Y por eso, el gobierno chino, de forma sorprendente, es ahora uno de los mayores inversores en renovables, concienciado por los efectos en el medio ambiente.
Como magro consuelo, Madrid y Ciudad de México se tienen que quitar de sus coches, pero no están en el terrible punto de Pekín. En China, no sólo es una cuestión de automóviles: es un problema estructural y a gran escala.