Con una tasa de fecundidad de 1,25 hijos por mujer, España afronta un horizonte demográfico tenebroso. El año pasado fue el segundo consecutivo en el que el Instituto Nacional de Estadística registró más fallecimientos que nacimientos. Se trata de una tendencia que ha llegado para quedarse: durante los primeros seis meses de 2019 sólo se registraron 170.000 alumbramientos, la cifra más baja desde que hay registros.
O lo que es lo mismo: España ha dejado de reproducirse.
Regiones. Como siempre, el invierno demográfico va por barrios. El más afectado y el extremo de la balanza es Galicia: poco más de 7.600 gallegos vinieron al mundo entre enero y junio de este año, frente a los más de 16.000 que dijeron adiós para siempre. Es decir, en Galicia ya hay el doble de muertes que de nacimientos. Una contracción de la población brutal sólo comparable a la de Japón en su conjunto.
De una forma muy gráfica y precisa, Galicia, más de tres millones de habitantes, ha comenzado a extinguirse.
Recorrido. Como también lo hace Castilla y León (un diferencial de 8.000 muertes más que nacimientos), la Comunidad Valenciana (5.000) o Asturias (4.000). La curva descendente de la población española es tan pronunciada que sólo tres comunidades escapan a ella: Islas Baleares, con apenas 219 alumbramientos más que decesos; Murcia, con 354; y la Comunidad de Madrid, una excepción, como tantas otras, con un saldo positivo de más de 2.840 personas.
Concentración. No es casual. Madrid se ha convertido en el centro económico y demográfico de España gracias a la atracción de industrias, inversiones y jóvenes del resto de la península. Pero su impulso es insuficiente. En 2018, España registró 54.000 fallecimientos más que niños traídos al mundo. A corto plazo la población del país crece gracias sólo a la inmigración, pero el INE ya calcula que para 2033 el número absoluto de personas viviendo en España caiga sin remedio.
Inmigración. No es algo que pueda pillarnos por sorpresa. La tasa de natalidad española lleva hundiéndose desde mediados de los setenta, y sólo durante los últimos diez años el número de nacimientos ha caído un 40%. La atracción de millones de migrantes durante la burbuja logró remontar la fecundidad. La crisis provocó un éxodo de migrantes, una estocada al crecimiento vegetativo. España perdió 387.000 habitantes entre 2012 y 2015.
¿Hay salida? Si la hay, y a tenor de lo sucedido en el resto de Europa, llegará de la mano de la inmigración. La mejora de las condiciones económicas permitió que España ganara población entre 2015 y 2018, pero en un contexto de una recrudecida contracción de los nacimientos. De hecho, las proyecciones del INE a corto y largo plazo varían en función de la predicción de los flujos migratorios.
Pero para aquellas provincias hundidas en el envejecimiento, como Galicia, León o Asturias, la inmigración, concentrada en el levante y en las ciudades, es tan sólo una quimera. Su tasa de fecundidad se ha hundido quizá para siempre. Y lo que resta es un escenario a la japonesa.
Imagen: Carlo Navarro/Unsplash