Una versión anterior de este artículo se publicó en 2018.
Roma es una de las ciudades más fascinantes que el ser humano haya concebido jamás. Su posición prominente al frente del Imperio Romano, el más importante y duradero a orillas del Mediterráneo, la colocó de forma temprana a la vanguardia cultural, económica y urbana del mundo antiguo.
De ahí que, unida a su larga longevidad, haya sido cartografiada y estudiada hasta la extenuación. Pocas ciudades han sido tan mapeadas como Roma, tanto en nuestros días como a lo largo de la historia, siendo su estructura urbana antigua, aquella concebida por los arquitectos del imperio, objeto de toda clase de ensoñaciones, teorías y admirables trabajos que nos transportan al pasado.
Dadas las circunstancias, no es de extrañar que el mejor mapa sobre la Roma de la Antigüedad que ha producido el ser humano se produjera hace alrededor de cien años, en una época en la que las herramientas tecnológicas para dibujar, analizar y estudiar los restos arqueológicos de aquella olvidada Roma eran mucho más precarios que en la actualidad. Tan magna obra se la debemos a Rodolfo Lanciani, arqueólogo italiano que la firmó en 1901.
El trabajo (se puede ver aquí), bautizado como Forma Urbis Romae, es un megalómano proyecto de cartografía urbana que se extiende a lo largo de casi 2.000 años de historia de Roma y que mide cinco metros de alto por siete de largo. Un mapa enorme constituido por 46 cuadrículas distintas que, sumados, ofrecen una perspectiva cenital detalladísima de la Antigua Roma.
Lanciani, nacido en 1845, se especializó rápidamente como arqueólogo y topógrafo en la convulsa Italia de su tiempo, en plena reunificación. La elección de Roma como renovada capital del Reino de Italia provocó que numerosas miradas se volvieran a centrar en una ciudad antaño esplendorosa y durante muchos siglos condenada a los márgenes de la historia polícia del continente.
En un contexto de redoblado interés científico no sólo por Roma sino por numerosos vestigios arqueológicos, Lanciani encontró un rápido acomodo gracias a sus métodos innovativos y a su extensa colección de manuscritos y mapas antiguos que le permitieron contar con una mirada de la Roma del pasado excepcional. Fue a partir de esta enorme colección (mapas más viejos como este, del siglo XVIII, bosquejos, bocetos y cuadros) cuando Lanciani se lanzó a crear su Forma Urbis Romae.
El estudioso italiano cifró las líneas de su magnífico mapa en tres colores: negro para todos aquellos edificios de la Roma Antigua, destruidos o enterrados por el paso del tiempo y del urbanismo futuro; rojo para las estructuras visibles de la Edad Media y los siglos posteriores, el corazón de la Roma moderna; y azul para las estructuras de su tiempo, posteriores a 1871 (el año de la unificación). El resultado es fantástico.
Por varios motivos: el principal, el grado de detalle que permite un mapa tan grande; el otro más relevante, la capacidad que tiene Forma Urbis Romae de narrar los profundos cambios estructurales a los que la ciudad milenaria se ha sometido con el paso del tiempo; además, su Forma Urbis Romae se inspiraba en un mastodóntico mapa tallado en mármol del siglo III, uno de los más tempranos de los que se tiene constancia, y que Lanciani revivió.
Si hoy podemos examinarlo en profundidad es gracias al trabajo de MappingRome, un apasionante proyecto financiado por cuatro universidades anglosajonas distintas que ha digitalizado y limpiado el mapa original de Lanciani. En su web hay muchos otros proyectos, algunos relacionados con el inmenso archivo de Lanciani.
Con anterioridad, este mapa y otros semejantes sólo estaban parcialmente disponibles para investigación y trabajos académicos en el Istituto Nazionale di Archeologia e Storia dell’Arte. De ahí la importancia del trabajo de Mapping Rome.